Gracias a su tío, Ebrahim estudió la carrera de Lengua y Literatura Española en la Universidad de Kabul. Cuando Ebrahim era pequeño, le enseñaba los objetos que coleccionaba de España, de Argentina, de Cuba. Debido a la influencia que tuvo el Partido Comunista en Afganistán, en los años 70, hasta el país asiático llegaba la cultura cubana con facilidad: los libros, la música y muchas historias contadas en español terminaron por fascinar al niño. Una vez le llevó al cine a ver una película en español… y ya no pudo parar.
“Cuando llegué a la universidad busqué en el Departamento de Idiomas el de español. Yo ya conocía la cultura y el país, aunque no hubiera estado allí nunca”, relata Ebrahim Satary, uno de los intérpretes afganos que aún no han logrado llegar a España, a pesar de que su nombre estaba en los listados de ciudadanos que debían ser evacuados del país antes del 31 de agosto. Ahora espera en Turquía, junto a su familia, a recibir una autorización para viajar hasta Madrid. Pero allí su situación pende de un hilo: se arriesgan a ser deportados y enviados nuevamente a Afganistán si su papeleo no se resuelve pronto.
Una década al servicio de España
Entre las pocas pertenencias que Ebrahim se ha llevado de Afganistán, las fotografías son los recuerdos más preciados a los que se aferra. Junto a las fotos de su boda y de su familia, hay una diferente. El intérprete posa junto a José Bono y a otros traductores afganos. El exministro de Defensa le pasa el brazo por el hombro y todos sonríen ante la cámara. Es del año 2005. En esa época, Ebrahim tenía solo 24 años, pero ya sumaba dos asistiendo como traductor al Ejército español.
Empezó a trabajar con las Fuerzas Armadas en 2003, cuando aún era estudiante. El Departamento de español de su universidad tenía un convenio con el Ministerio de Defensa de España. Los intérpretes eran contratados en la propia facultad. En la primera unidad donde fue asignado se produjo, meses después, el accidente del Yak-42. Algunos de los militares con los que trabajó codo con codo fallecieron en el accidente de avión cuando regresaban a España. Un bautismo duro, y un recuerdo difícil, en su carrera como traductor.
Él continuó trabajando con los soldados españoles, en una misión tras otra. Trabajó en Kabul, en Herat y en Badghis (una de las provincias más peligrosas, asediada constantemente por los talibanes). Hasta 2011, Ebrahim se jugó la vida por un país que no era el suyo, en el que nunca había estado, pero al que se sentía unido a través de las personas que fue conociendo con el paso del tiempo.
“Hoy tengo casi tantos amigos españoles como afganos”, asegura casi una década después.
En tierra de nadie
En junio, después de que Estados Unidos anunciara su retirada de Afganistán, un grupo de exintérpretes del Ejército español, entre los que estaba Ebrahim, dirigió una carta conjunta a la Embajada de España en Kabul. Solicitaban asilo. La respuesta no llegaba y, ante el ya imparable avance talibán, el intérprete decidió sacar a su familia del país. “La situación de seguridad se deterioraba por momentos”, recuerda.
Después de un sinfín de gestiones, el 8 de julio consiguieron llegar a Turquía. Viajaron con visado de turista. Él, su esposa Khaleda, y sus hijos Belal, Sultana y Arash (de 14, nueve y cuatro años de edad). Su idea era continuar los trámites de la petición de asilo en España desde un lugar en el que, creían, estarían a salvo mientras esperaban.
A finales de agosto, le comunicaron que su nombre estaba en la lista de ciudadanos afganos que iban a ser evacuados desde el aeropuerto de Kabul en los vuelos españoles. Pero ni él ni su familia estaban ya en Kabul.
En medio del caos de las evacuaciones, Ebrahim informó al Ministerio de Asuntos Exteriores de que se encontraba en Ankara, y pidió instrucciones para saber qué tenía que hacer. Le indicaron que debía llevar la documentación pertinente a la Embajada española en Turquía, y esperar. Lo hizo. Pero de eso ya hace más de un mes. Durante este tiempo, su visado de turista ha caducado y se ha quedado en situación irregular.
Sin papeles en Turquía
En Ankara hay otras dos familias afganas en la misma situación que la de Ebrahim: 13 personas en total, seis adultos y siete niños, que ahora se enfrentan al miedo de ser deportados y retornados a Afganistán. “A una de las familias ya le ha llegado la carta de deportación”, cuenta Ebrahim por teléfono. “Y yo he estado a punto de quedarme sin casa, porque el casero se enteró de que no teníamos papeles, y tiene miedo de que no paguemos el alquiler”. Cuenta que otra de las familias se encuentra separada de uno de sus niños.
“En la Embajada solo nos dicen que están pendientes de recibir la autorización desde Madrid para expedirnos el visado, y mientras tanto el dinero se acaba”. Su voz suena desesperada. “No podemos trabajar sin papeles; y nuestros hijos tampoco pueden ir al colegio, mientras ven tristes como los demás niños sí lo hacen”.
El Ministerio de Asuntos Exteriores, contactado por elDiario.es, rechaza dar información sobre este caso. Una unidad de crisis se encarga del caso de Ebrahim y del de las otras familias que se encuentran en las mismas circunstancias en países como Pakistán o Irán, así como los que aún continúan en Afganistán. “Es un departamento del Ministerio que está en la estructura de consulados, y su funcionamiento interno, con el objeto de ser más eficaz, siempre suele ser discreto”, explica un portavoz de la Oficina de Información Diplomática.
Con mucha discreción, pero sin una fecha en firme, el visado de Ebrahim Satary sigue pendiente. “Me costó muchos esfuerzos salir de Afganistán y llegar a Turquía”, recalca, con el temor de no poder dilatar más su estancia en este país. Esa era la parte más complicada de la evacuación.
Cuando los talibanes tomaron Kabul el 15 de agosto y comenzaron las evacuaciones internacionales, el presidente Erdogan se apresuró a decir que no estaba dispuesto a que Turquía se convirtiera en “el almacén de refugiados de Europa”. Justo después, envió tropas a la frontera para blindar los pasos terrestres. Su objetivo era evitar la repetición de la llegada de personas que huyen de la guerra y la persecución, como ya sucedió con el conflicto de Siria. En aquella ocasión, el país acogió a más de cuatro millones de refugiados. No parece que el Estado euroasiático esté dispuesto a hacerlo de nuevo.