Durante sus dos primeros meses de vida, Mary James dormía sin manta sobre un somier de acero en el interior de un pequeño y húmedo refugio en medio de un abarrotado campo de desplazados. Ahora, duerme en una cama del hospital de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Malakal, Sudán del Sur, luchando por su vida.
Cada vez que Mary, de apenas tres meses respira, emite un sonido áspero cuando el aire se abre camino a través de sus diminutos pulmones enfermos. Cuando llora, su cuerpo se contorsiona por el esfuerzo de la respiración. Hasta hace nada ha estado conectada a una máquina de oxígeno para poder respirar.
Mary vive en el recinto de Protección de Civiles (conocido por sus siglas en inglés, POC) de Naciones Unidas en Malakal, en el norte de Sudán del Sur. A medida que avanza la estación fría, los niños como Mary que sufren neumonía y otras infecciones respiratorias. Estas patologías constituyen más de la mitad de las hospitalizaciones en la sala de pediatría del hospital de MSF en el POC, el único recurso de atención médica especializada en el campo. Hace unos días, un brote de malaria provocó que el hospital se colmara de niños con convulsiones. Cuando todas las camas estuvieron ocupadas, muchos pacientes tuvieron que dormir en colchones dispuestos en el suelo.
“La causa principal de estas enfermedades es el hacinamiento y las condiciones de vida deficientes”, explica mientras hace la ronda de la mañana Yasser Sharaf, médico de MSF. Desde la puerta del hospital se contempla parte de un recinto donde casi 50.000 personas han buscado y protección. Miles de tiendas de campaña y refugios improvisados construidos con plásticos se suceden hacinados en un espacio tan pequeño que sus ocupantes tienen que transitar en fila india o de lado por algunos de los pasajes más estrechos.
Las familias que llegaron hace tres meses viven en las peores zonas del campo. La población acogida en él creció en verano después de que 16.000 personas se vieran obligadas a huir tras el recrudecimiento del conflicto, la violencia y la desnutrición. La mayoría de ellas viajó de noche en pequeñas canoas desde el cercano municipio de Wau Shilluk, en la otra orilla del Nilo Blanco, donde hacía meses que resultaba del todo imposible hacer llegar la asistencia humanitaria. Llegaron al campo sin apenas nada.
Nya Gaw, de 40 años, estaba entre este grupo. Antes trabajaba como matrona y tenía una carrera profesional. Vivía en un hogar de clase media y ahora depende casi por completo de la ayuda humanitaria. En el POC vive con otras 55 personas en una tienda de campaña comunitaria y con el suelo de tierra. Sentada en un rincón diminuto, el pequeño espacio que le corresponde, Nya arranca los tallos de un montón de hierbas de hoja verde llamadas lum. Se trata de un alimento que se utiliza como último recurso y que se busca fuera del campo para complementar las escasas raciones mensuales de alimentos.
Nya llegó a Malakal con dos hijos, pero su familia ha crecido desde entonces. A pesar de sus difíciles circunstancias, Nya ha adoptado a otros cuatro niños que fueron separados de sus padres durante el conflicto. Nadie sabe dónde están. Todos los miembros de la familia ampliada de Nya comparten una sola cuna y un par de esteras de plástico que colocan en el suelo para dormir. Apenas disponen de un espacio equivalente a una habitación individual para todos.
En esta estación, el frío y la humedad aumentan cada vez más por la noche mientras el aire vibra con los mosquitos. Las zanjas y los callejones estrechos que separan la tienda de Nya de las demás están repletas de lodo y agua estancada. En esta zona del campo hay poco más de cuatro metros cuadrados de espacio por persona muy por debajo de los 30 metros requeridos por las normas humanitarias internacionales.
En pocas palabras, las condiciones de vida de Nya son el caldo de cultivo perfecto para la aparición de enfermedades. Nya recuerda que dos niños que viven en su tienda han sido ingresados en el hospital de MSF recientemente mientras señala con un gesto hacia las zonas, también de dimensiones reducidas, en las que viven sus familias.
“Por la noche, todo el mundo tose y las infecciones se están extendiendo”, dice Nya, un comentario repetido por muchas madres en el campo. “Necesitamos más espacio.”
Falta de espacio, letrinas y agua
El recinto tiene un tamaño de unos dos kilómetros cuadrados, pero solo un tercio de ese espacio está asignado por Naciones Unidas para que familias como la de Nya puedan vivir en él. En esta superficie no hay zonas para ampliar servicios vitales como fuentes y surtidores de agua, duchas y letrinas y, mucho menos, para abrir escuelas, espacios recreativos o mercados.
A unos 200 metros de la tienda de Nya se suceden un conjunto de grifos rodeado de una larga hilera de bidones. Los grifos están conectados a una cisterna que se llena de agua dos veces al día, pero ésta nunca llega a estar completamente llena. Un grupo de mujeres lleva esperando en fila durante horas. No siempre consiguen el agua que necesitan. Las letrinas, en realidad la escasez de ellas, son otro de los graves problemas que acucian al campo. En la sección más grande del POC hay menos de una letrina por cada 70 personas. Una mujer se queja de que la gente defeca en las pocas duchas disponibles para lavarse.
En estas condiciones, no es de extrañar que a menudo se formen colas antes del amanecer ante los pocos centros de atención primaria de salud del campo. Las clínicas cierran a las cinco de la tarde y cada segundo domingo del mes éstas cierran y los habitantes del recinto no cuentan con atención primaria. Cuando esas clínicas de campaña están cerradas, las largas colas se trasladan a la entrada en la sala de urgencias del hospital de MSF. Muchos de los pacientes, como le ha pasado a la pequeña Mary James, llegan en estado grave.
Ha caído la noche. De vuelta en el hospital de MSF, Mary está mucho mejor. Duerme bajo una mosquitera en la que será su última noche ingresada. Desgraciadamente, cuando se marche volverá al mismo refugio frío y en el mismo campo hacinado donde es probable que enferme de nuevo.
La vida en este campo es todo cuanto Mary ha conocido. Ella y miles de desplazados necesitan urgentemente que las condiciones del campo de Malakal mejoren.