Mamadou (nombre ficticio) acude cada día a las principales calles del centro madrileño con su manta a cuestas cargada de mercancía para vender. Cuando ve a la Policía, echa a correr tratando de evitar una multa o una sanción que pueda provocar su expulsión de España.
Este viernes ha asistido a la plaza Nelson Mandela, en el barrio madrileño de Lavapiés, para protestar por la muerte de su compañero Mame Mbaye Ndiaye tras sufrir un infarto cuando llegaba a su casa después de una persecución policial.
“Yo trabajo en la manta, como Mame. Solo queremos comer y pagar el alquiler. Solo queremos vivir”, reitera. A pocos metros está Ousmane, que también prefiere no revelar su nombre. Cuenta que trabajó un tiempo en la venta ambulante con Mame. “No somos ladrones, yo me tenía que buscar la vida. ¿Me pongo a robar o a vender droga? No, no quiero hacer daño. Lo único que nos queda es esto”.
Ousmane ha logrado encontrar trabajo en una empresa de la que prefiere no dar más detalles. El joven habla con indignación de las persecuciones policiales que, dice, sufren a diario sus compañeros en el centro de Madrid. “Nos duelen, pero nosotros nunca tenemos la razón. Si alguien se cae, es nuestra culpa. Hay mucha gente que no puede trabajar porque tiene algo roto”, asegura.
Su denuncia y la de otros compañeros era compartida por Mbaye, que, según recuerdan, estaba muy comprometido en lucha contra la situación del colectivo. Este jueves, se le paró el corazón cuando llegaba a casa tras una de esas operaciones policiales que tanto denunció. “Los hechos ocurrieron tras una redada y persecución racista. La policía les propició patadas constantes para que cayesen y poder detenerles”, aseguran desde la Asociación de Inmigrantes Senegaleses en España (AISE).
El delegado de Seguridad del Ayuntamiento de Madrid, Javier Barbero, ha afirmado que la Policía ya no perseguía a Mbaye en el momento del infarto en la calle Oso, pero ha confirmado que hubo una persecución 20 minutos antes del desfallecimiento del joven. “Lo que hemos visto en nuestra calle es que venían tranquilos caminando, no sabemos si les han perseguido hasta la calle Oso. De repente uno ha caído a plomo”, contó la pareja que llamó a la Policía a eldiario.es.
“Quizás no murió en el momento de la persecución, pero si no hubiese corrido tanto, no le hubiese pasado”, defiende Serigne Mbaye, portavoz del Sindicato de Manteros y Lateros de Madrid, quien, según indica, llegó en la misma patera que Mame Mbaye a Santa Cruz de Tenerife. “Y que te persiga la Policía es el día a día de los manteros, no es un hecho aislado. Operaciones policiales hay todos los días”, recalca.
Cheikh Ndiaye, de la AISE, pide ampliar el foco al resto de personas racializadas: “Lleva más de un mes habiendo redadas racistas en Lavapiés, lo vivimos y sufrimos a diario”.
“Humillaciones, violencia física y abusos”
No es la primera vez que los manteros denuncian los riesgos que corren en la venta ambulante. Hace un año, el colectivo se concentró ante el Congreso de los Diputados y denunció que estaban siendo víctimas de “humillaciones, violencia física y abusos” como, por ejemplo, que la policía se quede con su mercancía.
La Asociación Sin Papeles de Madrid (ASPM) sostiene que se han reunido “al menos en siete ocasiones” en los dos últimos años con el Ayuntamiento para denunciar las presuntas agresiones policiales que dicen haber sufrido en la capital. “Hemos denunciado 20 agresiones de policías a manteros y lateros. Desde vejaciones y tortas, cosas por las que no te hacen un parte médico, hasta una fractura de brazo o una lesión en la espalda. Convence tú al latero al que le han partido el brazo de que denuncie al agente”, explica Marta Herrero, abogada de la ASPM.
“El colectivo de manteros es lo más pacífico que me he encontrado. Tienen un miedo pavoroso a denunciar”, agrega. La letrada asegura que el Consistorio ha respondido que ha iniciado una investigación de la que aún esperan respuesta. La organización también ha elevado varias quejas al Defensor del Pueblo.
“Es una espiral infinita de persecución”
“El día a día de un mantero es levantarse, preguntarse dónde puede ir a vender, si está lloviendo, hace viento o hay policía cerca. Solemos decirnos 'Desayuna bien', porque, cuando sales de casa, piensas en que no vuelves hasta mañana. Muchas veces te quitan la mercancía y no te dan ni un resguardo” [que lo acredite], explica Serigne Mbaye.
Sin papeles, reitera, “no puedes hacer nada, no puedes tener un contrato, estas condenado a vender porque no tenemos otra cosa”, añade. Los expertos y activistas consultados coinciden en que el hecho de estar en situación irregular y sus precarias condiciones de vida empujan a estas personas a vender en el top manta, pero también están en la base de parte de los riesgos que aseguran vivir a diario.
“El racismo institucional ejercido mediante la Ley de Extranjería condena a muchas personas a vivir excluidas y sin derechos”, ha denunciado SOS Racismo en un comunicado. “Por este tipo de trabajo les pueden sancionar, se generan antecedentes penales y esto les imposibilita regularizarse. Es una espiral infinita de persecución”, apunta Tania García, de la ASPM.
Además de las multas por vender en la vía pública, el top manta puede costar condenas de cárcel. Tras la entrada en vigor del nuevo Código Penal en 2015, la comercialización de productos falsificados puede ser castigada con una pena de prisión de seis meses a dos años y multas.
“La falta antigua se ha sustituido por un verdadero delito. Si a una persona condenada a multa le pillan otra vez porque sigue vendiendo y se le vuelve a condenar, pueden imponerle pena de prisión, y como tiene antecedentes, seguramente le obligarían a cumplir”, señala Jaime Montero, abogado penalista. Las multas pueden oscilar, denuncian los colectivos de manteros, “entre los 700 y los 2.000 euros”.
Esta sanción, a su vez, abre la puerta a una deportación, ya que si un migrante –aunque tenga papeles– hace frente a sanciones de más de un año se le puede retirar la residencia y ser expulsado de España, según la Ley de Extranjería. “Se les expone a diario a la posibilidad de ser deportados por su situación irregular, pues se les identifica y luego se les puede abrir el expediente de expulsión” explica Marta Valdaura, del área de migraciones de centre IRIDIA.
“Saben que en cualquier momento les pueden devolver a sus países, ya sea tras meterlos en un CIE o con deportaciones exprés”, prosigue. Los colectivos de manteros de todo el Estado llevan más de un año luchando por lograr la despenalización del top manta.
Por su parte, en declaraciones a eldiario.es, miembros del Gobierno municipal han reconocido que “podrían haber hecho más” para acelerar medidas que se han ido anunciando con el fin de mejorar la situación de migrantes y manteros en la capital, como la tarjeta de vecindad, un documento que les permitiría acceder a los servicios municipales. “Los manteros están abocados a estar en situación irregular, que no es un delito, y eso equivale a ser invisible para las administraciones y limita sus derechos”, concluye Herrera, de ASPM.
“Nosotros no disfrutamos de la vida”
La persecución policial, alertan varias fuentes consultadas, además de generar situaciones de “estrés máximo” entre los que huyen, agrava el estigma que pesa, en ocasiones, sobre este colectivo. “La imagen que se da es que estas personas están haciendo algo mal, porque están siendo perseguidas y penadas. Esto no es un problema que se pueda solucionar con persecución policial”, asevera Valdaura.
“¿Qué necesidad hay de perseguir tanto a una persona que te tiene miedo? Primero, es el peligro de cruzar la calle como sea, el riesgo de chocarte con niños o mayores. La Policía lo que busca corriendo y esposando es dar una imagen mala a la gente. Cuando me perseguían y me veía corriendo como un animal me daba vergüenza, porque sabía que no he robado”, coincide Serigne Mbaye.
El activista habla en pasado. Ya no vende en la manta: ahora es socio de un restaurante ecológico e integrante de una cooperativa. “Yo no me quito mérito y doy gracias al apoyo de gente, pero es muy difícil superar esta barrera”. Asegura que desde el Sindicato de Manteros trabajan en alternativas para que la gente no se vea forzada a vender en la calle. E insiste: vender en la manta no es el sueño de nadie.
“Los manteros sueñan con hacer otras cosas, porque no hay nada mejor que vivir como la gente, tener tu contrato, ir tranquilamente a trabajar. Nosotros no disfrutamos de la vida, nos olvidamos de divertirnos, solo te preocupa moverte sin que te persiga la poli”.
También era el sueño de su amigo, fallecido este jueves. “Mame siempre pensaba en no vender en la manta, pero es lo que tenía. Si hubiese tenido los papeles, este chico no habría tenido que buscarse la vida”, sentencia.