[if gte mso 9]>
Dejemos algo claro desde el principio: no es cierto que “las ONGD” hayan perdido capacidad de movilización social crítica. Simplemente porque ni la han tenido, ni la han pretendido, ni hace 20 años, ni ahora. No sabemos dónde se forjó tal leyenda urbana sobre un tiempo originario en que las ONGD movilizaban a la gente, pero, en cualquier caso, ya va siendo hora de desmontar el mito.
Las acampadas por el 0,7% de mediados de los 90 no fueron obra de las ONGD -siempre, hablando en su conjunto y salvando contadísimas excepciones-. Podemos hablar en primera persona, de la acampada en Barcelona, en la que, a lo largo de más de un kilómetro de la Avenida Diagonal llena de tiendas, solamente había 4 -ni 3, ni 5- pertenecientes a organizaciones dedicadas a la cooperación. Más bien al contrario, fueron las acampadas por el 0,7% quienes originaron indirectamente el fenómeno “ONGD” tal como lo conocemos hoy.
El relativo éxito de las movilizaciones dio el impulso decisivo y la legitimidad social para conseguir que hasta hace dos años hubiera una política pública de cooperación al desarrollo, la promoción de la paz y los derechos humanos en casi todas las administraciones del Estado español. Esto se tradujo en multiplicación de las oportunidades para obtener fondos públicos y no públicos a proyectos, para las ONGD, la inmensa mayoría de las cuales, insistimos, estaba tranquilamente rellenando formularios en sus oficinas, durante aquellas acampadas. Esos años de bonanza han inflado a algunas entidades que, dotadas de un poder económico considerable, han copado los medios y han construido una imagen muy sesgada en el imaginario colectivo, dentro del amplio abanico que la denominación “ONGD” ofrece.
No, señora, caballero: la mayoría de las organizaciones que seguimos trabajando en la solidaridad internacional no le vamos a asaltar por la calle, parapetadas tras personas contratadas en precario que piden su eterna fidelidad y su número de cuenta; ni vamos a hacer una campaña de autopromoción justificada en la autosatisfacción personal de ayudar, patrocinada por bancos que se ganan la vida vendiendo armas o echando a familias de sus casas, y son rescatados con el dinero que se niega a la educación o a la sanidad pública. No somos así.
Durante años se ha buscado cualquier excusa para no molestar a nadie con posiciones políticas claras y comprometidas (ojo, no partidarias, políticas), y seguir manteniendo una relación excelente con el principal financiador de la cooperación o con la gran esperanza blanca de los últimos tiempos para salvar los muebles en el sector: la empresa privada. Se ha optado claramente por el autismo en los asuntos más sensibles en nuestro país, por mucho que fueran los mismos en los que se trabajaba a nivel internacional y se hiciera bandera constantemente de una más que inconcreta “coherencia de políticas”. Nunca se consideró mantener una posición independiente real, y el proceso de conversión en meros ejecutores de una política y una estrategia cada vez más ajenas se fue consolidando.
Nada que objetar, fue el camino de esas organizaciones a las que hoy se asocia pública e insistentemente con el término “ONGD”. Pero que nadie se queje ahora de que la gente les considere irrelevantes en tanto que instrumentos de transformación social. Nadie suele pensar eso de una empresa de servicios en el exterior, que es en lo que se han convertido. Cabría además pedir que no se planteen operaciones publicitarias entorno a su “vuelta a los ruedos” de la movilización social: es triste ver cómo los equipos de “marketing social” desmontan constantemente el significado de las palabras.
En el momento en que la generación que ha despertado a la política con el 15M decida (o no) que debe articular su acción a través de organizaciones, veremos si aquellas estructuras internacionalistas surgidas en los 80 y 90s, que se han mantenido junto a los movimientos sociales durante todo este tiempo, sirven todavía para un propósito transformador. Veremos si son útiles, cuando la lucha por la defensa de los derechos básicos ha llamado a nuestra puerta y nos afectan directamente los conflictos que antes veíamos tan lejanos.
Lo de menos es que permanezcan las estructuras, lo importante es que existan las que se necesiten en cada momento.