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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

“En el sistema educativo israelí la palabra 'palestinos' no existe. Son árabes, no palestinos”

Resistirse a la complacencia en un país militarizado e insensibilizado con la ocupación por décadas del territorio que pertenece a otro pueblo. Esa es la decisión que, por caminos muy distintos, han escogido los jóvenes israelíes Sahar Vardi y Micha Kurz, activistas de Jerusalén, que describen la sociedad israelí como “militarizada” y reconocen cierta insensibilidad en sus compatriotas, que viven “en una burbuja” y toman el conflicto palestino-israelí más como un aspecto teórico que como algo “personal”.

“La sociedad israelí ha sido capaz de ‘despolitizarse’ a sí misma”, explica la activista respecto a la ocupación de territorios palestinos. “La gente puede estar de acuerdo o no, apoyarte o rebatirte, pero nunca es un gran problema, no tiene mucha trascendencia. No sentimos el conflicto como propio, en el lado israelí”, añade Sahar Vardi, activista de 24 años que estuvo encarcelada durante tres meses por haber objetado de hacer el servicio militar, obligatorio para los jóvenes que cumplen 18 años en el país hebreo.

Esa falta de preocupación por el conflicto en general y por las penalidades de la población palestina, que depende de los soldados israelíes que vigilan los puntos de control fronterizos o checkpoints para ir al colegio, al trabajo o al hospital, es una percepción compartida por el ex soldado israelí Micha Kurz, ahora activista propalestino en la organización Grassroots Al-Quds (Jerusalén de base, por el nombre árabe de la ciudad), un grupo de activismo de base que se dedica a fortalecer los lazos entre los distintos barrios de población palestina en la ciudad.

“Cuando terminé el servicio militar, creo que hubo dos cosas verdaderamente cruciales que yo quería que mi familia entendiera. Teníamos discusiones políticas, hablábamos de lo que pasaba, pero lo que era obvio para mí era que mi madre no tenía las claves para saber realmente lo qué estaba pasando realmente en Ramala, que está a 20 minutos en coche de donde crecí. O en Hebrón, que está a apenas una hora conduciendo de Jerusalén”, explica Kurz, cofundador además de la organización 'Breaking the silence' [Rompiendo el silencio], dedicada a recopilar testimonios de soldados israelíes que sirvieron en Cisjordania.

La vida desde un checkpoint

checkpointMicha Kurz entró en el ejército a los 18 años como parte del servicio militar obligatorio y con una clara vocación castrense. “Crecí en los scouts, que en Israel no tratan tanto de entrenar el liderazgo como de prepararte para el Ejército [...] Quería estar en una unidad de élite, ser piloto o soldado de combate”, rememora. Ingresó en 1999, durante la Segunda Intifada, y fue enviado a un checkpoint, donde con apenas 19 años pasó a controlar una población de 900 palestinos que tenían que pasar por su puesto de control para poder acudir al trabajo o a la escuela.

“Yo controlaba toda una población civil, una sociedad entera. Tenía que decidir si la gente podía ir al trabajo, si podía ir a comprar, si los niños iban a ir al colegio ese día”, dice Kurz, que recuerda cómo empezó a percatarse de que la realidad del ejército no era como él la había imaginado.

“El entrenamiento está basado en cómo seguir las órdenes, y no cuestionar lo que dice el sargento [...] Durante mi servicio en el Ejército estuve en Hebrón, en Ramala, y necesité mucho tiempo para entender lo que pasaba. Me di cuenta de que estábamos protegiendo no sólo las fronteras, sino también los asentamientos, y no sólo protegiendo a los colonos, sino permitiendo y apoyando su expansión”, explica Kurz. El entonces soldado ejerce hoy de activista junto a la población palestina de Jerusalén, la mayor área urbana del pueblo palestino, partida por el muro de separación levantado por Israel en 2002 y “capital futura de Palestina”, en palabras del joven israelí.

“Israel es una sociedad militarizada, comenzando por el servicio militar obligatorio, lo cual es una cosa básica. Pero incluso la forma en la que somos educados, la normalidad de ver pistolas en cualquier lugar en la calle. Es algo normal para nosotros, no las vemos, son transparentes. Si te fijas en la publicidad, la mejor forma de vender algo es poner un soldado en el anuncio”, ilustra Vardi, que desde muy pequeña tuvo una visión del conflicto completamente distinta a la de Micha Kurz, al haber visitado desde los 13 años los territorios ocupados y haber tenido relación con los palestinos.

“Descubrí una realidad muy diferente, en la que mis amigos eran ilegales en sus propias casas”

El caso de Vardi era particular en su contexto cercano en Jerusalén no sólo por haber conocido a palestinos desde adolescente –“Hablábamos sobre cosas normales, que odiábamos las matemáticas, pero también descubrí una realidad muy diferente, en la que mis amigos eran ilegales en sus propias casas, o nos llamaban para que fuéramos a recogerlos de la comisaría o de un checkpoint”, relata–, sino también por pensar distinto en una sociedad en la que se educa a los más jóvenes para permanecer a espaldas de la ocupación de un territorio.

“En el sistema educativo, la ocupación prácticamente no existe. La palabra ‘palestinos’ no existe. Son árabes, no palestinos”, dice Sahar Vardi, que cuando iba a cumplir los 18 años, edad del servicio militar obligatorio en Israel, decidió objetar públicamente junto a unos compañeros, y llegó a escribir al primer ministro por entonces, Ehud Olmert.

“Es bastante fácil no ir al ejército si sabes cómo. El recurso de enfermedad mental es la puerta de atrás para librarse del servicio militar, hay un 12% de la población israelí que lo hace cada año”, indica la activista israelí, que tuvo que sufrir tres meses de cárcel y dos de detención por haber decidido objetar públicamente.

Tomar esta decisión le ha acarreado consecuencias más de rechazo social que legales, aunque Vardi explica que recientemente se ha aprobado una ley que permite dar prioridad, ante prestaciones sociales como sanidad, empleo público o vivienda, a quienes hayan servido en el ejército y discrimina a aquellos que no hayan realizado la conscripción militar.

“Las consecuencias políticas y sociales están aumentando. Una de las leyes que se ha aprobado con este propósito es la llamada 'Ley de ONG', que pretende establecer más impuestos a las organizaciones no gubernamentales de tipo político. Entre ellas, hay un grupo de organizaciones que no van a tener ninguna financiación de entidades extranjeras, aquellas que apoyan la resistencia armada contra Israel, las que apoyan el boicot contra Israel, o las que apoyan la objeción al servicio militar”, especifica Sahar, que entiende estas legislaciones como una forma de amedrentar a aquellos que no quieran ir al ejército.

“El pacto se ha roto”

Micha Kurz expone también otra realidad –ya mostrada en 2011 con los movimientos de protesta que se produjeron en varias ciudades israelíes–: que el “pacto” que vinculaba a los israelíes con su ejército a cambio de beneficios estatales está “roto”. “El movimiento sionista se construyó como un sueño socialista de la nacionalidad judía. Mis padres se hicieron sionistas porque se les hizo una promesa. Se ofrecieron servicios públicos, vivienda pública, sanidad, trabajo, pensiones… Lo único que tenías que hacer era servir en el ejército y continuar en la reserva hasta los 45 años”, explica. Ahora, con servicios sociales privatizados y prestaciones disminuidas, la situación es distinta.

“En los checkpoints y en las fronteras no verás soldados de clase media, sólo de clases trabajadoras”, señala Vardi, que asegura que cada vez hay más jóvenes que dejan de hacer el servicio militar obligatorio por motivos económicos, muchos de ellos utilizando la vía de la enfermedad mental, pero otros rehusando de forma pública. “Ahora mismo hay dos objetores públicos en prisión y hay otro que se unirá a ellos el próximo mes”, precisa Vardi, que trabaja apoyando a los objetores y denunciando la militarización de su país.

Como activistas, Micha Kurz y Sahar Vardi son críticos con los procesos de negociación actuales, que ven más como “una representación”, pero no como algo que vaya a tener verdadero resultado. Sin embargo, Vardi sí confía en la importancia del boicot comercial a Israel, que se va extendiendo, y en su influencia futura para la solución del conflicto. “Lo dijo John Kerry [el secretario de Estado de EEEUU], si estas negociaciones fallan, el boicot a Israel va a crecer”.

“Si las negociaciones fallan, el boicot seguirá creciendo –insiste la joven activista–. La gente en el mundo está harta de esto, y está harta de financiar algo con lo que están en contra”.