Entre los sueños de Marie Faye nunca estuvo migrar a Europa. Su único motor para hacerlo, explica, fue el amor por el conocimiento que le había transmitido su padre en Mbour (Senegal), donde creció entre libros en una familia de clase media. “Mi padre era muy intelectual. Le gustaba mucho leer y escribir, y nos educó en la idea de que había que estudiar. A mí siempre me ha gustado mucho estudiar, no sé por qué”, reconoce con una risa tímida en una entrevista con eldiario.es.
Por esta razón, de todas las frases que han pronunciado los políticos españoles en los últimos meses, a Faye le revuelve una en especial. La menciona de memoria. “Santiago Abascal (Vox) dijo sobre los inmigrantes: 'No tengo ningún problema con el color de las personas sino con lo que tienen dentro de la cabeza”, recuerda.
“¿Qué tengo dentro de mi cabeza? Estas personas no te conocen, no quieren hacerlo, ni hablar contigo. ¿Cómo pueden hablar de ti entonces? Muchas veces dan a entender que los inmigrantes somos menos, que no sabemos leer ni escribir. ¿Cómo que no sé leer ni escribir?”, responde.
Marie Faye tiene 32 años y hace seis que vive en Barcelona, donde cursa las últimas asignaturas del grado en Dirección y Administración de Empresas e impulsa junto a varios socios la cooperativa Diomcoop. El camino para llegar hasta aquí, sin embargo, no ha sido fácil. Sobrevivió haciendo trenzas en la playa y vendiendo en la manta mientras sorteaba el laberinto administrativo para poder volver a estudiar y regularizar su residencia en España. “Cuando me dieron los papeles, dije: ¿Es este papel solo? ¿no hay nada más? Fue decepcionante”, comenta con una carcajada.
Su historia, dice, es “una muestra más” de esa realidad que “los políticos no quieren conocer”, defiende. “Hay personas que están vendiendo en la calle y podrían hacer mucho más, pero no se les da la oportunidad ni el espacio para demostrarlo. Si se les da la posibilidad de estudiar, estudiarán. Si se les da la oportunidad de ser médicos, lo serán. Hay gente con bastante talento ahí fuera, no se les puede tratar como si fueran menos. Para conocer esto, hay que hablar con ellos”, insiste la exmantera.
“Los políticos tienen que dejar de creer que pueden comprender a los inmigrantes sin conocer su realidad. Para hacer políticas reales y adecuadas sobre estas personas, tienen que saber sus necesidades reales y tomar medidas de igual a igual, ni desde el 'pobrecitos' –como si no pudieran hacer cosas por sí mismos– ni desde el otro extremo, el de 'diablos' – con todas estas frases de que 'nos están robando', 'vienen a por las ayudas'…–. Así todo el mundo sale ganando, porque las diferencias culturales suman, no restan”, prosigue.
De la facultad a la manta, de la manta a la facultad
Faye aterrizó en Europa hace más de una década, con poco más de 20 años, con un objetivo: estudiar Derecho y Ciencias Políticas. Cuando finalizó el bachillerato, consiguió un visado de estudiante que le permitió entrar en la universidad en Francia. Se instaló en la periferia de París y se puso a trabajar para poder mantenerse.
“Como no tenía familia, terminé dejando los estudios para trabajar y eso hizo que perdiera mis papeles”. El Derecho tampoco terminaba de convencerla. “No me gustaba para lo que quería hacer. No encajaba con mi visión. Lo mío son los números”, apunta.
Tras cuatro años en el país galo, decidió mudarse a Barcelona. “Tenía una tía lejana aquí, por eso me surgió la oportunidad. Pero me tuve que buscar la vida”. Sin papeles, pasó cuatro años vendiendo en la manta, aunque también trabajó en la limpieza, cuidando niños o haciendo trenzas en la playa. Esta última fue la peor experiencia. “A veces, la forma en la que registraban dónde tenías el dinero era muy humillante. Por eso decidí no continuar, no querían que me desnudaran cada vez que entrara en la playa solo por hacer trenzas. Cuando vendía en la calle había mucha persecución policial, pero te cogían solo las cosas, no te desnudaban”, dice.
Empezó vendiendo abanicos, después imanes y pulseras. “Nunca vendí nada con marca. Como había estudiado Derecho sabía los problemas que traía y muchos compañeros también me habían dicho que así era más probable que te ficharan y nunca acabas de conseguir los papeles”, explica.
También cuenta que se negó a correr cuando llegaba la Policía. “No veía lógico correr delante de una persona como yo, que me persigue como si fuera un animal. Veía gente vendiendo droga y robando delante de nuestras narices y yo, solo por vender, tenía que correr. No. Siempre que venía la Policía, como soy un poco pequeña, me metía dentro de la gente y me diluía, pero no corría. Si no había más remedio, les dejaba mi mercancía y me iba”.
Recién llegada de su etapa de estudiante en París, se recuerda a sí misma molesta cada vez que desplegaba su manta en la acera. “Al principio, me lo tomé como una humillación, como una cosa muy indigna. Iba con la cabeza agachada, me molestaba hacerlo. Pero pasado un tiempo, me di cuenta de que era lo más digno que podía haber hecho en ese momento. Es muy duro psicológicamente, pero empiezas a mirar alrededor y a aprender un montón. Comencé a ver de otra forma a mis compañeros y la actividad, a tener estas ganas de luchar”.
De esas fuerzas, asegura, nació su siguiente meta: volver a la universidad. “Estar en la manta me abrió los ojos, también para saber que podía aspirar a más”. Comenzó entonces una larga batalla para tratar de convalidar sus estudios. “Me costó años”, apunta con un profundo suspiro. “No solo por mi situación administrativa. Aquí hay tantas barreras para la gente de África occidental... Para tener papeles, para estudiar, para hacer una actividad económica, para acceder a créditos, para tener tu cuenta bancaria... Hay trabas en todos lados”, esgrime.
“Para poder acceder a la universidad tuve que hacer un montón de formación y estudiar catalán. Traje mis estudios para que me los convalidaran, me pedían documentos que sabían que no podía conseguir, pero yo continuaba insistiendo. Presenté los estudios que tenía de Francia, ¡de la UE! y tampoco me los convalidaron. Lo intenté de mil formas”.
Finalmente, consiguió entrar en la Universitat de Barcelona superando la prueba de acceso para mayores de 25 años, en la que logró inscribirse con su pasaporte. “Hasta en esto tuve problemas, no me querían inscribir. El director me vio y preguntó por qué. El único motivo es que no tenía papeles”.
Al principio, compaginó los estudios con la manta. Llegaba a clase cargada con los imanes, los libros y los cuadernos. A la salida, vuelta a la calle a vender. Así estuvo dos años, hasta que, en 2017, dejó la venta ambulante irregular cuando nació Diomcoop, de la que es socia fundadora y responsable de administración. La cooperativa, formada por antiguos manteros, tiene varias líneas: gastronomía, servicios de vigilancia, moda. “Empezamos solo con compraventa de productos de Senegal y acabamos montando nuestro propio taller. Hemos sacado una marca de ropa, Diambaar”, explica Faye.
En total son 15 socios, de los cuales 12 han podido regularizar su situación administrativa gracias al proyecto. “Queremos buscar soluciones o por lo menos ser una luz de esperanza para que la gente vea que se pueden hacer las cosas de otra forma. Si quieren que participemos en la economía de este país y nos cierran puertas, tenemos que abrir ventanas. Si damos herramientas suficientes, las personas sacan todo lo que tienen. Hemos tenido un crecimiento brutal”, afirma.
“Los políticos deberían centrarse en cosas más graves”
El 28 de abril, Marie Faye no podrá votar en las elecciones generales porque la Constitución restringe este derecho a quienes cuentan con nacionalidad española. Sigue el debate político desde la banda, observando cómo, con la irrupción de la extrema derecha y el impulso de las declaraciones xenófobas, la inmigración se cuela en determinados discursos de campaña. “Nos quieren meter en todas las salsas. Tendrían que centrarse en cosas más graves que pasan en su país como el desempleo de los jóvenes o la pobreza energética. Deberían impulsar la industria o hacer unas economías más justas para que no haya tanta desigualdad. Pierden mucho el tiempo en temas más triviales como la inmigración”, opina.
“Lo que más me molesta cuando hablan de nosotros es que nunca piensan en los inmigrantes reales, dan por hecho que el inmigrante es negro y viene de África y se olvida que la mayoría son europeos, seguido de los asiáticos. Se focaliza la atención en los mismos y de una forma muy negativa, cuando la inmigración ha traído muchísimas cosas buenas a España. La economía se disparó porque hubo una entrada masiva de inmigrantes, y eso está en sus propios libros”, prosigue.
Considera que hay varias medidas “urgentes” en inmigración que el nuevo Gobierno debería tomar. “Lo primero es eliminar, o por lo menos cambiar, la Ley de Extranjería, porque es una ley muy arbitraria e injusta. Obliga a las personas a actuar dentro de la ilegalidad y después te dice: ‘¿Por qué actúas dentro de la ilegalidad?’. Pues porque me has condenado a eso. Es lo primero para que tengamos un trato más igualitario, por ejemplo al buscar trabajo”, reitera. También apunta a otras medidas como el fin de las identificaciones racistas, el derecho al voto o un mayor acceso a los visados en los países de África occidental.
“Evitaríamos la situación actual, en la que mucha gente está muriendo en el Mediterráneo sin que a nadie le importe porque no son consideradas personas. Los chicos que están vendiendo en la calle han intentado venir con visado muchas veces y se lo rechazaron. Tú dime que no puedo llegar a algo y lo haré todo para llegar, los seres humanos somos así. Tendré que coger una patera, pasaré por el Sáhara, por Libia y por Marruecos, pero llegaré”, esgrime Faye.
Es la misma determinación con la que persigue su próximo objetivo: regresar a Mbour para poner en marcha un nuevo proyecto social. “Lo estoy preparando, necesita tiempo”, dice sin dar más detalles. “Estar aquí ha sido un camino de aprendizaje, pero no nos tenemos que conformar”.