Se acerca la tarde y la niebla empezaba a penetrar en Ceuta. Las playas ceutíes aún estaban repletas de vecinos y turistas, cuando el móvil de una funcionaria del área de menores empezó a recibir fotos de una intensa bruma aproximándose al espigón fronterizo. “Mañana parece que nos llegan más”, les dicen algunos de sus compañeros. Las imágenes y mensajes le hacían sospechar que, al día siguiente, los ya saturados centros de acogida, esos limitados espacios que el Gobierno local lleva semanas tratando de estirar todo lo posible, recibirían nuevos menores a los que atender con cada vez menos recursos. Y así fue.
Horas después, ya entrada la madrugada, la oscuridad y la calima cubrían todo el horizonte. Uno de los vehículos de los guardias civiles desplegados frente a las playas de la costa mediterránea de la ciudad autónoma aparca en una explanada ubicada en un entrante rocoso con una amplía perspectiva del lugar donde, dicen, ya hay decenas de personas en el mar. Se espera que muchos sean menores. El agente coloca frente a sus ojos una suerte de prismáticos de alta tecnología y dirige su mirada no sabe muy bien adonde.
“¿Hay chavales nadando por aquí?”, le pregunta elDiario.es. El guardia levanta las manos en señal de desconocimiento y señala hacia el agua, hacia el cielo, hacia la niebla o hacia todo junto porque en ese momento la espesa bruma impide diferenciar una cosa de la otra. “Parece que sí, pero cómo podemos saberlo así... Estamos intentando estar pendientes para que, si hay alguien, los saquemos de ahí. Espero que podamos sacar a esas criaturas y que no se quede ninguna, como nos pasa otras veces”, dice, poco antes de colocar de nuevo el aparato sobre sus ojos. “Con esto supuestamente se ve algo más, pero con esta niebla todo es muy complicado”.
La misma niebla es la que les empuja a saltar, ante las menores posibilidades de control policial debido a la baja visibilidad, pero también es la que también los pone en mayor peligro, al tener que nadar sin apenas ver nada y generalmente con mayor oleaje. Desde la costa la niebla apenas permite observar las luces de la embarcación de la Guardia Civil que patrulla la zona despacio en busca de los nadadores que, desde Marruecos, se lanzaron al mar desde las costas de Castillejos. A veces aparecen, pero vuelven a ocultarse bajo la bruma. Horas después, a medida que el viento se lleva durante algunos momentos la calima, la patrullera empieza a detectar en el agua a las primeras personas que nadan entre la oscuridad.
Salen empapados. Muchas de sus caras transmiten miedo y un profundo agotamiento. Caminan descalzos por la orilla, despacio, cabizbajos. Cumplen las órdenes de los agentes que los custodian y que acabarán por decidir su destino en base a las directrices recibidas: si se quedan o son entregados de nuevo a Marruecos. De ellos, en la madrugada del domingo, 12 eran menores y permanecerán en la ciudad autónoma. El resto de ellos, si eran adultos, marroquíes y fueron detectados por los guardias civiles, en principio serían devueltos al lugar del que partieron. Durante el resto de la jornada, las entradas de chavales no cesaron ni a plena luz del día hasta el punto de que la Guardia Civil y la Policía Nacional decidiese desalojar la playa fronteriza del Tarajal, después de que decenas de nadadores llegados desde Marruecos tratasen de pasar desapercibidos entre las familias ceutíes que disfrutaban de la playa en ese momento, para evitar ser detenidos por la Guardia Civil, ante el riesgo de ser devueltos.
Tres días antes, durante la madrugada del miércoles al jueves, fueron 47 los niños y adolescentes llegados a la ciudad autónoma. Así, en los días y semanas anteriores, decenas de chavales buscan atravesar los espigones fronterizos de la ciudad, en un goteo casi constante, intensificado especialmente durante el mes de agosto, cuando la autonomía ha recibido más de 230 menores de un total de 630 en lo que va de año.
Illias estaba en medio de esa oscuridad fundida con el agua y una espesa bruma hace cerca de un mes. El niño, que dice tener 15 años, es bajito, menudo y aparenta contar con aún menos años de los que asegura tener. En una de esos días de niebla, como las que vive Ceuta en las noches pasadas, el menor esperó durante horas con un amigo de su misma edad desde las cinco de la tarde sobre unos cartones en el monte. Esperaban allí el momento adecuado para intentarlo, cuenta el adolescente.
Esperaron hasta las 12 de la noche, cuando bajaron a la playa y se juntaron otro grupo de chicos con el mismo objetivo. “Cuando vimos a los agentes entretenidos, salimos corriendo y nos metimos en el agua. Éramos 15 y llegamos seis. Al resto los devolvieron”, recuerda el pequeño en la acera de una de las carreteras que dirigen al centro de acogida de Ceuta donde reside. “Había niebla. Estuve nadando dos horas. Fue muy difícil”, describe el menor, quien dice haberse echado al mar vestido con camiseta y pantalón, sin otro tipo de preparativos que acostumbran a llevar quienes migran a nado, como flotador, aletas o traje de neopreno.
Poco después de llegar a la nave habilitada en la ciudad como punto de primera acogida de los menores migrantes, Illias llamó a su madre. Su familia no sabía que se había lanzado al mar. Le dijo que estaba en España. “Se puso muy contenta”, dice el pequeño con una tímida sonrisa y los ojos muy abiertos.
“Seis baños para 120 personas”
Cuando Illias llegó a Ceuta, aunque los centros de menores ya se encontraban por encima de su capacidad, aún no se había producido el pico de entradas de niños y adolescentes registrado en agosto. Solo en este mes han llegado más de 230 menores del total de 600 registrados en lo que va de año. El pequeño dice que percibe un cambio en algunas de las condiciones de acogida, aunque prefiere quejarse poco: “Hay muchos chicos mayores y hay problemas con ellos, pero hay que tener paciencia”, responde el niño.
Adnan lleva más tiempo y se empieza a quejar un poco más. Alcanzó Ceuta a nado hace siete meses. El deterioro de las condiciones de acogida en este tiempo, dice, es evidente. El centro donde está alojado, llamado Piniers 4, se creó para albergar a 36 personas. Ahora son más de 120. “Antes vivíamos muy bien, pero ahora somos muchísimos más en el mismo espacio”, cuenta el muchacho, de 17 años y procedente de la localidad marroquí de Beliones, próxima al espigón fronterizo de Benzú, ubicado en la costa atlántica ceutí.
“Somos ciento y pico y hay seis baños. Seis retretes y seis duchas. Imagínate”, detalle el adolescente, quien dice que ahora deben hacer largas filas cuando van al baño. “Aunque tengamos muchas ganas, hay que esperar”, sostiene, mientras asiente su amigo de toda la vida, con el que nadó durante alrededor de 45 minutos hasta Ceuta.
Desde el área de menores del Gobierno de la ciudad autónoma, confirman las impresiones de Adnan. “La saturación que vivimos pone en peligro todos los servicios, toda la atención que podemos brindar a estos niños: la sanidad, educación y somos conscientes del riesgo de hacinamiento... No podemos atender a los 470 que tenemos ahora mismo”, dicen desde el departamento encargado de cuidar a los niños tutelados. El centro donde vive Adnan estaba pensado para alojar a 36 niños. A medida que las llegadas aumentaban, la ciudad autónoma ha habilitado espacios donde dormir en otros módulos que no estaban pensado para ese fin, donde se han introducido literas para poder acoger al máximo de niños. “Estamos intentando poner nuevos retretes o crear un nuevo comedor para que no tengan que esperar tanto tiempo para comer, pero nos pilla el toro. Debido a las particularidades de Ceuta, todo tarda mucho más”, sostienen desde el departamento encargado de los menores.
El fiscal de menores de Ceuta, José Luis Puerta, comparte la misma preocupación. “Si un centro estaba pensado para 30 plazas y tienen más de cien, no se puede trabajar”, critica. Desde mediados de agosto están entrando al menos una decena cada noche. Por la progresión que lleva, algo tienen que hacer. Porque Ceuta no está preparada para asumirlo y atenderles como deben ser atendidos“, añade.
Puerta señala otro de los problemas ligado a la sobreocupación de los centros: “La convivencia no es la misma convivencia en una habitación entre seis personas, que entre ocho o entre diez. O entre más de cien para compartir otras instalaciones. Y eso produce mal rollo y produce mal ambiente”, sostiene el fiscal. Illias y Addan sí lamentan algunas peleas surgidas en el centro y señalan preocupados la diferencia de edad de los menores alojados en un mismo espacio. “Hay niños de 14 y 15 con otros de 17 y creo que puede ser malo para los más pequeños”, cuestiona Addan.
La situación se aleja de la vivida en la crisis de 2021, cuando más de mil menores entraron en la ciudad a nado ante la inexistencia de controles marroquíes, pero con el recuerdo de aquellos días en la cabeza -cuando los niños vivían hacinados en naves industriales-, el Ejecutivo local pide no tensar más la cuerda y acelerar los traslados a la península, así como el aumento de la dotación presupuestaria para responder a la emergencia. El llamamiento de Ceuta, cuyo presidente pidió “socorro” hace poco más de una semana al Gobierno central y al resto de autonomías, llega un mes después de que su partido (PP), tumbase la reforma de la Ley de Extranjería con la que el Ejecutivo nacional y el canario pretendían crear un sistema obligatorio de reparto de menores migrantes en momentos de emergencia como el que vive la ciudad autónoma actualmente.
El clima del verano, sumado a la niebla que rebaja la capacidad de control fronterizo de Marruecos y España, ha propiciado en los últimos meses un pico de llegadas a nado a Ceuta, especialmente de menores marroquíes. Aunque el goteo de entradas por la ciudad autónoma a través de esta vía suele ser constante, en los últimos meses se ha intensificado, lo que ha tenido un efecto en la saturación de los centros de acogida de la ciudad autónoma. Según el Gobierno ceutí, la capacidad está sobrepasada en un 420%.
El personal dedicado a la atención de los menores en Ceuta ha identificado un cambio de perfil en los niños y adolescentes llegados a nado la ciudad. Si antes había una mayor proporción de chiquillos que venían de familias desestructuradas, vivían de la calle o huían de situaciones de maltrato, por lo que presentaban más problemas de conducta debido al trauma sufrido, ahora estas historias son las minoritarias, apuntan varias fuentes. Muchos de los chicos y chicas que han sorteado la frontera en los últimos meses proceden de situaciones familiares normalizadas, se encontraban con estudios y presentan un proyecto migratorio más definido.
Addan, por ejemplo, estudiaba segundo de Bachillerato en Marruecos cuando se lanzó al mar para llegar a España. Vivía con sus padres, pero su hermana era la única que ahora mismo trabajaba en casa: “Quiero buscarme la vida. En Marruecos no hay opciones”, reflexiona el joven de 17 años, quien ya habla un buen castellano. Illias también estudiaba en su país, pero dice que allí “no había futuro”. Su plan es poder viajar a la península, continuar con sus estudios y aprender español. “Allí no había nada. Me levantaba por la mañana y no había casi nada que hacer. Quiero estar en un buen sitio y jugar al fútbol”, dice el pequeño.