En Melilla, una ciudad que fue un fuerte y en la que unos se juegan la vida por entrar y otros por salir, hay un método muy popular para entrar en los barcos que llevan a la Península. Cada miércoles, viernes y domingo el buque de la compañía Peregar carga decenas de camiones con chatarra, cenizas o residuos que en Melilla no pueden ser tratados. En esos camiones, ya sea en un contenedor cerrado o en un volquete cargado con piezas de hierro oxidadas se esconden los que acumulan desesperación: menores y decenas de argelinos bloqueados desde hace meses en la ciudad.
“Esto no puede seguir así. Me tiemblan las piernas. Primero, porque puede morir una persona. Pero también porque si ocurre algo me van a llamar a declarar y quién sabe lo que pueden pensar”. El martes a mediodía Pepe, un trabajador del punto limpio de Melilla, se desahogaba. Con ayuda de la Guardia Civil acababa de sacar a dos jóvenes del camión de la chatarra, escondidos en una especie de zulo horadado entre centenares de piezas de desguace.
El operario explica entonces que el lunes por la tarde temió lo peor: “Vimos que había uno. Le llamábamos, tirábamos de él, pero no respondía”. “Es una locura”, repite su superior, que se plantea cambiar el sistema de carga del material. Sobre la chatarra habían colocado (como habitualmente) varios motores de centenares de kilos de peso que pueden hundir la débil estructura que han construido los polizones. Cuando llega a su destino, el camión vuelca su contenido. Los muchachos estaban en la parte trasera: “Un día van a llegar a Málaga, van a levantar el camión y los va a reventar”.
El joven que llenaba el camión se dio cuenta de su presencia cuando reparó en que la carga en la zona central abultaba menos que un par de horas antes. El día anterior habían descubierto a otros cuatro. Llevan una mochila con algo de pan, agua, quizá un bocadillo y esperan llegar al supuesto paraíso en las entrañas de una ballena cargada de chatarra. Las cámaras que vigilan el almacén están rotas desde hace un par de semanas. Desde entonces, a cada carga (seis u ocho al mes) ocurre algo parecido.
El método se ha popularizado durante los últimos dos meses. Los chicos, a veces menores, se cuelan cuando creen que la carga está completa, escarban y construyen un zulo; o bien suben al camión en plena marcha, aprovechando la reducción de velocidad en los semáforos o los giros. Ese mismo día a la salida del almacén esperaban media docena agazapados en el terraplén contiguo. El intento sólo se frustró porque el camión salió a la pista de tierra escoltado por otro vehículo.
Los intentos en el Puerto: “Tengo a tres amigos allí”
La noche del pasado martes era fácil distinguir las siluetas de al menos cuatro personas sobre el mismo camión, ya aparcado en el puerto a la espera de que alguien lo cargara al barco. Junto a las vallas que separan el puerto de la subida a la ciudad vieja un residente en el CETI observaba: “Tengo a tres amigos allí”. Esta semana han dicho a los argelinos del centro de estancia temporal para inmigrantes que sólo aquellos con familia tienen posibilidades reales de lograr asilo, quizá en junio; el resto serán probablemente devueltos a Argelia. Están interesados en que la prensa conozca sus historias, por lo que abordan a los periodistas. Hace un mes se manifestaron frente a la Delegación del Gobierno. Llevan en el CETI desde enero, algunos antes.
Algunos afirman huir del Ejército: “A mí intentaron sobornarme para que matara a alguien y yo no soy un asesino”. Muchos, de su gobierno. Otros, de terroristas y bandidos que controlan zonas del desierto y que no ven con buenos ojos a quienes han estudiado. Fuentes policiales explican que varios tienen órdenes de expulsión, de ahí el bloqueo de sus expedientes. Y todos coinciden en que su esperanza está en el barco.
“Aquí no puedo trabajar”
“Aquí no puedo hacer nada. No puedo trabajar. No tengo una cama propia. Algo tengo que hacer”, explica uno de la media docena consultados para este reportaje. Llevan seis, siete, ocho meses así. Según varios residentes, al menos una veintena han logrado colarse en el barco en las últimas semanas. Cifran su tasa de éxito en uno de cada diez o doce. “Peregar”. Es la palabra (el nombre de la compañía) que repiten los migrantes, casi como una invocación.
También intentan colarse en el Peregar muchachos, algunos menores teóricamente tutelados por la ciudad, y otros abandonados a su suerte cuando cumplieron la mayoría de edad. En semanas o días pasan de la tutela a la ilegalidad, de la que es casi imposible salir. Mouaziz lleva trece años en Melilla. Observa el barco al otro lado de la verja, pide un cigarrillo y dice: “Insh' Allah subiré [a la Península]. Insh'Allah estaré arriba en Ramadán”. Pasa la medianoche. ¿Dónde vives? “¿Dónde voy a vivir, hermano?”, repregunta con mueca de no comprender la absurda pregunta del periodista. “En la calle. Cerca de La Purísima. O aquí en las rocas”.
Junto a la garita que la Guardia Civil tiene en la curva de la carretera que sube a la ciudad vieja pasan cada día 15, 20 o 30 chicos como Mouaziz. Apenas una valla levantada sobre un poyete estrecho les separa del agente, al que piden tabaco y fuego. Desde la verja hay una caída de unos cinco metros y un chaval que no levanta más de metro y medio para, sonríe, pregunta por una conocida al periodista, y se suelta de manos para mostrar una chancla rota. Y vuelve a reír cuando observa que su gesto nos asusta. Es una verja que sólo añade riesgo. Los chicos lo ven como un obstáculo menor, pero a veces resbalan y al caer se rompen un brazo, la pierna o la cabeza. Al menos un menor ha muerto de esta manera en el último año. El agente avisa por radio: “Van cinco 'MENAS' (Menores No Acompañados) más”. Se dirigen al extremo del puerto.
Un responsable de la oficina de la naviera relata esta anécdota: en una ocasión, la Guardia Civil les recomendó poner candados a las hormigoneras. “Lo hicimos y cuando fuimos a abrir, una semana después, la llave no encajaba”. Los habían sustituido por otros nuevos, que alguien había cerrado desde fuera. “Decidimos dejar de poner candados porque pueden morir ahí dentro”.
A las cuatro o las cinco de la madrugada sueltan sus cuerdas para bajar el muro, ahora hacia el lado donde están atracados los barcos, y allí vuelven a encontrarse con la Guardia Civil. A la carrera u ocultándose entre los coches, intentarán llegar al refugio que es el barco. Pocos lo consiguen. Un agente habitual en el puerto asegura que cada año rellenan unos 3.000 impresos de reingreso de menores en el Centro La Purísima. Los suben en el coche, los devuelven al centro y por la mañana vuelven a encontrarlos merodeando. “Es todo una gran mentira”, repite obcecado.
“Allí sólo puedes acabar muerto o en la cárcel”
En este triste juego de policías y aspirantes a polizones son frecuentes las denuncias de porrazos y también las denuncias cruzadas. El 3 de mayo 40 chicos intentaron subir al barco a la carrera. La Guardia Civil informó de un “intento masivo perfectamente organizado” en “auténtica avalancha”. De los 16 que llegaron al buque, 13 eran menores de edad, según el instituto armado. Uno de ellos sufrió un traumatismo. Según Rosa García, de la asociación de niños de la calle 'Harraga', unos quince niños tenían moratones y contusiones al día siguiente.
Muchos vienen de Fez y llegaron a partir de la apertura de la línea ferroviaria a Nador. “¿Qué vas a hacer en Fez, hermano? Sólo hay peleas y robos. Allí sólo puedes acabar muerto o en la cárcel”, contó un día Bilel, un chaval aún menor de edad.
Apenas tres días después, el 9 de mayo, la Guardia Civil informó de que había “rescatado” a quince “menores” de una batea con chatarra y adjuntó algunas de las fotos que acompañan a este reportaje. Según la nota, otras 58 personas intentaron acceder al barco aquella noche.
La foto situada sobre estas líneas fue tomada un viernes 29 de abril junto al CETI de Melilla. El chico también se llama Bilel y es de Fez. Estaba hambriento y de un sucio gris porque se había escondido, en vano, entre sacos de ceniza. Se quedó dormido a la puerta del CETI.
El lunes de la misma semana ese chico estaba en Málaga junto a la noria del puerto. “Hola amigo”, dijo, y apareció bajo una capucha. Parecía menos sorprendido de haber logrado su propósito de lo que estaba el periodista. Pretendía llegar a Francia en autobús y ahora sus amigos no están seguros de dónde está. Dicen que quizás en Barcelona. Y concluyen: “Insh'Allah yo también Península”.