Justicia para Tobeka Daki, símbolo de la lucha contra las farmacéuticas
El 14 de noviembre de 2016, Tobeka Daki fallecía en su casa de Sudáfrica tras varios años de lucha. De lucha, primero, contra el cáncer de mama que terminó por quitarle la vida. Y de lucha, además, contra la avaricia de la farmacéutica suiza Roche, propietaria de un fármaco para el cáncer, trastuzumab, al que Tobeka nunca pudo acceder por el alto precio del mismo.
El precio de este fármaco, como es habitual, varía según los países y los acuerdos de la farmacéutica con estos. En Sudáfrica, trastuzumab alcanza los 38.365 dólares por año en el sector privado, mientras que los escasísimos hospitales públicos que lo dispensan han de pagar 15.735 dólares.
Un precio totalmente disparatado para el sistema sanitario de Sudáfrica, sobre todo si tenemos en cuenta que el tratamiento anual de trastuzumab puede ser producido y vendido, según diferentes economistas de la salud, por apenas 240 dólares, incluyendo un 50% de beneficio para la empresa farmacéutica.
Como denuncia la Treatment Action Campaing (TAC), Roche está haciendo todo lo posible para mantener a toda costa los altísimos precios del fármaco. En Sudáfrica, por ejemplo, las diferentes patentes sobre trastuzumab le aseguran un monopolio hasta el año 2033.
En muchos otros países, Roche está batallando para prevenir la entrada de versiones genéricas más económicas del producto al mercado, o utiliza técnicas tales como el 'reverdecimiento' (cambios mínimos en las moléculas que no añaden valor terapéutico), para prolongar las patentes que llegan a su fin y conseguir más años de monopolio.
Así que, ante la alarmante avaricia de Roche, el pasado Día Mundial del Cáncer, activistas y organizaciones de todo el mundo (Sudáfrica, EEUU, Reino Unido, Zambia, Brasil…) se movilizaron para pedir justicia para Tobeka y para exigir a la farmacéutica suiza que, en primer lugar, bajase los precios del fármaco y, en segundo, dejase de batallar legalmente para evitar que versiones biosimilares del fármaco entren al mercado.
Sirven como ejemplos los casos de India, donde Roche ha llevado a juicio a la agencia reguladora de medicamentos por permitir la entrada de un fármaco similar de Mylan. También las demandas de la empresa suiza, entre otras grandes compañías farmacéuticas, contra los gobiernos de Argentina y Brasil, que pretenden hacer uso de unas salvaguardas contempladas en los Acuerdos sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual (ADPIC) para poder tramitar licencias obligatorias de patentes de fármacos con precios abusivos y atender así las necesidades de salud de la población introduciendo versiones genéricas de los mismos.
La tendencia en oncológicos
En España el precio de Herceptin, nombre comercial para el fármaco con trastuzumab que Tobeka jamás recibió, ronda los 30.000 euros por tratamiento, casi doblando la cantidad que se paga por Sovaldi, el polémico tratamiento para la Hepatitis C que, debido a su alto precio, no se está distribuyendo entre todas las personas que lo necesitan.
En esa misma línea, leíamos hace unos días cómo desde el Congreso Europeo del Cáncer de 2017 investigadores de todo el mundo denunciaban que muchísimos pacientes oncológicos no están recibiendo la atención que deberían por la falta de acceso a medicamentos para el cáncer y por la subida escandalosa de precios.
Andrew Hill, investigador senior del Departamento de Farmacología y Terapéutica de la Universidad de Liverpool y una de las grandes voces sobre medicamentos y acceso, denunció que entre 2011 y 2016 los precios de algunos medicamentos comunes para cáncer aumentaron en más del 1.000%.
“Fue sorprendente encontrar empresas que aumentan constantemente los precios del tratamiento del cáncer. Cinco tratamientos han mostrado incrementos de más del 100% en los últimos cinco años. En dos medicamentos, busulfán, para tratar la leucemia, y tamoxifeno, para el cáncer de mama, los precios han crecido más del 1000%. También hemos visto cómo algunas empresas se quedan con el suministro de algunos fármacos genéricos contra el cáncer y después elevan progresivamente el precio” asegura Hill.
Esta peligrosísima tendencia pone en riesgo la vida de millones de personas en todo el mundo y la sostenibilidad de los sistemas de salud de todos los países –no solo los más pobres–, incapaces de asumir los altos precios de los tratamientos. Más aún cuando los casos de cáncer entre la población no cesan de crecer. Solo en España, en apenas cinco años, los casos han aumentado un 15% y ya en 2017 se han superado las previsiones establecidas para 2020.
Los fármacos oncológicos tiene cada año un peso más alto dentro del gasto farmacéutico. Alrededor del 12% del gasto farmacéutico total en España se dedica a estos fármacos y la tendencia es al alza. Sin embargo, la subida sistemática de los precios pone en riesgo la capacidad del Estado para afrontar este gasto.
De hecho, Miguel Martin, presidente de la Sociedad Española de Oncología Médica, ya alertó del alto coste de los nuevos tratamientos durante el último congreso de la Sociedad Americana de Oncología Clínica y advirtió que dentro de muy poco tiempo no podremos pagarlos.
En Salud por Derecho llevamos muchos años trabajando para tratar de cambiar un modelo de Investigación y Desarrollo (I+D) de fármacos que se ha demostrado roto, casi siempre al servicio de las compañías farmacéuticas y no de las personas. Los Estados tienen un papel fundamental en la construcción de un sistema de investigación médica eficiente y sostenible, y deben establecer salvaguardas para que los tratamientos que salvan vidas (que en muchos casos se desarrollan en parte con dinero público) lleguen a la ciudadanía y sean asequibles.
Nuestra salud, la de todos, no debe ni puede estar en manos de los intereses financieros de unos pocos, ni debe negociarse en los despachos de unas cuantas empresas.
La salud es un derecho que sigue sin llegar al más de un tercio de la población mundial que a día de hoy carece de acceso a los medicamentos que necesita. La salud es un derecho que se vulnera cada día y que cuesta vidas como la de Tobeka Daki, víctima –otra más– de la avaricia infinita de las grandes compañías farmacéuticas.