La larga fila de asientos situada junto a la comisaría del aeropuerto de Gran Canaria está a rebosar de hombres cabizbajos. Aguardan su turno para pasar a las dependencias policiales, donde serán sometidos a una revisión de su documentación, después de haber sido interceptados cuando intentaban subirse a un avión para viajar a la península, tras su llegada en patera. En los alrededores, frustrados y desorientados, cinco ciudadanos marroquíes esperan la llegada del autobús para regresar al punto de partida: “¿Por qué el aeropuerto está cerrado?, ¿me falta algún papel? ¿no nos dejan viajar por el coronavirus o solo por ser nosotros?”.
Una retahíla de preguntas similares es entonada una y otra vez por decenas de migrantes llegados a Canarias en patera entrevistados por elDiario.es durante la última semana. El desconcierto es compartido y el diagnóstico es el mismo: “Hace 15 días, los marroquíes podíamos salir sin problema con nuestro pasaporte. Muchos amigos se fueron. Desde la semana pasada, está cerrado”, explica un joven marroquí frente a la playa de Arguineguín, que se maldice por haber cumplido una cuarentena preventiva y no haberse comprado antes un billete hacia cualquier punto de España. “¿Es temporal o ya nos van a dejar aquí? ¿Nos van a venir a buscar a los hoteles para deportarnos?”, dice inquieto otro chaval desde el complejo turístico donde ha pasado el último mes con poco que hacer y demasiado en qué pensar.
No entienden qué ha cambiado. Por qué antes sí podían comprar un billete y viajar por su cuenta de las islas. Por qué ahora ya no. La información proporcionada por el Ministerio del Interior tampoco responde a sus preguntas, pero sí confirma su percepción. Aunque el departamento dirigido por Fernando Grande-Marlaska lleva meses trasladando una imagen de tapón de migrantes en Canarias para “desincentivar” las entradas irregulares a las islas, hasta hace algo más de una semana el bloqueo solo afectaba de forma contundente a quienes no contaban con un pasaporte en regla ni con recursos propios para costearse los gastos ligados a un viaje a la península. Ellos dependían de los traslados oficiales del Gobierno, autorizados a cuentagotas.
Hace tres meses, la Policía Nacional comenzó a realizar controles “puntuales” al detectar los viajes de migrantes en situación irregular, con sus propios recursos, a distintos puntos de la península, explican fuentes de Interior. El 4 de diciembre, el Ministerio emitió “órdenes específicas” para aumentar los controles en aeropuertos de España en aquellos vuelos procedentes de Canarias. Aunque Interior conocía el tránsito a península desde hace tres meses, por el que cientos de migrantes han ido abandonado las islas de forma paulatina, el “refuerzo total” en puertos y aeropuertos llegó el viernes 11 de diciembre, confirman las mismas fuentes, tras la polémica generada por varios bulos difundidos por PP, Vox y Ciudadanos.
“Antes les dejaban viajar, ahora ya no”
Ese mismo viernes, Aziz se vio obligado a volver al aeropuerto varias veces para recoger a los compatriotas que había dejado allí horas antes. “Me están llamando todos los que estoy dejando. No sé qué pasa hoy pero la policía está frenando a todos”, contaba a elDiario.es ese viernes a través del manos libres de su vehículo. Aquel día, más de 200 migrantes fueron interceptados en los aeropuertos españoles, según fuentes policiales. Era el principio de lo que muchas personas llegadas en patera a Canarias acabarían llamando “el cierre del aeropuerto”.
Bajo, rechoncho y entregado, Aziz se dedica desde el pasado 15 de noviembre a trasladar migrantes desde los hoteles donde son alojados de emergencia a los lugares que necesiten, generalmente el aeropuerto, por un precio muy inferior al exigido por los taxistas oficiales. Desde su coche, el conductor ha sido testigo directo de la evolución de los obstáculos impuestos por Interior al tránsito hacia la península.
“Había días que me levantaba a las cuatro de la madrugada y no paraba de llevar gente al aeropuerto hasta las seis de la tarde. Entonces les dejaban pasar: solía acercar a unas 30 personas al día”, recuerda Aziz. A partir del viernes 11 de diciembre y hasta este lunes, cuando ya corría la voz sobre el aumento de los controles policiales en los aeropuertos, sus carreras continuaron, aunque a un ritmo menor. Su coche, sin embargo, acababa regresando a los hoteles cargado de chavales decepcionados tras ser frenados por la policía: “De los más de 30 chicos que he acercado en las últimas semanas, ninguno ha podido subir al avión. Nadie puede, no hay manera, todo está cerrado”.
Su vehículo suele llenarse de lamentos y preguntas en su regreso a los hoteles. “Yo los devuelvo gratis. No les puedo cobrar, después de que hayan perdido el billete y todo... Salen muy mal. Me preguntan si sé algo nuevo, pero yo no sé nada”, lamenta Aziz, convencido de que esta es su forma de ayudar a los miles de compatriotas que han arriesgado su vida para alcanzar España: “Con lo que gano, solo me da para costear la gasolina y para salir un poco adelante ahora que está todo parado, pero nada más”.
Bajan los intentos
El conductor lleva varios días sin “trabajar”. “Está todo muy tranquilito. Ya no lo intentan porque no tienen ninguna posibilidad de cruzar. Ni por vía marítima ni aérea. Nada”. El despliegue policial en el aeropuerto ya ha empezado a tener los efectos buscados por Interior. Los controles están desincentivando los intentos de viajar a la península de decenas de migrantes que no quieren arriesgarse a ser deportados ni a perder el dinero de un billete de avión.
Muchos de ellos confían en que, después de una semanas, el refuerzo ligado a la pandemia se rebajará. “Esperaré a que el aeropuerto vuelva a estar 'bien' y acaben los controles”, dice un chaval de 19 años que asegura tener pesadillas con la posibilidad de regresar a su país. Fuentes de Interior confirman la disminución de los intentos de viaje de personas en situación irregular durante esta semana, aunque no aporta cifras.
Después de esperar varias horas retenido por la policía, Jalal deambula por el aeropuerto sin saber a dónde dirigirse. Aparenta estar tranquilo, pero no lo está. Acude al mostrador de la aerolínea con la que viajaba para preguntar si podría recuperar el dinero del billete del vuelo que despegó desde el aeropuerto de Gran Canaria hace varias horas. Le dicen que no, se lleva las manos a la cabeza, y llama a su primo, quien le esperaba en Madrid. En una carpeta acumula varios documentos que, pensaba, serían suficientes para viajar, incluido un test de antígenos con resultado negativo.
La Policía Nacional se ha valido en las últimas semanas de las restricciones sanitarias impuestas por varias comunidades autónomas para someter a cientos de migrantes a controles de extranjería en los aeropuertos canarios y frenar su salida de las islas, según confirmaron fuentes policiales a este medio. Una vez que los migrantes son puestos en libertad tras su llegada irregular a España, estos pueden moverse libremente por el territorio español hasta la ejecución de su expulsión. Un pasaporte en regla es un documento válido para tomar un avión, pero la Policía podría detenerlos si detecta su situación irregular en un control de extranjería. Pedir la documentación solo a las personas de apariencia magrebí o subsahariano conllevaría su selección en función de sus rasgos o perfil étnico-racial, una práctica ilegal y por la que España ha sido condenada por la ONU.
Algunos migrantes, tras haberse enterado de la relación de los controles con la pandemia, se someten pruebas diagnósticas antes de intentar viajar a la península para descartar su contagio, aunque este no sea uno de los requisitos exigidos. Aunque no valga para nada. Jalal acudió a un laboratorio de la zona turística de Puerto Rico por esa razón, pero no superó la barrera policial. Ni siquiera su destino, la Comunidad de Madrid, estaba estaba cerrado el día 14 diciembre, cuando intentó viajar. La Policía lo frenó igual.
La ansiedad de la espera: “Mi familia depende de mí”
Este ciudadano mauritano de 33 años y dedicado a la construcción ahorraba desde 2016 para poder costearse su viaje a España. Muestra una foto de sus dos hijas, de dos y diez años, que luce con orgullo en su perfil de Whatsapp. Por ellas y por su mujer vino hasta aquí, cuenta. Por ellas, también, acumula una carga de culpa: “Allí solo trabajaba yo. Ellas dependen de mí. Aquí estoy parado, no hago más que gastar dinero, y siento que no avanzo...”, relata el hombre. Dice estar bien pero, después de varios minutos en silencio, las lágrimas que aguantaba toman el control.
En otro punto del sur de la isla, en unas escaleras próximas a un locutorio repleto de migrantes en busca de información, Mohamed se pregunta si existe algún trámite más que pueda conseguir la luz verde de la policía, y poder así llegar a Bilbao y reunirse con su hermano y su padre.
La maleta de Mohamed son dos bolsas de supermercado. En ella guarda un par de camisetas, unas zapatillas desconchadas y todos los documentos que la policía no vio suficientes para permitir su embarque en un avión hacia el País Vasco: un pasaporte en regla, una declaración jurada de su hermano que acredita que puede mantenerlo, una prueba PCR negativa y un billete de avión ya perdido.
Sin un lugar al que volver
El hombre, de 31 años, lleva tres días malviviendo en una casa junto a otros compatriotas con los que duerme, dice, “como sardinas enlatadas”. Los intentos frustrados de viajar a la península están desencadenando la situación de calle de algunos de los migrantes. Cuando las personas acogidas abandonan los hoteles durante varios días, con el objetivo de intentar desplazarse a otros puntos de España, son dados de baja en la red de acogida estatal. Mohamed salió de su habitación el pasado lunes y no ha regresado. Se queja de que algunas personas ya se han aprovechado de su situación, cobrándole cifras desorbitadas por comprarle algo de ropa de abrigo, “ayudarle” en una serie de “trámites” y facilitarle una habitación donde pasa la noche en condiciones de hacinamiento.
Su hermano llama desde Bilbao preocupado. No llega a entender por qué no le dejan viajar si puede encargarse de todos sus gastos. Se les despierta la ansiedad cuando piensan en la proximidad del 21 de diciembre, la fecha de caducidad de su pasaporte. Si ya es complicado un viaje a la península con un documento en regla, Mohamed y su hermano saben que, una vez extinguido, su salida de las islas se tornará aún más compleja: “Tengo que volver a intentarlo antes una vez más: ¿qué tengo que perder?”, insistía el marroquí, angustiado a su vez por la posibilidad de ser deportado: “Me da mucho miedo, no quiero volver”, se debatía el treintañero. De momento, opta por esperar, sin saber muy bien a qué.
En el final de una larga fila para salir de las islas, se encuentran ellos. Los migrantes que no tienen un “perfil vulnerable” en base a los criterios del Gobierno y carecen de pasaporte válido. En aún peor situación se sitúan quienes carecen de recursos para costear los servicios de facilitadores que ya ofrecen la realización de algunos de los trámites exigidos por el consulado de Marruecos para expedir un pasaporte a un marroquí en situación irregular, como el empadronamiento en Canarias.
Hafid es uno de los desgraciados entre los desgraciados. Este pescador profesional piensa en viajar a Europa desde que su madre murió cuando él tenía 17 años. No tiene pasaporte y su bloqueo en Gran Canaria suma ya dos meses, tras los que ya teme perder la cordura. “A veces creo que me estoy volviendo loco, pero me paro, respiro y me convenzo de que si estoy así es porque dios lo ha decidido”, dice en una plaza de la localidad turística de Puerto Rico. Espera sentado, sin nada que hacer, mientras observa que las pocas puertas por las que ansiaba salir de Canarias parecen cada vez más cerradas.
Otros se han cansado de esperar. En Gran Canaria ya empiezan a surgir los primeros arrepentidos, los que no pueden más. Uno de ellos es Hamza: “No pensaba que iba a pasar por esta situación tan complicada, pensaba que iba a poder ir a la península y trabajar”, decía el joven en el aeropuerto, donde durmió cinco días para rogar a los agentes que lo deportasen a su país. Tampoco eso ha sido fácil.