Una cara arrugada asoma bajo un gorro grueso. Las mejillas son de un rosa encendido, reventadas por el calor y aún doloridas del parto. Shaheen nació hace cinco días. Su madre, Midgin, le parió en mitad del mar, en la barca que les trasladaba de noche a lo largo de la enésima etapa de su éxodo. Ahora completan andando, como si hiciera un año de aquello, la distancia que separa Macedonia de Serbia, junto a las vías del tren en Tabanovce.
Ni Midgin ni su marido Abdul han cumplido 25 años, son sirios, vivían en la zona kurda y huyen del ISIS. Huyen tan desesperadamente que se lanzaron a la ruta hace 9 días a pesar de que la barriga de Midgin cumplía 9 meses. El parto les sorprendió entre el zarandeo de las olas que les transportaban desde Quíos, una isla griega pegada a Turquía, hacia el norte, siempre hacia el norte. Sin anestesia, ni médicos, sin más asistencia que la de los muchos que compartían barcaza con ellos, Midgin dio a luz a un niño.
Le han puesto Shaheen, que significa 'halcón', aunque ahora mismo es más bien una presa fácil para la fiebre carroñera que le acompaña desde el nacimiento. De vez en cuando Midgin acerca los labios a la frente de su hijo, que no llora nunca, para medir su calentura. Los casi cuarenta grados de temperatura con los que el norte de Macedonia castiga las nucas de los que andan se están cebando con Shaheen, que lleva el cuello en carne viva por el sudor.
Midgin, madre del halcón, soporta los kilómetros sin hacer un gesto de dolor, de molestia, aunque tampoco de alivio cuando llega la sombra o de alegría cuando el resto ríe. Su cara moteada de recién parida mantiene la mirada fija en un horizonte que no para de renovar los metros de tierra seca y árboles solitarios. Mantiene al niño, sin embargo, cubierto con mantas malas de colores para protegerlo del sol.
El padre, Abdul, es experto en válvulas de motores. Trabajaba montando y desmontando piezas para talleres o por su cuenta. Nos explica que la amenaza directa del ISIS podría arrebatarle a su mujer como esclava sexual y a su hijo, porque así lo establecen sus normas, y que quiere llegar a Alemania.
Shaheen, el halcón, será libre como refugiado si sus padres consiguen seguir sorteando la muerte en el mar, los gases lacrimógenos, las concertinas, la traición, el engaño del que te mete en un tren para mandarte a un campo de reclusión, la estupidez política y el cinismo. Le quedan, calcula su padre, unos 5 días más. Mientras ellos hacen estos cálculos, los que tienen conexión a Internet - hay gente vendiendo tarjetas SIM en cada cambio de país - comprueban que Croacia y Eslovenia están jugando a ratos a ser Hungría. Que pueden encontrarse con una nueva alambrada en cualquier momento.
Mientras Abdul, Midgin y Shaheen siguen el circuito de caminos, controles y autobuses que les llevarán tan alto como quieran las autoridades, los trenes siguen llegando donde llegaron ellos, a la estación de Tabanovce. Macedonia es ya un país de puro paso para los que intentan la ruta hacia la Unión Europea. En un plazo de tres horas, llegan a esta localidad fronteriza dos trenes repletos. Se repiten momentos como este:
Los brazos salen por las ventanillas para anunciarse, el tren va parando y los pasillos se atestan de prisa por salir. De los vagones salen personas tan diferentes entre sí que resumen cómo y cuánto abarca el horror del que huyen.
Sale un hipster con tatuajes y barba de Mirotic. Sale una pareja de novios cogidos de la mano como si tuvieran billete de vuelta. Sale una familia numerosa con madre e hijas con velo. Sale un hombre de los cuarenta años, solo, con camisa de listas rosas y repeinado como si no llevara los tres días que cuenta que lleva sin poder lavarse. Bombardearon su casa a las afueras de Damasco hace dos años.
Sale una silla de ruedas y sobre ella un hombre que no es viejo es empujado por su hijo, que sí es joven, y que lleva vendada la rodilla, castigada de haber traqueteado cuesta arriba y cuesta abajo con el transporte desvencijado de su padre. No cogen agua, no cogen comida, no se entretienen porque si lo hacen se quedarán atrás en el grupo y porque el hijo necesita parar de vez en cuando para respirar y aliviar la pierna.
Sale un grupo de amigos con camisetas iguales, como impresas para una fiesta que tuvieron hace tiempo. Salen niños y más niños, y sus padres, que los llevan a hombros para distraerles los pies y la tristeza.
Salen del tren y se meten en el fango de un riachuelo, entre los avisperos de los matorrales, a través de los prados secos. Se meten en otro país, donde hay uniformes nuevos y reglas parecidas. Usted aquí no se puede quedar. Anuncian que va a llover y parece imposible pero llueve. La tierra se les pega a los zapatos. El cielo se llena de relámpagos y el verano se termina.