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“Si en vez de llegar vosotros hubieran sido los guardacostas libios, nos hubiéramos tirado al agua”

Bebé rescatado por la ONG Proactiva Open Arms

Fabiola Barranco

A bordo del Open Arms —

Con el solsticio de invierno llega el día más corto del año. Aunque muy probablemente, las 313 personas rescatadas el 21 de diciembre por el barco de la ONG española, Open Arms, lo recuerden como el más largo de sus vidas.

Una vez a bordo del buque de la organización humanitaria, en cada rincón, se escuchan palabras y gestos de agradecimiento porque saben que ya están seguros. La inmensidad del mar al caer la noche, esta vez, la viven desde la cubierta del Open Arms y no desde unas inestables y atestadas lanchas de plástico.

“¿Dónde estamos ahora? ¿Cuál es el país más cercano?”, preguntaban unos chicos palestinos que llegaron en la primera embarcación, desconcertados aún. No podían imaginar que apenas habían alcanzado unas millas desde la costa libia.

“Si en vez de llegar vosotros, hubieran llegado los guardacostas libios, sé que mucha gente nos hubiéramos tirado al agua antes que volver a Libia, eso es un infierno”, decía uno de ellos. “Allí me han encarcelado y conocí a un joven somalí que estaba en los huesos, queríamos darle algo de comida, pero no nos lo permitieron. A los dos días murió”. Comienza a relatar este joven palestino, rodeado de otros supervivientes, su experiencia en el país del norte de África.

El cuerpo de Emran, un niño de 14 años, está marcado por las secuelas de este “infierno” libio. “Hace unos días, en Libia, me dieron una paliza, al principio perdí la visión de un ojo”, dice al destaparse el gorro de la sudadera para señalar un bulto en la sien, aún cubierto de sangre seca. Este niño, al que la vida le ha obligado a ser adulto demasiado pronto, viaja solo. “Mi familia está en mi país”, explica en un inglés no nativo que emplea para ayudar como traductor en la primera atención médica del equipo de Proactiva Open Arms, pero también para mostrar su agradecimiento.

A sus 23 años, Blessing sabe lo que es huir sola de su país y sortear las atrocidades cometidas en Libia, que afectan de manera especial a las mujeres. “Mi hijo nació allí, mientras yo estaba encarcelada”, cuenta con un hilo de voz acariciando a su bebé de seis meses. Una criatura que tiene el don de arrancar una sonrisa a su madre y que después de pasar la primera siesta a salvo, se gana el cariño de cualquiera que hacerle la mínima carantoña.

“No tenemos más opción que ser valientes”, dice Charity, otra nigeriana de 25 años, que también salió de su país, amenazado por la intromisión del grupo terrorista Boko Haram. Ella ahora cuida de otra mujer embarazada y de su amiga Blessing, a quien se refiere como “hermana”.

Todas ellas están en una de las zonas más resguardadas del Open Arms. Con la llegada de la tercera embarcación, Sali Sanou (23 años), originaria de Burkina Faso, y su bebé recién nacido se unieron a este grupo de mujeres que se han convertido en el vivo ejemplo de la sororidad.

Sam, como se llama la criatura, “se encuentra en estado crítico”, según el equipo médico. El recién nacido, que llegó temblando de frío, envuelto en mantas caladas del agua del mar que se coló en el bote de goma, fue evacuado, junto a su madre, unas horas después en un helicóptero de los guardacostas de Malta.

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