La vida de Hala cambió en un segundo cuando saquearon y quemaron su casa en la provincia siria de Homs. “Salimos y no pudimos coger nada. Pasó todo muy rápido, solo pensábamos en salvar nuestras vidas”, recuerda. Llegó hace unos meses con sus hermanos pequeños y su madre al campo de Lagadikia en Grecia, cerca de la frontera con Macedonia. Todos habían trabajado durante cuatro meses en una fábrica de zapatillas en Turquía para poder pagar el viaje y reunirse con su padre en Alemania.
Hala es la primera protagonista del documental La niña bonita, La niña bonitala historia de dos niñas de 15 años “obligadas a crecer de golpe, de dos familias forzadas a abandonar su hogar por culpa de las armas, la violencia y la guerra”. Lo dice la voz en off de Mirta Drago, productora de la cinta –en colaboración con ACNUR– y segunda protagonista de la historia.
La historia de Mirta es la de varios exilios. Nacida en Buenos Aires, se mudó a Santiago de Chile con su familia. Su padre, involucrado en política, había decidido abandonar Argentina, sumida en un golpe de Estado, y comenzar a trabajar en el país vecino.
Un día, volviendo del colegio en autobús, Mirta vio cómo salía humo de La Moneda, sede del Gobierno. Las calles estaban tomadas por militares. Era 11 de septiembre de 1973, el Gobierno de Salvador Allende había sufrido un golpe de Estado. Allanaron su casa y decidieron buscar refugio en la embajada argentina. Allí pasaron dos semanas durmiendo en colchones hasta que, finalmente, obtuvieron un salvoconducto para volver a Argentina.
Es su “pequeña tragedia”. Así prefiere denominarla en una conversación con eldiario.es. “Nos sacaron en un avión militar. Atrás dejé amigos, también a los primeros amores, tuvimos que empezar de nuevo”, relata.
Con Hala comparte, dice, la inocencia de los 15 años, esa “edad bisagra en la que ya no eres una niña pero tampoco un mujer”. También la identidad perdida, reflejada en las pocas cosas que la adolescente guarda en su mochila, fruto de lo repentino de su huida. “Las pertenencias de una no son solo un hecho material, sino emocional: te dicen quién eres”, precisa Mirta, que solo pudo conservar una libreta en esos días.
Pero, sobre todo, se identifica con la adolescente siria en “la fuerza de saber que tienes toda la vida por delante”. La idea de la importancia de la educación late durante todo el vídeo: Hala quiere ir a la universidad y siente que pierde el tiempo en el campo. “Una chica de mi edad debería estar en el colegio asegurando su futuro”, afirma. El encuentro con Mirta, que llegó a España huyendo del golpe de Estado de 1977 y hoy es directora de comunicación de Mediaset, le aporta la “esperanza” de que se puede salir adelante.
“Como cualquier espectadora veía imágenes de los refugiados y de cómo se les ha cerrado la puerta. El refugio ha estado muy presente en mi vida y me tocaba mucho. Juntar a las dos era una gran historia”, explica Julieta Cherep, directora del documental e hija de Mirta. “Creo que la gente se ha sensibilizado mucho. Hemos logrado el objetivo que era acercar las historias y tocar corazones”, prosigue.
“En un campo de refugiados lo único que sobra es tiempo”, narra la voz en off en el vídeo. La incertidumbre, la pérdida, el miedo. Son los sentimientos de personas como Hala y su familia, varadas durante meses a la espera de un visado, de un futuro. “De golpe sentí ese momento en el que no eres nada de lo que habías sido. Pasas de abrir la nevera a hacer cola para la comida”, asegura Mirta. “Te marca. Se te queda la idea de que en cualquier momento puedes perder todo lo que tienes”.
Pero el tiempo, aun lento, pasó. Hala y su familia salieron del campamento. Estuvieron un tiempo viviendo en las puertas de la embajada de Alemania en Atenas para conseguir el visado. Dos meses después, lograron reunirse con su padre. El país les ha proporcionado una vivienda, educación y asistencia sanitaria. La madre de Hala espera su cuarto hijo y la adolescente retomará sus estudios el próximo curso.
Pero Hala “quiere dejar de ser refugiada, quiere ser una persona más”, cuenta Mirta, que mantiene un contacto permanente con la familia. “Ellos lo han logrado pero el problema está lejos de resolverse. Nadie elige esto. Siempre prefieres estar en tu país, con tus costumbres, tu idioma. No quieres sentirte desarraigado”, añade.
Mientras, la adolescente mira a la cámara y dice con firmeza: “A los refugiados se nos ha parado la vida, primero por culpa de la guerra y luego por el cierre de las fronteras. Solo le pido a las personas que nos han cerrado las fronteras en nuestra cara que las cierren también para las armas que envían a nuestro país. Ayudadnos, porque algún día el refugiado puedes ser tú”. La misma firmeza con la que, por fin, peleará por su sueño: ser ingeniera informática.