Hasta mantenerse seco es complicado en el campamento provisional de migrantes de Lesbos. Las inestables tiendas de lona aguantan a duras penas los días de tormenta, cuando las embestidas del viento las inclinan y el agua traspasa sus paredes. Dicen que de noche es aún peor, porque la oscuridad inunda el campo al mismo tiempo que el viento provoca un estruendo continuo que no permite descansar a quienes intentan dormir en su interior: “Esas tiendas no te sirven para protegerte de nada, porque cada vez que llueve el agua entra y lo moja todo, incluida nuestra ropa”, se queja Musa, un gambiano atrapado en la isla griega desde hace ocho meses.
“Las noches son terroríficas. No puedo dormir por miedo a que mi tienda no aguante y se venga abajo. Ya les ha ocurrido a otros”, añade su amiga Fatou, también gambiana. Con la llegada del otoño, este campamento situado a orillas del Mar Egeo dejó de ser un terreno polvoriento para convertirse en un lodazal repleto de zanjas y de charcos que, ahora en invierno, es además tremendamente húmedo, frío y hostil.
Ambos coinciden en que no serían capaces de aguantar otro invierno como este si tuvieran que volver a pasarlo encerrados en un campo de refugiados. Junto a ellos, más de 15.000 solicitantes de asilo están haciendo frente al invierno en condiciones de precariedad en los campos de refugiados de las islas griegas. En Lesbos, el más grande de estos campamentos alberga a casi 7.300 personas que se refugian del mal tiempo bajo tiendas situadas en el área de Kara Tepe, a escasos metros de la orilla del mar, después del incendio que arrasó en septiembre las antiguas instalaciones de Moria.
En enero, la bajada de las temperaturas ha traído consigo un notable aumento de los problemas de salud entre los migrantes, que no pueden calentarse como es debido porque los continuos cortes en el servicio eléctrico se lo impiden.
Las autoridades del campo solo permiten que haya electricidad durante dos horas por la mañana, otras dos al mediodía y algo más al atardecer, dependiendo de la jornada. Los residentes que usan calentadores eléctricos denuncian que no es suficiente para mantener el calor de sus tiendas.
“Los huesos me duelen, lloran dentro de mí cada vez que hace frío, y no soy el único. La gente está enfermando”, dice Musa junto a Fatou. Se presentan como “hermano y hermana de madres y padres distintos”, un vínculo común entre los integrantes de las comunidades africanas del campamento. En cuanto a sus nombres, prefieren no usar los verdaderos porque temen que hablar con periodistas les vaya a afectar en sus solicitudes de asilo, pero ambos quieren denunciar sus condiciones de vida: “Grecia no quiere que el mundo vea lo que está pasando aquí”.
Denuncian altas concentraciones de plomo en el campamento
El campamento de Lesbos, ya comúnmente conocido como Moria 2, fue concebido por el Gobierno griego como una “solución temporal” ante la crisis humanitaria originada por el incendio de septiembre, hasta la creación de un nuevo campo cerrado que será financiado por la Comisión Europea. El nuevo centro, que estará situado en el interior de la isla y apartado de núcleos urbanos, está ya en fase de construcción, y se prevé que estará terminado para otoño de este año.
Los residentes del campo tendrán que pasar al menos ocho meses más en un lugar que, según ha confirmado esta semana el propio Gobierno griego, está contaminado con plomo al haber sido utilizado durante años como un campo de tiro militar. Frente a esta situación, organizaciones como Human Rights Watch han pedido el traslado de los solicitantes de asilo otro espacio y denuncian el riesgo que esto podría suponer para su salud. El Ministerio de Migración griego ha respondido asegurando que de las más de diez pruebas realizadas en el campo, una de ellas ha mostrado concentraciones de plomo por encima del límite saludable. Las preocupaciones se acumulan para quienes malviven en este campamento a orillas del mismo mar que cruzaron en busca de una protección que no llegan a encontrar en Europa.
Las condiciones están deteriorando de la salud física y mental de sus residentes, según ha denunciado Médicos Sin Fronteras. Paul, un joven congoleño que vive en campamentos temporales de Lesbos desde hace dos años, relaciona sus problemas sanitarios con las duras condiciones en las que vive desde durante tanto tiempo. “Ahora sufro de enfermedades que ni siquiera tenía en mi país. Tengo problemas de presión arterial, dolores de cabeza por no dormir, e incluso he perdido la audición de mi oído izquierdo por alguna razón que desconozco. Y todos son problemas que no tenía antes de venir aquí”, describe.
El acceso a los servicios sanitarios es muy limitado para quienes viven en el campo. Solo se les permite salir una vez por semana para ir a la farmacia o al ambulatorio, debido a restricciones asociadas a la pandemia del coronavirus.
En cuanto a las condiciones de saneamiento, el campo no cuenta con agua corriente, los baños son químicos y las duchas escasas. Hasta enero, los residentes sólo podían asearse con grifos de agua fría instalados al aire libre en distintos puntos del campamento, o en cabinas provistas de cubos que ellos rellenaban con ese mismo agua. Ahora, tres contenedores portátiles equipados cada uno con doce duchas individuales ofrecen la posibilidad de lavarse con agua caliente, pero la instalación no deja de ser insuficiente si tenemos en cuenta la cantidad de gente que viven en el recinto. Si bien cada persona tiene un máximo de 10 minutos para usar las duchas, las colas para utilizarlas se repiten cada día.
“Sentimos que estamos en una prisión”
Grecia lleva confinada desde el 7 de noviembre, aunque se permite salir para ir a trabajar, al supermercado, a la farmacia, al médico a pasear y a hacer deporte. Sin embargo, las restricciones sanitarias no son las mismas para la población general que para los migrantes alojados en el campamento de Lesbos. Estos solo tienen permitida la salida una vez por semana, durante un periodo de tres horas. “Si tienes un justificante del médico o del abogado, te permiten salir aunque no te toque”, explica Paul, “pero si no tienes ese documento da igual lo que les digas, porque ni siquiera te dejan explicarte”.
El trato con los policías que lo custodian tampoco es sencillo, según se quejan sus residentes. El pasado 11 de diciembre, en la carretera próxima al campo, dos migrantes volvían de hacer la compra fueron golpeados por tres guardias fronterizos y un policía a plena luz del día. Los cuatro agentes fueron suspendidos tras la difusión del vídeo por parte del diario Efimerida ton Syntakton. El Departamento de Asuntos Internos de la Policía ha abierto una investigación.
No son pocos quienes denuncian haber presenciado o sufrido agresiones físicas por parte de la policía. Paul asegura que hace unas semanas una patrulla se acercó de noche a una de las tiendas porque un hombre congoleño estaba discutiendo con su mujer: “Sacaron al hombre de su tienda y ordenaron al resto de la gente que había salido a ver qué pasaba que regresara a las suyas. Acto seguido, empezaron a golpear al hombre y después lo volvieron a meter en su tienda. Pasó la noche orinando sangre. Por la mañana lo llevaron al hospital y estuvo cinco días ingresado”.
No pudo grabarlo. En el campo está prohibido tomar imágenes. “Todas las fotos o vídeos que se ven del interior han sido tomadas a escondidas, porque si la policía te ve te quita el móvil y te lo borra todo. No quieren que salga nada”, sostiene Paul. “Dicen que la gente blanca sabe lo que significan los derechos humanos, pero en Grecia no estamos viendo esos derechos”, concluye Musa.