Santiago Agrelo, el obispo español que llegó a Tánger votando al PP y se va transformado para siempre
Santiago Agrelo se convirtió en obispo tres días antes de cumplir los 65 años, en 2007. No lo solicitó, ni lo imaginaba. Y por sorpresa, tras dos años de espera, a finales de mayo llegó la aceptación del Papa Francisco de su renuncia al obispado de Tánger.
Aterrizó en el país magrebí hace 12 años. No conocía el mundo de las fronteras, ni la vida de las personas migrantes, y “no sabía lo que me esperaba en Marruecos”. Ahora se va con “marcas; ya no profundas, indelebles”. A mediados de junio vuelve a su tierra, con su congregación, a un monasterio de 80 franciscanos en Santiago de Compostela.
Siempre se camufló en los lugares donde habitó, como Roma o Santiago; y en todos tuvo que aprender, pero en Tánger “choqué de frente con la migración, que era algo nuevo para mí”. De hecho, cuando murieron las primeras personas en la valla de Ceuta, Agrelo era párroco en el Bierzo, y pensó: “¿Quién les manda acercarse a la valla?”. Más tarde, en Marruecos “lo comprendí enseguida”.
El lunes, el primer día de normalidad tras la noticia de su marcha, el patio del obispado de Tánger exhumaba tristeza. Un trabajador social confesó que había llorado desconsoladamente el fin de semana; la psicóloga que atiende a los migrantes no resistió las lágrimas, y a los migrantes subsaharianos que se refugian a las puertas de la catedral les preocupa qué va a ser de ellos.
En su despacho, el ordenador está abierto sobre la mesa. Agrelo se levanta para sentarse en el sofá y recibir a eldiario.es. En ese momento bromea porque se percata de que se ha convertido en un obispo emérito. Y con una sonrisa y tranquilidad, que le faltaron en los últimos meses, se burla de sí mismo: “Aquí pinto menos que el párroco. Ya no soy nadie en la Diócesis. Hay que salir pitando”.
Al principio, la noticia le cogió por sorpresa y las primeras noches no le permitió conciliar el sueño. En esos periodos de reflexión en la capilla, se percató de la “lucidez” que le ha dado Marruecos, porque “no es lo mismo leer el Evangelio en una catedral que en una patera. Y yo intento leerlo en la patera para siempre ya”.
Sigue peleando hasta el final. Critica la represión y las expulsiones que sufren desde el verano, tras el avance de las negociaciones con España y la Unión Europea, “que a un migrante se le impida acercarse al norte de Marruecos es una violación de un derecho fundamental de la persona”.
Guarda los testimonios de los migrantes
No conoce el nombre de todas las personas a las que ayuda; algunos de los migrantes tampoco saben cómo se llama, pero para él “son muy importantes; y me tienen un gran respeto”. Se ha posicionado de parte de los migrantes, en vez del que llama el “otro lado”. Guarda como un tesoro los testimonios de los propios protagonistas, de lo que están pasando, “porque en el futuro, cuando alguien lea esto, puede sentir admiración por los migrantes, y pena y enorme vergüenza de como nos comportamos con ellos”.
Ha denunciado los malos tratos que sufren. Ha recogido heridos del monte por los golpes recibidos de las fuerzas de seguridad o porque se han caído intentando saltar la valla. También ha protegido a las víctimas de las redadas en las viviendas.
Está convencido de que la visita del Papa no va a cambiar nada de las políticas migratorias, y si lo hace será a peor. “La situación de los migrantes va a ser peor mañana de lo que lo es hoy”, garantiza. Y así ha sido desde que llegó a Marruecos hace doce años, la situación de los migrantes no ha hecho más que empeorar, como situación humana, situación de vulnerabilidad, como situación de indefensión, como situación de exposición a la violencia, ha ido siempre a peor“.
Comenta como desde el mes de agosto de 2018 no sube al monte de Beliones, como cada lunes y jueves a entregar alimentos, mantas y medicinas, “porque no hay a quien llevar nada, allí”. Sin embargo, en el patio de la catedral, se refugian alrededor de medio centenar de personas desde que a finales de verano comenzaran en Tánger las detenciones, las expulsiones a localidades del sur del país, y las deportaciones a los países de origen. Esto ha desalentado enormemente al obispo.
Antes de vivir en Tánger votaba al PP
Hasta que se trasladó a Marruecos, siempre había votado al Partido Popular (PP) porque “tenías la garantía de que era una tranquilidad, de normalidad”. Al llegar a un lugar donde “los pobres están abandonados por la normalidad”, se percató de que “la normalidad no es aceptable”. Por eso, piensa que muchos cristianos no lo entienden porque no han tenido delante “al hijo, hermano, amigo que tiene hambre y está tirado”.
Lo que le “quedará clavado para siempre es el sentido de impotencia con el que me tocó vivir todos estos años frente a problemas gravísimos que las sociedades pueden resolver inmediatamente firmando un papel y que nos hacen sentir a todos impotentes ante la muerte de miles de personas”, lamenta, en relación a algunos acuerdos sobre migración firmados con Marruecos o la Unión Europea.
“¿Sabes la cantidad de gente que ha muerto? Yo no llevo la cuenta pero de vez en cuando aparece alguien que te dice la cifra; y aquí en nuestras fronteras, es absolutamente inaceptable”, dice.
Adelanta que “el día en el que se tome conciencia de esto se tenderá a olvidarlo y a negarlo, como tendemos a olvidar el Holocausto. Pero eso ya nadie lo va a borrar de la historia. Y es una pena que estemos escribiendo una historia tan nefasta, cuando podríamos evitarlo”. Para Agrelo la solución pasa por regular esos flujos migratorios, darles un cauce legal. Y, sin embargo, considera que “nos hemos empeñado en pisotear un derecho fundamental, el derecho de las personas a buscarse un espacio vital en el que poder vivir con dignidad”.
Se arrepintió de escribir la carta de invitación al Papa Francisco para visitar Marruecos “porque no sabía las consecuencias para los migrantes”. Se percató cuando le nombraron responsable de recibir al Papa en Caritas Rabat, porque las instrucciones del Vaticano le indicaban dirigirse a “los inmigrantes con papeles”.
—Y, ¿quiénes se quedaron fuera? -se pregunta-
—Aquellos en los que estaba pensando cuando escribí la carta, los sin papeles -se responde-
En el saludo al Papa Francisco en Caritas hizo referencia -como le indicaron- a los migrantes con papeles, que eran a los que recibía el Papa, pero dedicó la mitad del tiempo a los “grandes ausentes allí”, los migrantes sin papeles, para los que pidió la palabra de su Santidad. Éste también hizo un discurso “contundente”.
Las tres barreras en Marruecos
En su carta de despedida, dirige unas palabras de agradecimiento a Marruecos. Se entiende que es de obligado cumplimiento; aunque cortesías aparte, Agrelo muestra gratitud hacia las autoridades y al pueblo marroquí: “Han sido siempre muy atentos y delicados conmigo, incluso cuando no estaban de acuerdo”. Rememora cuando subía los alimentos al bosque y se encontraba con representantes de la autoridad.
— Oiga, señor, que esto aquí no lo puede hacer. Si quieren comer, que vayan a la ciudad -le increpaban la Gendarmería Real y las Fuerzas auxiliares-.
— Mire, yo no entiendo ni de bosques ni de ciudades; yo entiendo de personas que tienen hambre, y si puedo aliviar la situación, lo hago. Usted hace su trabajo, y yo el mío.
Manteniendo cada uno su posición, “pero siempre nos hemos respetado”, matiza. Eso no quita hierro a los momentos de confrontación con la Administración a causa de ayudar a los migrantes, por la libertad religiosa, y por la política pues, apunta, “no podemos pronunciarnos sobre la política de Marruecos. Además, yo tengo la libertad de conciencia, pero un marroquí no la tiene”.
También desató la polémica hace años cuando declaró que “Dios era de izquierdas”. Defiende que “la iglesia tiene que desarrollar su papel con Podemos o IU en la sociedad, con quien sea, no podemos estar con unos y contra otros. Tenemos que convivir con todos, tenemos que estar por encima de la lucha política. ¡Cuántos cristianos hay en Unidas Podemos, en IU, o en el PSOE, y además normalmente muy responsables!”.
En todo esto, afirmó en su momento, “quien pierde es la iglesia”.
A partir del 16 de junio, “vida nueva” en Santiago
El 16 de junio celebrará la misa, como un domingo más, “y vida nueva”. Esa misma tarde emprenderá el camino a Santiago, cruzando El Estrecho.
Hasta aquí ha llegado agotado. Los últimos meses se le veía pasear cabizbajo. Deseaba el retiro. Lo solicitó al cumplir los 75 años, pero siguió esperando a que la Nunciatura encontrase un sustituto. En la jerga eclesiástica es la fórmula ‘Nunc pro tunc’ (‘Ahora por entonces’). Sin embargo, con otra carta de renuncia “por razones mías personales”, dirigida al Papa Francisco en el mes de marzo, poco antes de su visita a Marruecos, ha conseguido el beneplácito de El Vaticano.
Se retira sin remplazo. El obispo de Rabat, Cristóbal López, quedará al cargo de la Diócesis de Tánger hasta que envíen un sustituto. En la catedral se siente la tristeza y la preocupación.
Será otro obispo francisco, aunque probablemente no vendrá de Galicia. Desde el siglo XIX los obispos de Tánger son oriundos de la provincia franciscana de Santiago. Agrelo desconoce con qué criterio nombran a los sucesores en las nunciaturas, pero espera que “mi sucesor respete las instituciones y a las personas que están dando la vida aquí por los necesitados; y que los migrantes estén mejor con el que venga”.
Le apesadumbra que el próximo en incorporarse no proteste, que guarde silencio, aconsejado por la ordenación eclesiástica competente. Desde agosto, un grupo de migrantes duerme en la iglesia. Agrelo se pregunta qué va a ser de ellos, hasta cuándo va a durar esta situación... y se agobia.