En la pista de tierra que hay cerca del Centro de Estacia Temporal de Migrantes (CETI) de Melilla en dirección a La Cañada se ha visto alguna vez una escena de desamparo atroz: una persona semi-desnuda, sucia, desorientada como si acabase de aterrizar en otro planeta y a la que el dolor apenas permite caminar. Viene del otro lado de la valla y ha pagado varios miles de euros (casi siempre es ahorrado durante su vida) por la posibilidad de alcanzar Melilla en el salpicadero de un coche destartalado, si tiene la suerte de no morir asfixiada en el vehículo. “Llegar a Europa es nuestro sueño”, dicen ellos cuando alcanzan Melilla.
Así han llegado a la ciudad unas 250 personas en lo que va de 2016, unas 370 en 2015 y unas 250 en 2014. La imagen gráfica de la inmigración es la de decenas de personas encaramadas a una alambrada al grito de “¡Bosa, bosa!”, pero durante años se ha cocido a fuego lento un sistema de entrada a Ceuta y Melilla alternativo y discreto. La dificultad para superar la valla ha disparado la popularidad de los dobles fondos y su precio, y ha alimentado un negocio en el que se divide el trabajo como si se tratara de una cadena de montaje. “Es una industria y mucha gente vive de esto: el que hace el doble fondo, el del taller, el que los guarda en casa, los que ponen el vehículo, el conductor…”, explica un agente.
El perfil comercial es el primero en entrar en acción, ofreciendo sus servicios en los bosques del Gurugú o de Bolingo. “Van a menudo a buscar africanos”, relata a las puertas del CETI un residente de Guinea Conakry. Allí hacen sus ofertas: 4.000 euros, o quizás algo más barato si en el mismo viaje transportan dos o tres pasajeros. Junto a los traficantes pululan los estafadores. “Hay muchos marroquíes que te quitan el dinero y te pegan”, relata otro guineano que logró pasar hace un par de meses, a quien llamaremos Mamadou. Por eso, a veces es necesario concertar el apoyo de un intermediario que retiene el dinero hasta que el migrante ha llegado a Melilla.
Una vez sellado el trato el migrante es llevado a una casa, y luego a cualquier garaje de los muchos que hay en Nador, donde se les sujeta con cuerdas o esparadrapos a cualquier lugar de un coche en el que puedan ser escondidos. Fuentes de la Guardia Civil hablan de alguien que viajaba camuflado en el hueco abierto en el relleno de uno de los asientos. Los marroquíes son maestros en alargar la vida de viejos vehículos, a los que valoran porque pueden conseguir piezas de repuesto con facilidad. Esa pericia ayuda.
Finalmente entrará en acción un conductor, a quien puede que el migrante no vea nunca.
Encogidos en el depósito de combustible
Desde el 1 de enero hasta el 8 de mayo la Guardia Civil de Melilla detectó a 44 personas en un doble fondo, aproximadamente una quinta parte del total de los que llegaron a la ciudad de esa forma. Son apenas siete menos de los que encontró en cada uno de los dos años previos. La mayoría son detectados en la frontera de Beni Enzar. Los que logran pasar intentan acercarse lo más posible al CETI.
Beni Enzar recoge casi todo el tráfico de vehículos entre Melilla y Marruecos. Los agentes disponen aquí de una especie de estetoscopio de color naranja, que se coloca encima del capó de los vehículos sospechosos. “Es capaz de detectar hasta el latido de un ratón”, asegura un portavoz de la Guardia Civil.
Los conductores conocen el sistema y ejecutan un protocolo mecánico: bajan del coche, abren el maletero, levantan la lona que allí puedan llevar, cierran, abren el capó, cierran. Si se les pide, paran el motor. Entonces el guardia retiene el pasaporte y coloca el estetoscopio: si uno de los indicadores de la pantalla se ilumina en verde, vía libre. Si no, registrarán el vehículo para encontrar la vida que oculta.
Los agentes relatan que en una ocasión, el detector chivaba que en el vehículo se escondía alguien. Registraron todo, maletero, capó, asientos, salpicadero, pero no aparecía por ningún lado. Cuando desguazaron el coche en la comandancia apareció alguien hecho un ovillo en el depósito de gasolina. El vehículo había sido trucado para que el motor se alimentara del combustible de una botella.
“Tardé tres horas. Cuando llegué el conductor sólo me dijo: ”Ya has llegado. Es el final“. Y ahora estoy aquí y espero salida. Dios es grande”, explica alguien que lleva unas tres semanas en el CETI.
Así pueden pasar tres o cuatro horas, si todo va bien, hasta que les dejen cerca del CETI o los encuentre la Guardia Civil. Del coche salen entumecidos o peor. Pero también pueden quedar abandonados a su suerte dentro de ese agujero a cuarenta grados de temperatura, como ocurrió hace ahora un par de años. Alguien oyó los gritos desesperados que salían de un coche que cualquiera diría vacío. Eran de un muchacho de catorce años. En marzo del año pasado la Policía rescató de un depósito de gasolina a una mujer embarazada de seis meses.
Las mafias operan a ambos lados. En 2014 la Guardia Civil de Melilla detuvo a 44 personas en operaciones contra los dobles fondos, 13 de ellos españoles; en 2015 fueron 41, incluyendo diez españoles; y en 2016 han sido detenidas 38 personas (siete españoles) hasta el 8 de mayo. De esos 38, once estaban en prisión preventiva. El Código Penal castiga con multa o prisión de hasta un año a quien “ayude” a un extranjero a entrar o transitar ilegalmente en territorio español, pero la pena asciende a de cuatro a ocho años de prisión si se forma parte de una organización o se pone en riesgo la vida o la integridad de la persona. En ocasiones como la del pasado 11 de mayo, los juicios ante la Audiencia Provincial terminan con el acuerdo entre Fiscalía y el acusado, que acepta una pena rebajada: tres años de prisión.
Un sistema al alza por el control de la valla
Con este sistema, las mafias marroquíes se garantizan una fuente de ingresos inexistente en los saltos. Al ritmo actual, la cifra de entradas en vehículos en 2016 doblará la de los años precedentes, mientras sigue reduciéndose el número de accesos por la alambrada debido al refuerzo de la vigilancia del lado marroquí y a la política de devoluciones en caliente, puesta en cuestión por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, la Defensora del Pueblo y la ONU.
Ahora es la policía marroquí o los mejani, dispuestos cada pocos metros a lo largo del perímetro fronterizo en casetas habitadas (puede verse incluso su ropa tendida), quienes se encargan de frustrar los intentos de los migrantes que detectan las cámaras españolas mientras bajan del Gurugú. De esos saltos frustrados al otro lado de la valla ni se informa.
Marruecos cavó una zanja de un par de metros de profundidad, que se añade a la valla levantada en su territorio. Para cuando llegan a la primera de las tres vallas españolas, los migrantes han tenido que evitar las cámaras de vigilancia y los sensores que, desde España, les detectan hasta en la oscuridad, las porras de los policías marroquís, una zanja y una valla. Después deben saltar una valla de seis metros, otra valla de tres metros de altura, una “sirga tridimensional” y una última de seis. Si son interceptados al bajar, serán devueltos por donde vinieron con el riesgo cierto de sufrir maltrato y humillaciones.
Desde el pico de 2014, cuando (según un confuso informe del Ministerio de Interior) unos 2.000 migrantes entraron en Melilla trepando la valla, las entradas se han reducido drásticamente. Frente a los 170 intentos registrados en 2014, en algunos de los cuales saltaron la valla más de 500 personas, este año apenas se contabilizan seis saltos de la verja española y quince inmigrantes han logrado quedarse en la ciudad después de saltar, según la suma de los datos facilitados por la delegación de Gobierno en los últimos meses. Frente a este sistema en declive, el paso en dobles fondos garantiza a los migrantes quedarse en Melilla.
“No intenté nunca saltar la valla porque nos dijeron que era muy arriesgado, te vas a lesionar y te van a devolver”, explica Mamadou. Como él, quienes esperan su oportunidad en el Gurugú llevan meses o años reuniendo dinero, fuerzas y valor para llegar a Europa. Atraviesan desiertos dominados por terroristas, a veces son secuestrados, reciben palizas, sufren robos y viven a la intemperie. El riesgo de saltar la valla es volver a Marruecos, a las agresiones y el hambre; el riesgo de que te amarren con cuerdas a un salpicadero es apenas la muerte.