The Guardian

Incertidumbre en la frontera con EEUU tras la última medida antiinmigración de Biden: “No podemos volver atrás”

Lorena Figueroa / Amanda Ulrich

Ciudad Juárez (Mexico), San Diego y Tijuana —
10 de junio de 2024 22:26 h

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Ángel Ramos Girón busca un hueco para abrirse paso entre las púas de alambre de concertina que se interponen entre él y Estados Unidos. Tienes los pies en México, pero ya solo unos pocos metros le separan de la puerta 36 del muro fronterizo que divide Ciudad Juárez, México, y la ciudad vecina de El Paso, en el estado de Texas. 

Ramos se ha sentado bajo un pequeño arbusto, cerca del Río Bravo, que marca la frontera entre los dos países. Busca un poco de sombra que lo resguarde de la ola de calor, con alertas por temperaturas que esta semana han superado los 42ºC. Las intensas temperaturas no son lo único que ha complicado la vida a las miles de personas que intentan pasar a Estados Unidos desde Ciudad Juárez. El martes pasado, a cinco meses de las elecciones del 5 de noviembre, el presidente de Estados Unidos anunció una orden ejecutiva que limita la entrada y las solicitudes de asilo.

La nueva medida, que ya ha entrado en vigor, se activará cada vez que las autoridades registren más de 2.500 detenciones por día de personas que intentan cruzar la frontera sin pasar por los puestos de entrada legales durante una semana y se suspenderá si las detenciones bajan a menos de 1.500 en el mismo periodo.

Ramos tiene 27 años y es de Tegucigalpa (Honduras). Desde hace una semana intenta buscar la forma de cruzar a Estados Unidos sin autorización, para poder pedir asilo a la llegada. Había tomado la decisión de atravesar la alambrada de espino ese mismo día, pero tras descubrir que ya había entrado en vigor una orden ejecutiva que establece la deportación inmediata si los agentes lo descubren, es consciente de que la situación ha cambiado.

Ramos Girón y otros migrantes que esperaban frente a la puerta 36 fueron informados de la nueva medida por un periodista, y se quedaron paralizados. “Estoy jodido”, indica Ramos. Su rostro refleja la consternación: “No sé qué voy a hacer, no me queda dinero, nada”.

Los problemas de la otra vía

La Casa Blanca no ha precisado cómo sabrán los agentes federales repartidos a lo largo de los casi 3.000 kilómetros de frontera entre Estados Unidos y México, que atraviesa cuatro estados norteamericanos, que se ha alcanzado la cifra de 2.500 detenciones y se procederá a bloquear más entradas a personas que solicitan protección amparados por el derecho de asilo que contempla la normativa internacional.

A su vez, el despacho oval ha indicado que los migrantes que quieran solicitar asilo sin entrar antes de manera irregular, pueden hacerlo a través de la aplicación móvil CBP One de la Oficina de Aduanas y Protección de Fronteras de Estados Unidos. Esta app les permite concertar una cita con las autoridades estadounidenses. Aunque la utilización de una app podría parecer un recurso práctico y sencillo, lo cierto es que se programan menos de 1.500 citas al día y en estos momentos miles de personas intentan que les den día y hora para una entrevista. Algunos esperan meses al sur de la frontera, a menudo durmiendo al raso o en albergues que están al límite de su capacidad, intentándolo cada día sin éxito.

La aplicación también ha tenido problemas técnicos. “Sinceramente, no nos planteamos utilizarla. Además, tardaríamos una eternidad en conseguir una cita”, explica Salomé Hernández, que se ha quedado parada en la frontera, no lejos de Ramos Girón, con su hermana pequeña, su madre, su primo y su abuelo. La joven de 20 años y su familia tuvieron que huir de Medellín (Colombia) a finales de mayo, después de que su abuelo recibiera amenazas de muerte por ser uno de los dirigentes de la Junta de Acción Comunal, una organización social de esa ciudad. El abuelo de Hernández, que prefirió no dar su nombre por razones de seguridad, cuenta que hombres con uniforme militar le dieron un ultimátum: abandonar su activismo medioambiental para detener la deforestación en una reserva natural de la región del Valle del Cauca y Risaralda, o enfrentarse a que lo mataran.

“No tenemos otro plan”

“No tenemos un plan alternativo si no podemos cruzar la frontera y no podemos volver a nuestro país”, señala, el hombre de 64 años, al conocer la nueva orden ejecutiva: “Es un golpe bajo”. El primo de Hernández, Eduardo, afirma que quiere convencer a la familia de que lo mejor es cruzar la frontera de forma irregular a través del desierto de Nuevo México, al oeste de Ciudad Juárez y El Paso. Cualquier parte del desierto fronterizo puede ser peligrosa, pero el pasado fin de semana la patrulla fronteriza informó de la muerte de cuatro migrantes por calor y deshidratación en esa misma zona desértica que Eduardo estaba considerando movido por la desesperación. Su plan es llegar a Nueva York o Denver, donde tienen familia. De hecho, pregunta al periodista si pueden llegar a Denver a pie. La ciudad está a unos 1.000 kilómetros de distancia.

En la orilla norte del río, en el lado estadounidense de la enorme valla, un grupo de 20 personas esperan frente a la alambrada y un paso cerrado. Ya no pueden solicitar asilo sin una cita oficial, ya que la cifra diaria ha superado con creces las 2.500 personas. Hace horas que esperan bajo un sol abrasador, con niños y al menos un bebé visibles entre el grupo.

Ramos Girón afirma que el desierto es su último recurso. “He sufrido mucho para llegar hasta aquí. El sol no me asusta”, señala. Llegó a México hace dos meses y ha hecho todo tipo de trabajos ocasionales para subsistir y ahorrar dinero para enviárselo a su mujer, a su hija de nueve años y al bebé de 17 meses que dejó en Honduras. Cuenta que las 150 lempiras hondureñas, unos 5,5 euros, que ganaba diariamente como agricultor en Honduras cosechando granos de café y maíz no cubrían las necesidades básicas para mantener a su familia. “Prefiero morir en el intento a que mi familia muera de hambre”, concluye.

En contraste con la conmoción y la desesperación que se percibían el martes en el lado mexicano de la frontera, que han denunciado expertos en derechos humanos y progresistas, en el lado estadounidense no se percibía ningún cambio y reinaba la calma. A más de 1.100 km al oeste de El Paso, en el puerto de entrada de San Ysidro, entre Tijuana, en el norte de México, y California, justo al sur de San Diego, todo transcurría con normalidad.

Este corredor es uno de los cruces terrestres más transitados del mundo, y en el área de San Diego se ha registrado un gran aumento de personas en busca de asilo en los últimos meses. Coincidiendo con la entrada en vigor de la orden ejecutiva, el martes todo estaba tranquilo, y las familias y particulares que viven en la zona seguían sus vidas con normalidad, muchos cruzando a pie el puente que une los dos países. Los trolebuses rojos del centro de tránsito de San Ysidro esperaban para llevar pasajeros a otras ciudades del sur de California, y grupos de personas entraban y salían de los pequeños comercios cercanos a la frontera, cambiando dinero en efectivo en las casas de cambio y pidiendo comida en el McDonald's. Para muchos, cruzar la frontera a pie o en automóvil es algo cotidiano.

Abel Walser, un joven de 26 años de Oceanside de ascendencia mexicana, cruza la frontera con un amigo ese mediodía, con total normalidad. “Estados Unidos es un crisol de razas”, afirma. Explica que conoce a personas que llegaron a Estados Unidos de forma irregular, pero que han superado el dificilísimo proceso, que dura años, y se han convertido en ciudadanos estadounidenses. Para Gustavo Rodríguez, que vive en Tijuana pero nació en San Diego, la orden ejecutiva de Biden es una buena noticia. “Tengo la sensación de que la situación se nos ha ido de las manos”, indica en referencia a las cifras de entrada de migrantes. “Lamentablemente, tal vez hay algunas personas que realmente necesitan [asilo], pero lo cierto es que estamos desbordados”. Por su parte, Erika Palomo pasa por el centro de tránsito bordeado de palmeras de regreso al lado mexicano. “He visto a toda la gente intentando cruzar en busca de mejores oportunidades, sobre todo niños, indica: ”son multitud“. Palomo subraya que en su opinión las madres y los niños deberían recibir una consideración especial en lo que respecta al asilo.

En Tijuana, los automóviles que esperan para entrar en Estados Unidos se alinean hasta donde alcanza la vista. Hombres y mujeres venden churros, caramelos y otros productos mexicanos a los conductores. El control de pasaportes es rápido, pero se puede distinguir una fila diferente, unas docenas de personas, seguramente sin documentación, que esperan cargadas con maletas y apretadas contra una pared, buscando un poco de sombra. Su destino es mucho menos seguro incluso de lo que habría sido 24 horas antes.

Traducción de Emma Reverter.