Leo atónita cómo la Delegación del Gobierno en Melilla habla en un periódico nacional de “presión extrema” en la valla que separa Melilla de África. La periodista, que no pestañea ante las declaraciones ni las cuestiona, hace referencia además a la “tensión en la frontera”, como si de una amenaza de los hunos se tratara. El pulso se me acelera cuando escucho en boca del delegado que “el asalto”, que ha calificado como “una invasión en toda regla”, se ha producido en torno a las 15:00 horas, en la zona del Río de Oro, uno de los lugares habituales utilizado por los invasores en sus intentos de entrada a Melilla.
¿Terroristas acaso? ¿Delincuentes armados? ¿Mafiosos de guante blanco? No: 100 inmigrantes subsaharianos desarmados, descalzos y con la esperanza de buscar un trabajo y encontrar una vida mejor. Tienen como armas sus manos, las ganas de salir adelante y por ello son acosados, perseguidos y maltratados por delincuentes, mafias y, en la mayoría de los casos, por fuerzas policiales en su viaje al Norte. En Marruecos no pueden trabajar, no reciben atención médica, no tienen papeles ni dinero para comer muchas veces, malviven en los bosques, duermen con miedo.
¿Quién ejerce “presión extrema” sobre quién? En febrero de 2010, el Frontex (Agencia europea para la gestión de la cooperación en las fronteras exteriores que no deja de ser un ejército con bastantes secretos) disponía de 26 helicópteros, 22 aviones ligeros y 113 barcos, además de 476 equipos técnicos utilizados en la lucha contra la inmigración “clandestina”: radares móviles, cámaras térmicas, sondas que miden la emisión de gas carbónico, detectores del pulso cardiaco, radar PMMW (Passive Millimetric Wave Imager), etc.
Numerosas organizaciones se hacen eco del preocupante hostigamiento que sufren los subsaharianos en el Norte de África, auspiciados por acuerdos migratorios entre Europa y los países africanos que necesitan mucha más transparencia. Bajo la premisa de que los países africanos se encarguen de controlar a quienes emigran hacia Europa, se esconden violaciones de los derechos humanos, como denuncian muchas organizaciones.
Denunciemos los discursos peligrosos que nos calan dentro. Yo me niego a ver al otro, y más aún al desprotegido, como a un enemigo.