La defensora de los derechos de los niños que apoya el trabajo infantil

Cuando tenía 10 años, Tania Pariona trabajaba y estudiaba. El peso de esa experiencia, asegura, recae sobre su defensa del empleo infantil en condiciones dignas. Sus recuerdos de aquella época, en la que se organizaba con sus compañeros para defender sus derechos por sí mismos, le empujan a cuestionar desde el Congreso peruano el “paternalismo” con el que, dice, suele observarse a los niños trabajadores.

La diputada indígena peruana y líder del movimiento de los niños y niñas trabajadores de Latinoamérica defiende que no se incluya en el saco de la explotación infantil muchos trabajos que, en su opinión, “dignifican a los niños, les hacen crecer en valores y mejoran su desarrollo educativo”.

Insiste en que bordar tejidos durante su niñez le permitió aprender el arte de sus antepasados indígenas. Vender gelatinas en el mercado, añade, contribuyó a comprar su material escolar. “Lo hacía porque quería, y lo hacía feliz”, reitera la líder indígena. En ningún momento dejó de estudiar.

No siempre ocurre así. Alrededor de 17 millones de niños indígenas trabajan en América Latina en labores agrícolas o desempeñan en las ciudades actividades domésticas, en la construcción o como vendedores ambulantes, según datos de la OIT. “Parte de ellos pueden estar sometidos a labores que se identifican dentro de la explotación infantil”, recuerdan desde la Agencia de la ONU para la Infancia.

La distribución que Unicef considera necesaria para el correcto desarrollo de un niño consiste en ocho horas para estudiar, ocho horas para jugar, ocho horas para dormir. “No es que un niño no pueda ayudar a sus padres en una tienda los sábados por la mañana o colaborar en el campo, pero hay que tener siempre en cuenta que si está trabajando, alguna de esas tres partes se resiente”, puntualizan desde Unicef.

Invitada a Madrid por Podemos, Tania Pariona responde a las preguntas de eldiario.es para exponer su enfoque y explicar sus diferencias con respecto al punto de vista de otras organizaciones. Incide en diferenciar entre trabajo infantil en condiciones de explotación y el empleo digno, reiterando que la clave de la protección de la infancia está en ellos mismos: “Basta con saberles escuchar”.

¿En qué se diferencia el discurso de su colectivo sobre el trabajo infantil del que hacen otras organizaciones como la OIT, el Banco Mundial o Unicef?

La consideración de la niñez que hacemos nosotros es distinta. Actualmente el discurso sobre la infancia es muy paternalista, sobreprotector y adultocentrista. El niño es visto como un objeto de sobreprotección, sin capacidades, no preparado, incapaz. Su opinión no vale. Y con ello se invisibiliza la capacidad de los niños para ser actores que construyen y defienden sus propios derechos, que eligen. La escucha y el derecho a participación de los niños en la sociedad actual están anulados.

En este sentido, un niño trabajador es visto como un pobre, excluido, explotado y, además, sin capacidades. Y esto no siempre es así. Se asocia al niño que trabaja con aquel que no va a la escuela, sin futuro, y todos esos clichés que, por lo general, han tenido un impacto fuerte dentro de la manera de abordar las políticas públicas de protección de la infancia.

¿Por qué no abogan por la abolición del trabajo infantil?

El trabajo infantil en sí mismo no es malo, pero sí algunas formas en las que se da. Ahí es cuando hay que denunciar y condenar la explotación. Nadie está de acuerdo con que se explote a los niños en ningún contexto. Pero tampoco se puede echar en el mismo saco todas las formas de trabajo, sin diferenciar cuáles pueden contribuir a la educación de estos niños, porque algunas pueden sumar al desarrollo de su conocimiento y sus capacidades.

¿En qué casos consideran positivo que un niño trabaje?

Bueno, pensemos en los niños en el campo, por ejemplo. En zonas donde la agricultura es la base de la subsistencia, ellos van creciendo y aprendiendo colaborando en la chacra, aprendiendo de las labores que hacen sus padres. Ese aprendizaje es mucho más que solo verlos labrando la tierra, porque tiene que ver con su entorno, su cultura, la relación del hombre con la naturaleza, con las responsabilidades que van adquiriendo en un contexto familiar y comunitario.

Nuestra crítica pasa precisamente por saber diferenciar entre aquellas formas de trabajo que sí son explotación, y otras en las que los niños tienen poder de decisión y una autoría importante para su país y su familia. Y no pierden su dignidad, por supuesto, sino todo lo contrario. Yo cuando era niña crecí en un espacio organizativo. Trabajaba y estudiaba a la vez, y eso me permitió educarme en valores y en derechos, en reciprocidad y hermandad con otros niños y otras culturas.

[La OIT reconoce que “no todas las tareas realizadas por los niños deben clasificarse como trabajo infantil que se ha de eliminar”. En su último informe, la organización señala que “la participación de los niños en trabajos que no atenten contra su salud y desarrollo personal ni interfieran en su escolarización se consideran positivos].

La infancia es un colectivo especialmente vulnerable, ¿cómo se garantiza que no se les exponga en mayor medida a situaciones de explotación en un entorno laboral?

Yo no diría que la infancia es vulnerable, sino que está en una situación de vulnerabilidad. No es que sean de por sí seres indefensos, sino que los estados no garantizan sus derechos adecuadamente. En Perú, por ejemplo, tenemos una política nacional de protección de la infancia, con un plan escrito y concreto, pero que no está ni presupuestado.

Para mejorar esto hay que escuchar a los niños, dejar que se organicen. Un ejemplo de buena práctica en este sentido, también en mi país, es el de los 'CONOS', en Lima: consejos de niños y adolescentes dentro de las autoridades municipales, donde ellos mismos ponen la agenda de las cosas que les afectan, son consultados y opinan sobre las medidas políticas que les afectan.

¿Dónde está la línea roja en el trabajo infantil?

En el trabajo digno. Porque la explotación no es un trabajo, es explotación. Para que un trabajo sea digno para un niño debe tener garantizados todos sus derechos: acceso a la educación, a la sanidad, a la salud, a ser escuchados y a participar.

Si esto se logra, el trabajo permite el crecimiento de las capacidades de un niño, no las limita. Siempre que ellos decidan, claro. Porque trabajo digno también es eso: cuando un niño opta, elige, se siente feliz porque nadie le impone y nadie le dice “a ti te toca hacer esto”.

¿Y eso cómo se logra? ¿Cómo se asegura que un niño trabaje porque quiere y no por una situación de pobreza o necesidad?

Es evidente que hay contextos en los que esas situaciones de necesidad se dan, y tiene que ver con un problema de pobreza estructural. ¿Cómo se mide la libertad de un niño en esos casos? Yo creo que haciendo más estudios cualitativos que evalúen las circunstancias, para saber en qué medida estos chicos tienen opción de sentirse bien y de decidir.

En mi caso, por ejemplo, nunca tomé como obligación contribuir a la economía familiar, lo decidí libremente. Mi mamá tenía un puesto en el mercado donde vendía quesos y gelatinas, y yo quise ir a vender a las losas deportivas porque sabía que ahí habría más compradores. Conseguí vender en un día unos 200 helados, apenas gané 20 soles (unos 10 dólares), pero me sentí superbien porque sabía que con eso podía contribuir a que todos juntos tomásemos algo un domingo, o a tener más útiles en la casa.

Su postura es crítica con la prohibición de todas las formas de trabajo infantil. Hablan de excluir la explotación, pero, ¿por qué no concretan límites en la edad mínima o el tipo de trabajo?

Porque hay realidades que sobrepasan los marcos legislativos, y no por ello podemos invisibilizarlas o hacer que el Estado no cumpla con su responsabilidad política. ¿Qué pasa con los niños que trabajan con menos de 14 años, la edad mínima legal para trabajar en Perú? ¿No existen? ¿Están desprotegidos? ¿Son niños a los que hay que borrar? ¿A los que hay que sacar de las calles? Eso es por lo que se está optando ahora, una limpieza social. En lugar de proteger sus intereses y estudiar sus casos, los estamos tratando como un estorbo, porque están “faltando a la imagen pública del país”.

Sobre las formas de trabajo, a veces tiene que ver con lo que está bien o mal visto. ¿Qué ocurre, por ejemplo, con los niños actores? ¿Por qué esas formas de trabajo no entran en la discusión sobre el trabajo infantil? Claro, les vemos actuar y nos encanta, pero lo que hacen es trabajo también. Nadie pone en duda en estos casos que lo que están haciendo les está aportando cosas buenas, y que pueden estudiar a la vez.

¿Condiciona el trabajo infantil las oportunidades de futuro de ese niño?

Cuando escucho algunos discursos de la OIT o el Banco Mundial, en los que se tacha al niño que ha trabajado como un niño fracasado, no es tan cierto. Los jóvenes de mi generación que hemos estado involucrados en el movimiento por la defensa de nuestros derechos como niños y trabajadores hoy estamos mucho más comprometidos con el cambio social, hemos accedido a estudios superiores y alcanzado niveles grandes de profesionalización.

Limpiabotas, niños que vendían helados en la zona, vendedores ambulantes... hoy son chicos profesionales, antropólogos, facilitadores de procesos, etc. En todos esos casos, el hecho de haber trabajado y haberse organizado para defender sus derechos como niños trabajadores ha hecho de ellos mejores ciudadanos.

¿Es posible compaginar los trabajos de estos niños con el colegio sin que esto repercuta en su rendimiento?

Depende mucho de los horarios. Yo, por ejemplo, trabajaba en mis días libres y los fines de semana, pero siempre tenía y sabía que debía responder a la escuela. Claro que es posible, y no es una carga o una obligación. Muchos se sorprenderían al hablar con ellos y ver cómo estos chicos se organizan tan bien ellos solos, sin que sea una carga.

Yo invito a todo el mundo a que conozca la situación a través de lo que explican ellos. Solo así podemos evitar un discurso sesgado y conocer las realidades de las infancias, porque no hay una única infancia homogénea y monocultural.

El discurso actual y legislativo sobre el trabajo infantil y la protección de la infancia, ¿tiene en cuenta esta multiculturalidad de la infancia?

No siempre. Recuerdo un profesor de una escuela rural que estaba en contra de que los niños aprendieran el arte de su pueblo porque decía que “eso ya no servía”. Pese a que es el saber más cercano y que tiene un vínculo identitario enorme para el niño.

En las políticas públicas hacemos algo parecido. Estamos asistiendo a un discurso mayoritario que construye cómo debe ser la niñez a partir de un único niño modelo, basado en una visión casi europea. Así estamos creando niños sin voz, invisibles.