Migrar le ha hecho madurar a la fuerza. Menuda y coqueta, Mayerly se marchó de su tierra natal, Colombia, hace casi cinco años. Acababa de conseguir su título universitario como técnico criminalístico y de acceder a la escuela de formación de la Policía, pero su familia estaba en España y su hermano, que le había pagado los estudios, la convenció para que viniera. “Deseaba venir aquí para estar con ellos, trabajar y continuar mi formación”, cuenta con una permanente sonrisa. “Aunque ahora, tanto mi hermano como yo, dudamos de si fue la mejor decisión”, apunta, después de que los planes no saliesen como habían ideado.
Mayerly, que ya ha conseguido la nacionalidad española, es una antigua beneficiaria del proyecto de inserción sociolaboral de la ONG Fundeso dirigido a mujeres inmigrantes en situación de vulnerabilidad con edades comprendidas entre 18 y 35 años. Esta inserción se trabaja a través de cursos de formación, asesoramiento laboral y legal y apoyo psicológico desarrollados en el Centro Comunitario Caracol del barrio madrileño de Orcasitas.
¿Por qué es necesario cursos específicos para mujeres? “Hace años, los hombres tenían más fácil el acceso y la integración en el país porque había trabajo en la construcción y en muchas ocasiones llegaban con un contrato firmado. Esto facilitaba el trámite de sus papeles de residencia y un contrato era sinónimo de prestación y subsidio por desempleo en caso de perder su puesto de trabajo. Sin embargo, la mujer inmigrante que llegaba a España trabajaba normalmente en el servicio doméstico y, si se quedaban sin empleo, no tenían prestación”, explica María Dolla, abogada de la organización. “Lo que las posicionaba en una situación de vulnerabilidad”, apostilla la psicóloga.
A sus 26 años, Mayerly cumple estos estándares. Después de llegar a España con un permiso de trabajo para servicio doméstico, trabajar en unos grandes almacenes y como repartidora de publicidad, se encuentra en desempleo. Vuelve a estar sola. Su madre regresó a Colombia y la relación con sus familiares de aquí se ha enfriado. Vive en casa de unos conocidos y paga 250 euros al mes por una habitación. “Necesito encontrar pronto un trabajo. La ayuda por desempleo se me termina pronto y empiezo a sentirme ahogada”, se sincera.
Mayerly realizó un curso de formación de Fundeso como cajera y después estuvo dos meses de prácticas en una gran superficie. “Acabaron contentos conmigo y me dijeron que me tendrían en cuenta para futuras vacantes”, recuerda sin perder la esperanza. Tan sólo en el último semestre han pasado 142 mujeres de 27 nacionalidades diferentes por los cursos ofertados por la ONG, que también son de hostelería, administración, auxiliar de comercio y ocio y defensa personal. Un total de 16 han conseguido un empleo.
“Creemos en un trabajo específico con mujeres inmigrantes puesto que su situación ya es particular en cuanto a la situación legal, el idioma, su situación familiar y sus redes de apoyo. Además de tener que lidiar con estereotipos”, indica Rubio.
Sus razones
Estas mujeres llegaron a España por diferentes motivos. Entre ellos, la partida por iniciativa propia para mejorar su situación laboral y personal o para acompañar a su cónyuge. Otras se agarran a la emigración como vía de escape a la violencia de género. “Algunas llegan aquí como refugiadas internacionales por violencia de género y otras, después de hablar con ellas y conocer su situación, se acogen a este derecho tras sugerírselo porque no lo conocían”, explica la psicóloga de Fundeso, Beatriz Rubio.
Amnistía Internacional denuncia que las mujeres inmigrantes están “sobre-expuestas” a sufrir violencia de género a mano de sus parejas o exparejas tal y como reflejan las cifras: las mujeres extranjeras son seis veces más vulnerables que las españolas. Además, este proyecto también atiende a mujeres españolas en riesgo de exclusión social.
Según los últimos datos recogidos por el Instituto Nacional de Estadística (INE), a 1 de enero de 2013, España contaba con más de cinco millones y medios de extranjeros, de los cuales, casi el 50%, 2.691.518, eran mujeres.
Este proyecto nació en 2009 como respuesta a la propia demanda de estas mujeres que antes disfrutaban junto con los hombres de actividades de ocio y entretenimiento ofertadas por la ONG enfocadas a su integración. “Les gustaban y las aprovechaban, pero a medida que el país fue entrando en la crisis económica, nos preguntaron si podíamos ayudarlas a encontrar trabajo. Vimos la necesidad y recogimos su demanda de centrarnos casi exclusivamente en la formación y el empleo”, señala la psicóloga.
Pilar económico
Ahora, con la crisis económica extendida en el país y la caída de la construcción, ellas se han convertido en el pilar económico de sus familiares. El perfil de la mujer atendida por este proyecto también ha cambiado. Mientras antes eran muchas más las recién llegadas a España, ahora la mayoría tiene los papeles de residencia en regla. “Cuando llegué, estaban por igual, pero ahora hay más hombres sin trabajo que mujeres. Ahora son ellas las que mantienen la casa”, comenta Mayerly sobre la gente inmigrante que conoce.
El objetivo entonces es conseguir un trabajo y , así, además de cubrir sus necesidades, asegurar un respaldo legal y económico. Ganas no les faltan. “He trabajado con muchos colectivos y personas distintas y me gusta mucho más darles clases a ellas porque su motivación es altísima. Tienen muchas dificultades para conseguir trabajo, pero a la vez muchas ganas de aprender y tirar para adelante. Son receptivas y participativas. Es un gusto trabajar con ellas”, asegura la profesora del curso de cajera, Ángeles Muñoz, que ejerce la docencia desde hace 14 años.
Más que cursos: redes de apoyo
Al término del curso, la técnica de empleo de la ONG, Ana Vallejo, mantiene reuniones individuales con cada una de las mujeres. “Los cursos son una excusa para entrar en un itinerario de búsqueda de empleo, pero también para ser cercanas y conocer la situación de cada mujer y así ver qué apoyo necesitan”, subraya la psicóloga.
Mayerly hará próximamente el curso de defensa personal. Durante su trabajo como repartidora de publicidad fue agredida físicamente en dos ocasiones. “No podía dejar la publicidad en la cesta que hay en la puerta del portal, debía dejarla dentro de los buzones. Eso molestaba a los vecinos. A veces me llegaron a decir que si para eso había venido a aquí, a repartir publicidad, que me fuese a mi puto país”, relata la joven, que también asegura que fuera del trabajo no ha sufrido discriminación.
Busca empleo sin descanso. Su objetivo es conseguir uno a media jornada que le permita estudiar un grado medio o superior, ahora que ha conseguido homologar su título de Bachillerato, y en un futuro otra carrera, además de centrarse con el inglés. No se plantea volver a Colombia. Le da vértigo regresar y tener que volver a empezar de cero, encontrarse en la misma situación que tenía aquí cuando llegó. Ya conoce los obstáculos de la migración, inevitables de esquivar aun en tierra propia. “Allí no tengo nada. Me gustaría primero volver de vacaciones para ver cómo está todo y a partir de ahí decidir”.
Confiesa que a veces se siente frustrada cuando se entera de que sus amigos de Colombia, también formados, tienen una vida cómoda y piensa que estos últimos cinco años de su vida han sido una pérdida de tiempo. Aún así no se compadece de sí misma e irradia fuerza y optimismo: “la vida es una montaña rusa. Ahora estoy abajo, ni trabajo ni estudio, pero alguna vez me tocará volver a estar en la cima”.