El bloqueo de la frontera Marruecos - España separa a decenas de familias sirias: “Volveremos a Siria”

Alasha rompe a llorar cada vez que habla con ellos por teléfono desde Melilla. La frontera de Marruecos y España le separa de su pequeño Hamed (7) y su marido. “Pasan los días y no aparecen...”, dice agobiada junto a su otro hijo de cuatro años. Al otro lado de la valla, Kalet les menciona una y otra vez: “Mi mujer y el bebé. Mi mujer y el bebé”, repite frente a la barrera que permanece cerrada para buena parte de los refugiados en plena crisis humanitaria.

El bloqueo de cientos de refugiados en Marruecos está provocando la separación de decenas de familias sirias. Para sortear el control de la policía marroquí, tratan de cruzarla cada día infinidad de veces. Suelen separarse para tener más oportunidades de éxito. Unos lo consiguen, otros se quedan atrás.

Kalet se quedó atrás y vio como Alasha no podía más que mirar hacia delante. Continuó su camino hacia Melilla junto a su hijo de tres años. Ese día Kalet fue feliz. Al menos su mujer y “el bebé”, como él le llama, estarían bien. Pero ya han pasado diez días y no ve el momento de reunirse con ellos. En el otro lado nos enseña fotos de su niño, mientras su otro hijo Hamed las mira sonriendo unos minutos antes de intentarlo de nuevo.

El pequeño agarró de la mano a una adolescente siria y se dirigió con ella al paso fronterizo. El desenlace, como contó eldiario.es este domingo, se resume en las palabras con las que la policía marroquí frenó su paso: “Sirios, no”. Asha, la joven que le acompañaba, trató de convencer a los agentes. El niño no soltaba su mano y miraba a los gendarmes con timidez. Se dieron la vuelta.

Su madre está preocupada, admite en Melilla. “Hablo poco con ellos porque es muy caro. No sé cómo está Hamed, no sé lo que come, no sé dónde va a dormir esta noche”. Al otro lado de la frontera, Kalet cuenta el poco dinero que le queda. “Llevamos dos días durmiendo en la calle”, reconoce a este medio. “El dinero se agota y ya no podemos permitirnos el precio de los hoteles”.

A pocos metros de él, otra familia separada. Tienen ganas de hablar porque se aferran a cualquier oportunidad de que algo pudiese cambiar en las altas escalas. De que el Gobierno español tomase alguna medida para que Marruecos permitiese su salida a España. “Mi marido, Hassan, y mi hijo”, enumera Fatima. Ella aún continúa en Nador junto a su hija de 16 años, Asha.

Cuánto se parece Asha a su hermano. Al otro lado de la barrera que la adolescente observa durante largas horas, aparece su hermano y su padre en las inmediaciones del CETI de Melilla. Mientras Hassan habla de su familia, sus ojos se humedecen, aunque aguanta el tirón con media sonrisa. Cruzaron la frontera hace dos semanas y el refugiado sirio no puede evitar la ansiedad. No puede evitar pensar en un cúmulo de 'qué pasa sí...'

Qué pasa si llega el ansiado momento de su traslado a la Península y ellos no han llegado.

- “Esperaremos. No nos iremos de aquí sin ellos”.

Qué pasa si transcurren los días, los meses, y no aparecen. Si no logran escabullirse de la policía marroquí y pasar el control que les bloquea. Si no consiguen dinero para pagar a los pasadores y asegurar su entrada a España. Si, como amenazaron unos policías marroquíes al grupo con el que suele pasar el tiempo su mujer, “nunca” les dejarían cruzar la frontera.

“Volveremos a Marruecos. Recogeré a mi familia. Y, -hace una pausa- regresaremos a Siria.

- Pero la guerra...

- En Siria... -empieza a hablar de su país y para en seco-. No puedo hablar de Siria, perdón. Me duele. Me duele aquí – se disculpa mientras se toca el pecho-.

Otra mujer sale apresurada del CETI de Melilla. Habla rápido, está agobiada, cree que le podemos ayudar. “Mis hijos, mis dos niños pequeños están en Marruecos. No pueden pasar la frontera”. Maha está desesperada. Sus hijos pequeños no logran alcanzar España. Ellos, de 10 y 8 años, como los cientos de sirios que continúan atrapados al otro lado de la barrera, intentan atravesarla cada día. Pero no lo consiguen. Llevan diez días separados y Maha no sabe qué hacer.

Ella consiguió burlar la negativa marroquí engalanada con típicas ropas marroquíes junto a su hija de 15 años. La adolescente cuenta que en el CETI está bien pero echa de menos a sus hermanos. Mucho. “El Gobierno de España debería abrir las fronteras para los sirios”, sentencia.

Una frase similar la convierte en pregunta un refugiado sirio hospedado en un céntrico hotel de la ciudad de Nador. “¿Por qué el Gobierno español permite que nos tengan separados?”. Como muchos de los que tienen una parte de su familia al otro lado de la frontera, habla sin tapujos. Muestra su foto por si sirviera de algo, poco antes de que un marroquí le pidiese que no hablase “tanto de política”, que podría traerles problemas.

Pero su problema es otro. Su hijo está en Melilla y él no.

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Nota: En este artículo solo aparecen fotografías de aquellos integrantes de las familias que han llegado a España debido, por un lado, al temor de estos a que la publicación de su imagen obstaculice aún más su salida de Marruecos. Por otro, a que la Policía marroquí borró una parte de las fotografías tomadas en Nador.