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El conflicto en Sudán desencadena una emergencia humanitaria dentro y fuera de sus fronteras

La sudanesa Bediria Ali Adam construye un refugio temporal para su familia en el Centro de Tránsito Renk en Sudán del Sur

Fabiola Barranco

Todas las guerras arrasan llevándose vidas por delante o empujando al exilio a los supervivientes. Algunas, incluso, a este dolor tienen que sumarle el silencio de la comunidad internacional mientras la población civil y organizaciones humanitarias reclaman el fin del horror en un grito de auxilio que muchas veces sienten como un eco vacío. Sin respuesta. 

Esta descripción encaja con la realidad que se vive en Sudán desde que el pasado 15 de abril estallaran en Jartum, la capital, intensos enfrentamientos entre dos facciones militares, extendiéndose a otras partes del país.

“El alcance y la brutalidad de los combates son cada vez mayores, afectando a la población de Sudán, y el mundo guarda un escandaloso silencio, aunque persisten impunemente las violaciones del derecho internacional humanitario”, denunciaba Filippo Grandi, el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el pasado 31 de octubre. 

“Casi seis millones de personas se han visto forzadas a abandonar sus hogares; más de un millón han huido a países vecinos, a menudo frágiles, y algunos de ellos ya se han desplazado a Libia y Túnez, y están cruzando el Mediterráneo en endebles embarcaciones hacia Italia y el resto de Europa”, apuntó Grandi,apelando también a la “responsabilidad” de la comunidad internacional de actuar.  

Escapar y buscar refugio dentro de Sudán

Este conflicto armado ha provocado importantes flujos migratorios en busca de un lugar seguro: ya hay 4,8 millones desplazados internos y casi el 76% proceden de Jartum. 

Muchas de estas personas se desplazaron hasta la localidad de Wad Madani, a 130 kilómetros de la capital. De allí es Abdelraheem Osman, un joven de 29 años quien movilizó a otros amigos y amigas para transformar una antigua escuela primaria en un refugio temporal, tanto para refugiados de otros países que habían buscado seguridad en Sudán, como para sudaneses desplazados internos. 

Abdelraheem sigue dedicado a la acogida en este centro comunitario que alberga a 125 familias, junto con otros jóvenes que lo habitan y se encargan de organizar el comedor o identificar y derivar a personas enfermas o en situación de vulnerabilidad a organizaciones que les brindan apoyo. “Aquí se prestan todos los servicios que podemos”, explica Abdelraheem. “Todos somos jóvenes —el más joven tiene 14 años— pero con una mentalidad grande. No queremos quedarnos cortos”.

Luai Mowafag es otra de las personas que se esmera en facilitar la vida de quienes allí comparten espacio después de perderlo todo. “Escapé de la guerra —en Siria— y vine a Sudán para sacar a mi hijo del ambiente de guerra”, cuenta este refugiado sirio que ahora da clases de alfabetización y aritmética para los más pequeños, ofreciéndoles la oportunidad de continuar su educación, pero también un espacio seguro donde recuperarse de los traumas de la guerra. “Estos niños son tan importantes para mí como mi hijo”, asegura Luai. 

Crece el flujo migratorio en mitad de la crisis humanitaria

La experiencia de Luai como refugiado sirio en Sudán nos recuerda que el país además acoge a personas de otros lugares. Antes del conflicto desatado en abril, Sudán albergaba a más de un millón de personas refugiadas, convirtiéndose en la segunda población de refugiados más alta de África. La mayoría provenía de Sudán del Sur pero también de Eritrea, Siria, República Centroafricana o Etiopía. 

Esto explica que algunos de los que ahora escapan de Sudán hacia países vecinos como Chad, Sudán del Sur, Egipto o República Centroafricana, no solo son población local. Se calcula que 191.265 refugiados que ya residían en Sudán antes del conflicto se han tenido que desplazar por segunda vez intentando regresar a sus hogares o buscando refugio en otros territorios, aunque eso signifique desplazarse a zonas inestables o que no están preparadas para recibirlos. 

Chad es el país que más población recibe, con 450.000 solicitantes de asilo, en su mayoría mujeres y niños. Estos desplazamientos a gran escala implican importantes riesgos en el camino y ponen a prueba los servicios y recursos del país gravemente afectado por una crisis humanitaria, política y socioeconómica.

Le sigue Egipto, que ha recibido a 337.230 personas de Sudán. Desde junio, las autoridades egipcias exigen un visado. Esto ha provocado que muchos se dirijan a la frontera, teniendo que aguantar precarias condiciones ante falta de alimentos o saneamiento, durante el tiempo de espera para cruzar a Egipto. 

El punto fronterizo de Joda, entre Sudán y Sudán del Sur, también es delicado. Por esta ruta han pasado cerca de 300.000 mil refugiados sursudaneses antes refugiados en Sudán y que vuelven a su país, aunque allí las condiciones de vida y seguridad sean extremas.

En República Centroafricana el éxodo es menor pero la situación también es complicada. Dada la inseguridad en la frontera, en mayo comenzó un plan de reubicación a zonas más seguras.

Una llamada a la respuesta de la emergencia humanitaria

Al juntar las piezas de este rompecabezas, el resultado es una emergencia humanitaria que afecta a Sudán y países limítrofes. Los últimos enfrentamientos están añadiendo más complejidad a la ya difícil situación humanitaria del país, donde se calcula que casi 16 millones de personas necesitaban ayuda humanitaria de algún tipo en 2023 antes de esta nueva crisis.

Se estima que más de seis millones personas han huido de Sudán a los países vecinos. Siendo la mayoría mujeres, niñas y niños que escapan con lo puesto, recorriendo peligrosas rutas. Sus necesidades más urgentes son agua, alimentos, refugio, asistencia sanitaria, artículos de socorro, prevención de la violencia de género y apoyo psicosocial.

Para paliar esta situación, ACNUR está presente en Sudán y países de acogida, centrando su asistencia en protección, sanidad, refugio, agua y saneamiento y educación. Pero la Agencia de la ONU para los Refugiados solo ha conseguido recaudar el 33% de lo imprescindible para poder brindar la ayuda necesaria. Por eso, reclama colaboración a la sociedad para lograrlo y no dejar atrás a 24 millones de personas que necesitan asistencia humanitaria y servicios de protección.

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