Atta al-Hsumi, de 20 años, se encuentra en el hospital al-Maqased en Jerusalén Este tras recibir un disparo de un soldado israelí que le cortó arterias, nervios y le rompió la tibia y el peroné de la pierna izquierda. “Ya le han operado cinco veces, todavía le queda una operación más. Después, los médicos nos dirán si finalmente hay que amputarle la pierna o no”, explica su tía desde la casa familiar en Beit Lahiya, al norte de la Franja. La mujer se hace cargo de ella desde que su progenitora murió en un bombardeo israelí en 2008.
El pasado 26 de agosto llegó a su fin la operación militar israelí 'Margen Protector' contra la Franja de Gaza. Se firmó en El Cairo un alto el fuego que establecía nuevas medidas que aliviaban el bloqueo contra la Franja y facilitaban el acceso a las tierras agrícolas hasta el mismo límite fronterizo de la línea verde, y la pesca hasta un máximo de seis millas náuticas de la costa. Sin embargo, a los pocos días, los soldados israelíes, tanto por tierra como por mar, comenzaron a abrir fuego contra los palestinos haciendo caso omiso a los acuerdos establecidos.
El estado de Atta es el más grave de entre todos los palestinos heridos por disparos desde entonces. El joven fue disparado desde una torreta militar israelí mientras plantaba cebollas en una pequeña finca, a 100 metros de la línea verde. “Sin previo aviso los israelíes comenzaron a disparar -cuenta el padre del joven-, y mi hijo recibió una bala. Estamos seguros de que fue una bala explosiva. Le operaron una vez en Gaza pero no resultó, no pudieron reconectar las arterias, así que nos dijeron que había que cortarle la pierna. Un médico decidió hacer todo lo posible para trasladarle fuera de Gaza. Tuvo que ir con el hermano de su abuelo porque los israelíes no nos dieron permiso para acompañarlo ni a mí ni a su abuelo”.
Diez días después, el 29 de septiembre, los amigos de Yalal Fawzi, de 14 años, llamaron a sus padres desde el hospital Kamal Adwan, al el norte de la Franja. Yalal había recibido un disparo de bala explosiva. Tenía rota la tibia y cortadas las arterias.
“Me fui con mis amigos a nuestra pequeña finca para regar los olivos”, relata Yalal, un niño que vive en el pueblo beduino de Om Annasser, al norte de la Franja de Gaza-. “Estábamos bajo un olivo y al levantarme sentí un disparo en la pierna. Intenté salir corriendo, pero no podía. Mis amigos vinieron y me sacaron de ahí.”
Otro campesino herido tras el cese el fuego, Rayab Ma’ruf, de 22 años, asegura que no importa a cuántos metros estés de la valla fronteriza. “Incluso si estás a mil metros te pueden disparar. No tenemos seguridad, pero no podemos hacer otra cosa, es nuestro trabajo, nuestro modo de vida.” Rayab también recibió un tiro en la pierna desde una posición israelí al otro lado de la línea verde mientras trabajaba en sus campos.
“Los israelíes son los responsables de todo esto”, continúa Rayab. “Si no nos van a dejar trabajar nuestros campos, que digan que está prohibido, que no digan que está permitido y luego nos disparen. ¿Por qué nos hacen esto?”
Las víctimas de estos ataques aseguran que fueron disparados con balas explosivas o balas 'dum-dum', un tipo de munición mucho más destructiva que las balas convencionales. Penetran la carne, pulverizan el hueso y cortan venas y nervios. En ningún caso hubo disparos de aviso que les permitieran salir corriendo y ponerse a salvo. Los francotiradores israelíes apuntaron en todas ocasiones hacia zonas muy cercanas a la rodilla.
La mentira de las seis millas náuticas
La mayor decepción se la han llevado, sin embargo, los pescadores. Las bases del alto el fuego establecían un límite máximo de seis millas náuticas, distancia que no logran alcanzar desde hace años.
“La situación de los pescadores no ha cambiado. Lo que hoy tenemos es la misma situación que teníamos después de la agresión de 2012. Las agresiones contra los pescadores no han parado. Ningún pescador ha llegado a las seis millas naúticas, a la mentira de las seis millas”, cuenta Zakaria Baker, representante del Comité de Pescadores.
“Los medios de comunicación han hablado de grandes cantidades de pesca. Yo os confirmo que las cantidades exageradas de 20 toneladas son falsas. Eran solo 4 toneladas. Aumentó relativamente la cantidad, sí, pero solo debido a dos razones: durante los 50 días de guerra ningún pescador faenó y el pescado se acercó más a la playa”, continúa Zakaria.
Desde el 26 de agosto, el Comité de Pescadores de la Franja ha registrado 72 ataques con disparos contra pescadores, cuatro barcas confiscadas por la marina israelí y 11 pescadores detenidos. Todo esto a menos de las seis millas náuticas.
Musa (25 años) y su primo Mohamed (18) fueron dos de los once detenidos. “Dos barcos israelíes se acercaron y comenzaron a hacer círculos alrededor de nuestra barca -explica Musa–. Nos ordenaron que nos quitáramos la ropa y saltáramos al agua. Al llegar al barco de la marina nos ataron las manos por detrás, nos vendaron los ojos y nos llevaron a Asdod (en Israel). Ahí un oficial nos interrogó. Nos dijo que estábamos pescando en una zona prohibida y que ese mar no es nuestro, que era suyo y está prohibido que nosotros accedamos a él. Nos dijo: podéis pescar desde la playa”.
Tres horas después, fueron transportados hasta el paso de Erez-Beit Hanun. “Ahí un oficial de la Shabak nos interrogó durante dos horas. Me dijo que lo que habíamos hecho está prohibido y es un acto de terrorismo. Luego me preguntó qué hago además en la vida, quiénes son mis vecinos, con quién paso mi tiempo. Le dije, simplemente soy un pescador, mi vida está entre la casa y el mar. Le pedí que nos devolvieran la barca y las redes que habían confiscado. Le pregunté, ¿ahora cómo voy a trabajar y ganarme la vida? Él me dijo que lo confiscado no se devuelve”.
Yuma’a Zayed, pescador de 70 años, estaba faenando en la playa del norte de Beit Lahiya, a 500 metros de la frontera norte con Israel. “Estaba haciendo como cada día”, cuenta Yuma'a. “Vi que había gran cantidad de pescado y me puse a recoger las redes desde la arena. A lo lejos aparecieron dos jeeps israelíes. Nosotros estábamos tranquilos, no pensamos que fuese a suceder nada. No estábamos haciendo nada malo. Dispararon como unas diez veces. Todos salieron corriendo. Yo quise recoger la red, nunca pensé que fueran a disparar directamente. Mi hijo me dijo: vete, hay un soldado que está encima del jeep apuntándonos. Al escapar, ni siquiera di dos pasos, me disparó”.
Tras la operación, Yuma’a tiene dos grandes cortes detrás de la rodilla debido a la cantidad de metralla que han tenido que extraerle. En esta ocasión, el disparo también fue cerca de la rodilla. “Querían romperme la rodilla, querían dejarme inválido. He perdido unos 200 gramos de músculos, me cortaron venas y tendones. Fue una bala explosiva. Me tuvieron que enviar al hospital central de Gaza, Shifa, donde me operaron dos veces y me dieron doce puntos”.
Las organizaciones de derechos humanos que trabajan en la zona continúan registrando estas violaciones y ataques contra palestinos. Para ellos, antes de hablar de una violación del alto el fuego es una violación de los derechos humanos. “No es nuestro deber perseguir a Israel por violar un acuerdo político”, aseguran. “Los patrones del acuerdo son los egipcios y los estadounidenses. Ellos son los que tienen que hacer el seguimiento en este tema. Nosotros registramos y documentamos las violaciones israelíes para construir archivos y abrir casos para llevar a la justicia a oficiales israelíes no por haber violado un acuerdo político de alto el fuego sino por haber violado derechos humanos”, aclara Fadel al-Mzainy del Centro Palestino de Derechos Humanos (PCHR).
“La ocupación israelí comete violaciones que se han vuelto crónicas. Israel ha violado aquello que ha acordado. Hay disparos y detenciones de pescadores, daños o confiscación de barcos... todo esto en una zona que no sobrepasa las dos millas. En tierra, los campesinos que han sido disparados se encontraban en zonas accesibles”, concluye.