De lo que no se habla, no existe: tabúes y discriminación de las mujeres durante la menstruación

La noche cae sobre Thankot (Nepal) y Kamala se encoge, tratando de que su cuerpo quepa bajo las tablas de madera que la protegen de la lluvia y el frío. Es la tercera noche que duerme en un cobertizo en mitad de la selva, a veinte minutos de la casa familiar y, por suerte, espera que este mes sea ya la última. Tiene 14 años y lleva desde los 11 en esta situación cada vez que menstrúa, una vez al mes. Como ella, muchas niñas de la zona oeste de Nepal se ven obligadas a dormir en estas cabañas lejos de sus casas cuando tienen el periodo, siguiendo lo que marca la antigua costumbre “Chhaupadi”.

La historia de Kamala y la de muchas otras niñas fue retratada en primera persona por Cecile Shrestha, directora adjunta de programas en WaterAid América. Viajó a Nepal en el verano de 2015 para comprobar con sus propios ojos la persistencia de una tradición que, pese a estar prohibida por la Corte Suprema de Nepal desde el 2006, sigue presente. “Algunas de las adolescentes estaban realmente convencidas de que maldecirían a sus familias si no seguían la tradición, por miedo o humillación”, cuenta a eldiario.es, aún con impotencia y enfado. Las niñas están expuestas al frío y la intemperie durante estas noches: “Un grupo de niñas de entre 13 y 14 años hablaba de cómo a una de ellas la habían violado pocas noches atrás”.

Quizás sea esta una de las tradiciones más extremas, pero a día de hoy la discriminación y exclusión a la que se ven sometidas muchas niñas y mujeres cuando tienen la menstruación es extensa. En muchas partes del mundo sigue siendo un tabú, algo de lo que no se habla y que está altamente condicionado por las prácticas culturales y religiosas, muchas de las cuales influyen negativamente en la vida de mujeres y niñas y refuerzan desigualdades de género y exclusión.

En la India muchas mujeres no tienen permitido cocinar cuando tienen la regla, ni tocar a ciertos animales, ni mirarse al espejo. Creen que pueden contagiar a quien coma lo que hayan tocado sus manos, que los animales podrían enfermar y que el espejo perdería su brillo. El 48% de las niñas iraníes piensa que la menstruación es una enfermedad, según un informe de la ONG WaterAid. El mismo estudio destaca que hay mujeres en Bangladesh que entierran las compresas antes de usarlas para prevenir que sean poseídas por espíritus malignos, y que algunas niñas en Gana, Uganda, Kenia o Níger han de permanecer recluidas en casa, alejadas de cualquiera de sus funciones diarias habituales, porque se considera que son impuras y que están sucias.

Los especialistas aseguran que la principal causa de que esto pase es el desconocimiento. Blanca Carazo, responsable de proyectos de UNICEF España, explica que la situación puede llegar a ser traumática para muchas niñas cuando tienen el periodo por primera vez: “No saben lo que es, no se lo han advertido y mucho menos explicado nunca. La primera reacción es con susto y con miedo, hasta que sus madres o alguna persona mayor les cuenta algo por encima, sin entrar en detalle, porque la mayoría de las veces las mujeres adultas siguen sin saber de qué se trata”.

En el caso de América Latina esta falta de información se concentra específicamente en las zonas rurales. Después de trece años trabajando sobre el terreno, Sonia Lolo, socia fundadora de Koricancha, una ONG que trabaja con personas con discapacidad en Chiclayo, al norte de Perú, nos pone un ejemplo: “Una de las madres de la zona donde trabajamos llevaba varias semanas con muchos dolores. Conseguí convencerla para ir al ginecólogo y la médica le recetó unas pastillas porque tenía una infección muy fuerte. Por la noche recibí una llamada en la que la mujer, desesperada, me decía que no se las podía tragar. Al llegar comprobé que estaba tratando de ingerir unos óvulos intravaginales. No pudo entender el prospecto porque, sencillamente, no sabe leer”.

Historias como la que cuenta Sonia describen una realidad en la que niñas y mujeres afrontan la menstruación con mucho pudor, tratan de ocultarla y tienen, por lo general, una autoestima muy baja. “Tienen miedo a ser descubiertas, a que huela mal o a mancharse y que se rían de ellas. Es algo que sistemáticamente vemos en las escuelas de Gana o Niger: las niñas, a partir de cierta edad, siempre se colocan en los últimos bancos”, dice a eldiario.es Blanca Carazo, responsable de proyectos en Unicef España.

En España tampoco se habla con naturalidad de la menstruación, recuerda Carazo. “Este tipo de tabúes también se han vivido hasta hace bien poco en culturas como la nuestra. Cuando era pequeña se decía que no podíamos hacer mayonesa en esos días ”porque se cortaba“, y aún a día de hoy las mujeres solemos ocultar las compresas de la vista de los hombres cuando vamos al baño”. Actualmente en nuestro país las mujeres asumen un gasto adicional a lo largo de su vida fértil en productos de higiene íntima. La asociación de consumidores FACUA pidió en 2015 que el Gobierno redujese el IVA de los tampones y las compresas del 10% al tipo superreducido del 4% por ser el nuestro mucho más alto en comparación con otros países vecinos como Francia o Reino Unido.

Muchas niñas ni siquiera van a la escuela cuando tienen la regla. Se quedan en casa durante esos días del mes, con la consecuente discriminación de género que esto supone. Solo en Uganda hay un 50% de absentismo escolar durante la menstruación, según indica Carazo. Niñas que faltan a clase entre 3 y 5 días al mes, lo que se traduce en un menor rendimiento escolar a corto plazo y, a largo plazo, en menos herramientas para tener un buen desarrollo en la vida, para generar ingresos, para salir de la pobreza. ¿El motivo? Muchas veces en las escuelas no hay infraestructuras que les permitan asearse, a lo que se suma la falta de recursos económicos para adquirir compresas.

“Soluciones” a la desesperada

En el último informe de la ONG WaterAid se detallan las vejaciones a las que estas niñas y mujeres se ven sometidas por no poder costearlas. “Muchas tienen que utilizar para comprar compresas el dinero que normalmente dedican a comida u otras necesidades que estos días quedan descubiertas. Algunas, además, utilizan métodos antihigiénicos como estiércol de vaca seco, hojas de los árboles, o se insertan lana de algodón en el útero para intentar cortar el flujo. En los suburbios urbanos es muy frecuente que las niñas recojan compresas usadas de los contenedores y que las laven para usarlas después ellas, con el consecuente riesgo de contraer infecciones e incluso enfermedades extendidas como la hepatitis B”.

La desesperación en muchos casos es tal que las lleva incluso a prostituirse. “Algunas niñas, en un esfuerzo por juntar suficiente dinero para comprar compresas y poder permanecer en la escuela esos días, van aún más lejos, hasta el punto de intercambiar sexo por dinero”, dice Simon Klumpp, de la ONG Zaza África.

En India o Niger, por ejemplo, la situación se agrava cuando la cultura impone que la menstruación implica el paso a la edad adulta, con todas las consecuencias negativas que esto supone: con 13 o 14 años la niña que ya tenga la regla puede casarse, tener hijos o dejar la escuela.

Algo está cambiando

Hablar y educar sobre ello es fundamental. A niñas y niños. Blanca Carazo cuenta emocionada cómo incluso los niños reaccionan positivamente y se involucran en las escuelas donde Unicef desarrolla programas de información, y recalca: “Es imprescindible que se involucre a los hombres, que ellos también conozcan en qué consiste, que lo normalicen. Solo así podemos trabajar para combatir la desigualdad. Algo está cambiando cuando los niños participan”.

Por su parte, Luz Sanch, delegada de la fundación Vicente Ferrer en Madrid, explica que en pequeñas agrupaciones de mujeres en la India llamadas Shangams han desarrollado una serie de talleres para fabricar compresas reutilizables. “Es una forma de llegar a todas las mujeres, hayan podido ir a la escuela o no. Intentamos hacer las cosas más sencillas para que todas lo comprendan y lo lleven a la práctica”.

Los esfuerzos locales se están traduciendo en cambios a escala nacional. Es el caso de Kenia, que desde el año 2011 suprimió los impuestos a los productos sanitarios, incluidas las compresas. Pero aún queda mucho trabajo por hacer. Como señala Cecile Shrestha, lo más efectivo para atajar las desigualdades es “reforzar la educación y la prevención. Y el tiempo. Cambiar la mentalidad y las prácticas culturales lleva tiempo y varias generaciones, pero debemos insistir en los efectos negativos de todo esto, para que las niñas jóvenes cambien cuando tengan hijas”.

Archana Patkar, jefa del programa de higiene menstrual de WSSCC, se pregunta por qué este tema es una cuestión tan ignorada. “¿Por qué todas las convenciones ligadas a planes de acción sobre el terreno abordan los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres pero evitan mencionar la menstruación como uno de los temas más estigmatizados y socialmente silenciados que afecta a un tercio de la población a lo largo del mundo?”.