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El otro lado de las salas de asilo de Barajas: “Me deportaron, perdí mi dinero y ahora no salgo de casa por miedo”

Gabriela Sánchez

17 de febrero de 2024 22:13 h

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Ni se había atrevido a llamar a sus padres para avisar de que volvía. Tras pasar 10 días en el aeropuerto de Madrid, Jesús regresaba a casa desaliñado, con un “ojo morado”, varios rasguños y la chaqueta rota, cuenta por teléfono desde República Dominicana. “Cuando lo vi así, supe que había salido mal… Todos lloramos mucho. Todo era llanto y más llanto”, describe María Rosa, la madre de Jesús. “Pensábamos que iba a lograr algo bueno, invertimos tanto dinero y ahora lo hemos perdido todo. ¿Qué vamos a hacer ahora?”, se pregunta la mujer desde la misma casa de la que su hijo apenas sale, dice, por temor a que se cumplan las amenazas que desencadenaron su huida frustrada. 

Fernanda (nombre ficticio) y su marido no llegaron ni a salir del aeropuerto de Guayaquil. Después de pasar 20 días en las salas de asilo de Barajas, entonces hacinadas y en condiciones insalubres, su petición de protección fue rechazada por lo que fueron acompañados por varios agentes hasta el avión que les dejó en el último destino antes de aterrizar en Madrid: Estambul. Desde allí, lograron llegar, con muchas dificultades, a su ciudad, pero el miedo les impidió dejar el aeródromo: “Decidimos sobre la marcha irnos a Chile, porque en Ecuador ahora no podemos estar”. 

Son dos de los casos que muestran el otro lado de las salas de asilo de Barajas. El de quienes pasaron allí semanas, hacinados, sin agua caliente y comida insuficiente, para nada. El de quienes, tras ver rechazada su solicitud de asilo, fueron retornados al punto de partida, dejándose miles de euros por el camino. El de quienes vuelven a casa con aún más preocupaciones de las que les habían empujado a intentarlo.

“Venía traumatizado, con dolor de cabeza, muy dolorido… Estaba muy mal por el dinero que se había gastado mi familia. Venía como si se me hubiese acabado el mundo”, describe Jesús, quien fue retornado en noviembre desde el aeropuerto de Madrid. “Dedicamos tanta plata y recibí tanto maltrato… venía traumatizado”, añade cuando explica su viaje de casi 48 horas de vuelta a República Dominicana. Más allá de las condiciones de las salas de asilo de Barajas, denunciadas por Acnur y el Defensor del Pueblo (y aliviadas en la última semana), el dominicano se refiere a la supuesta violencia propinada por los agentes de la Policía Nacional cuando puso resistencia a ser retornado al lugar donde cogió el avión que le dejó en Madrid.

“Me negaron el asilo. Yo quería recurrir, pero no pude hablar con mi abogado, no me dejaron. A la una tenía el vuelo. Me negué a irme y, cuando me llevaban para el avión, me golpearon, me tiraron al suelo. Una chica policía me agarró por el cuello, y me dijo: ‘Tú te tienes que ir a tu país, si no te vas hoy, te vas mañana’”, recuerda el hombre.

Ante su oposición, los agentes no pudieron meterlo en el vuelo. Pasó la noche en un cuarto “de aislamiento”, según su testimonio y el de otros dos testigos presentes en las salas de asilo en la misma fecha. “Allí no había ni colchoneta en el suelo para dormir.  Sin baño, sin agua, hasta el día siguiente. Cuando me sacaron, estaba padeciendo  algunas necesidades como ir al baño, tenía sed, estaba muy deshidratado”, continúa el dominicano. 

Su siguiente vuelo estaba programado para las seis de la tarde. Se negó de nuevo: “Gritaba que tenía problemas, que no podía ir.  Mi familia se había gastado demasiado dinero. No quería que mi familia perdiera la plata ni quería perder la vida.  Por eso me negaba”. Según su relato, seis agentes le golpearon de nuevo para tratar de llevarle al avión. “Me pegaron una cachetada, me golpearon, me tiraron al suelo y me agarraron entre seis. Algunas personas en el aeropuerto me miraban…  y me llevaron de nuevo a la sala de castigo”, dice Jesús. Allí dice haber pasado otros dos días más. Es un cuarto oscuro, sin agua, sin luz. Estaba encerrado solo yo. Ahí solo podía aguantar. Tenía mucho dolor de cabeza, después de tantos días sin comer bien y con frío, hacinados, después me partieron por todos los lados, me rompieron la chaqueta”. 

Otro hombre que pasó por Barajas a principios de noviembre también denuncia haber sido agredido por negarse a su deportación, que finalmente completó después de haberse suspendido un primer intento: una viajera protestó y se negó a despegar por lo que tuvieron que sacarle del avión, según su testimonio. Para retornarle a la fuerza el día siguiente, este joven colombiano asegura haber sido “atado de pies y manos” y haber sido “amordazado” para impedirle gritar, algo prohibido en el protocolo policial que regula las deportaciones.

elDiario.es ha preguntado a fuentes oficiales de la Policía Nacional sobre ambos caso y sobre el uso de la fuerza en este tipo de retornos pero rechazan responder a la petición, pues apuntan que estos episodios, de existir, deberían ser denunciados en los tribunales.

En el tercer intento, Jesús dejó de oponerse: “Ya no quería que me dieran más golpes y decidí irme por mi voluntad”. Alrededor de 48 horas después, llegó a casa. “Estaban mi papá y mi mamá. Ellos no creían todavía que me habían devuelto y me habían dado tanta tortura. Se asustaron al verme. Y, ahora, ¿cómo vamos a hacer para recuperar ese dinero?”.

La deuda y miedo

Jesús se refiere a los cerca de 400.000 pesos dominicanos (unos 6.300 euros) que sus padres pidieron prestados para que su hijo pudiese pedir asilo en España. Para hacerse con el dinero, cuentan, pusieron su casa como garantía: “Solo teníamos nuestra casa y buscamos esa forma para que mi hijo huyese cuando las amenazas recibidas aumentaron. ¿Cómo lo vamos a pagar? Yo no trabajaba y mi marido ahora está enfermo”, lamenta la madre del solicitante de asilo.

Pasados unos meses, la mujer, hasta ahora ama de casa, está tratando de buscar un empleo para limpiar casas con el fin de ir recuperando el dinero perdido. Jesús dice que por el momento no se atreve a salir de casa en busca de trabajos informales, por lo que piensa salir a otra ciudad del país para sentirse más seguro y tratar de saldar su deuda: “Vivo agachado, vivo con miedo”.

Habían pasado casi 20 días desde que Sol (nombre ficticio) recibió la primera llamada de su hijo y su nuera desde el aeropuerto de Madrid. El empeoramiento de la seguridad en Ecuador y varias amenazas por parte de un grupo narcoterrorista empujó a la pareja a marcharse e intentar reunirse con sus allegados residentes en España, según la petición de asilo a la que ha accedido este medio.

Ella les esperaba en Extremadura, tenía todo preparado, pero sus planes se truncaron. Tras pasar semanas hacinados, durmiendo en el suelo, sin agua caliente con la que ducharse y comida insuficiente en las salas de asilo de Barajas, hicieron una segunda llamada. Esta vez desde Turquía. Habían sido devueltos por España y no tenían dinero para volver a su país. 

“Les esperaba en casa, pensaba que iban a lograr entrar en España, pagué mucho dinero a una abogada y de repente me llaman diciendo que están en Estambul. No me podía creer que ni siquiera les hubiesen llevado a Ecuador”, dice Sol. La pareja llegó a España tras hacer una escala en Turquía y, como la compañía aérea es la encargada de costear el retorno de los pasajeros inadmitidos -según establece la Ley de Extranjería-, Fernanda y su marido fueron devueltos a ese país tras la denegación de su petición de asilo 20 días después.

Allí pasaron cuatro días en un limbo, sin dinero y sin apenas poder comprar comida. “Estuvimos allí hasta que mi suegra recolectó la plata de diferentes familiares para poder comprarnos los billetes a Ecuador. Tuvieron que vender cosas suyas y todo”, dice.

Otra huida

Ahora, la mujer no habla desde Ecuador, su país, sino desde Argentina. Fernanda y su marido, una vez regresaron a Guayaquil, no se atrevieron de salir del aeropuerto por miedo, cuenta. De allí viajaron a Chile, donde pasó unos meses teletrabajando. De allí, migraron a Buenos Aires donde ahora se encuentran. “Lo decidimos sobre la marcha, porque allí ahora no se puede estar. El que lo vive no lo quiere volver a vivir nunca más. Al menos no estábamos acostumbrados a que te disparen porque no quieres dar plata”. 

La razón de su huida se remonta a enero de 2022. La ecuatoriana, que cuenta con un negocio en su ciudad, empezó a recibir amenazas después de decidir no pagar a un grupo narcoterrorista (Nueva Generación) que trataba de extorsionarla. La demandante de asilo “no hizo caso” en un primer momento, hasta que subió el tono de los mensajes y llamadas, según la demanda de asilo, que incluye mensajes de texto, denuncias registradas en su país de origen y fotografías.

“Nos dijeron que nos habíamos convertido en objetivo militar y decidimos trabajar en casa durante un tiempo para evitar problemas”, cuenta la solicitante de protección. Tras ello “se presentaron en su empresa ocho miembros del grupo que les amenaza y dispararon al aire para asustar a los empleados”, continúa el escrito. Aunque la pareja cerró su sede y la intentaron trasladar en otra zona de la región, el 28 de septiembre las amenazas regresaron y la extorsión aumentó, siempre según su declaración ante la Policía española.

En octubre de 2023, quienes les amenazaban “fueron a casa de su cuñada” y amenazaron con matar a Fernanda. “Fue entonces cuando decidí que no podíamos seguir allí”, dice la ecuatoriana, ahora refugiada en Argentina.

De nada sirvió. Tanto la petición de asilo como su reexamen fueron denegadas por el Ministerio del Interior. La Audiencia Nacional también rechazó las medidas cautelarísimas solicitadas por su letrada.

Cuando una persona pide asilo en un aeropuerto español, la solicitud no se estudia por el procedimiento habitual sino que se activa una fórmula acelerada con a que Interior decide si el expediente es admitido a trámite. Según la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) este proceso para demandar protección es menos garantista, dado que los criterios son “más restrictivos” y las condiciones en las que se realiza la primera entrevista no suelen ser las idóneas.

“En frontera, las personas solicitantes están retenidas, acaban de llegar de su país, muchas veces después de escalas múltiples, aturdidos, es normal que su testimonio no sea tan completo o que incluso presente incoherencias”, detalla Elena Muñoz, responsable del área jurídica de CEAR, organización que presta asistencia letrada en las salas de Barajas. La abogada ha tenido casos en los que las peticiones de protección son inadmitidas en el aeropuerto y, posteriormente, esas personas entran a España por otra vía, piden asilo dentro del país, ya más tranquilas, y su demanda es aceptada.

Menos garantías

Sobre la actual situación de las salas de asilo de Barajas, la letrada asegura que se ha producido una mejoría de las condiciones en las últimas semanas, después de meses de alertas de CEAR, el Defensor del Pueblo y Acnur. “Ya no hay los retrasos que había antes y las entrevistas salen en uno o dos días. Tampoco se produce esa situación de hacinamiento”, apunta Muñoz, aunque la letrada no cree que las respuestas impulsadas por el Gobierno supongan una solución definitiva: “Se ha resuelto con medidas coyunturales. Ante este repunte se han abierto unas salas temporales, se ha frenado la entrada de algunas nacionalidades para evitar hacinamiento, pero esto puede volver a pasar en cualquier otro momento”.

En un descanso breve para comer, Fernanda cuenta por teléfono desde Argentina que ya le da vueltas a cómo volver a intentar migrar a España. Debe recuperar algo de dinero, dice, pero cree que, si ya no puede estar en su casa, el mejor lugar para empezar una nueva vida ante el incremento de inseguridad en Ecuador es trasladarse al país donde vive gran parte de su familia: sus padres, su suegra y uno de sus hijos. “Si quieren hacer algo por nosotros, en este momento en el que he perdido tanto, que me dejen estar con la familia. No necesito que ningún Estado nos mantenga. Podemos hacer plata, ¿por qué no me dejan reunirme con ellos? Nos hemos gastado todos los ahorros en ir y hacerlo todo bien para pedir asilo, para nada. Seguimos rodando y rodando y nadie hace nada… ”, dice con una impotencia que acaba por romper su voz poco antes de volver de nuevo a su puesto de trabajo.