El pulso de los agricultores contra las multinacionales que controlan las semillas
Son ellas quienes deciden los precios, las variedades a cultivar y las condiciones de crecimiento. También gestionan las patentes y los derechos de propiedad intelectual de las semillas. Llegan a acuerdos con los gobiernos y las instituciones públicas. Y tienen una fuerte influencia en los reglamentos, leyes y tratados.
Un pequeño grupo de menos de 10 grandes corporaciones controla el acceso mundial a los alimentos: si hace 20 años abarcaban el 16%, en la actualidad tienen en sus manos el 70% de la producción de semillas.
En los años 80 había miles de empresas de semillas independientes en todo el mundo. Las historias de muchas de ellas se remontaban a finales del siglo XIX o a principios del siglo XX, y se entrelazaban con la historia de la región donde trabajaban. La mayoría de estas pequeñas empresas ya no existen. Algunas veces, las marcas sí han sobrevivido: se han mantenido solo para dar una apariencia de vínculo histórico.
Pero el poder real está en las manos de unas pocas empresas multinacionales. En menos de 20 años, estas compañías han engullido a cientos de pequeñas empresas y poseen los derechos de la mayoría de los alimentos básicos de consumo habitual. Promueven los monocultivos –enormes campos de un solo tipo de plantación– y también están convirtiendo a la industria de las semillas en otro monocultivo, según alertan los expertos.
Sin embargo, la diversidad es clave para la supervivencia. Las semillas con muchos rasgos, como la resistencia a la sequía o la tendencia a la maduración rápida, tienen una mayor capacidad para adaptarse al cambio, incluyendo las nuevas amenazas del cambio climático. Depender de unas pocas variedades es un riesgo a largo plazo. Tener que pagar los cánones a los titulares de estas variedades de alimentos, aún lo convierte en más peligroso, advierten científicos y agricultores.
El año 2016 y los primeros meses del 2017 fueron especialmente intensos para el sector de las semillas, con tres grandes asuntos sobre la mesa. Se produjeron una serie de adquisiciones y fusiones de empresas por las principales compañías en el sector agrícola.
Por ejemplo, las empresas Dow y DuPond se fusionaron, sellando y registrando oficialmente su acuerdo el 9 de junio de 2016. La corporación suiza Syngenta fue comprada por la empresa estatal ChemChina por 43.000 millones de dólares. Esta operación ha sido aprobada por las autoridades antimonopolio en varios países y ya está en marcha.
En septiembre de 2016, Monsanto aceptó una oferta de Bayer de 66.000 millones de dólares, el precio más alto jamás ofrecido en este campo. La propia Monsanto estuvo intentando comprar Syngenta, pero al final sucumbió a la puja del gigante químico alemán.
El acuerdo todavía no se ha cerrado porque la fusión está siendo investigada por las autoridades globales de la competencia y una serie de abogados generales del Estado de EEUU. La comisaria europea de Competencia, Margrethe Vestager, anunció a finales de agosto una investigación sobre la transacción y el riesgo de que se reduzca la competencia en mercados como el de las semillas o de los pesticidas. La decisión final no llegará hasta los primeros meses de 2018.
Muchas organizaciones locales e internacionales de agricultores y consumidores han expresado su preocupación y temor por los impactos que puedan tener estas masivas fusiones en los ingresos de los productores y en las opciones finales de los consumidores.
Por esta razón, muchos agricultores, tanto en Europa como en Sudáfrica, están experimentando vías para seguir siendo independientes, para mejorar la agrobiodiversidad y ofrecer oportunidades a los clientes que prefieren tener más, y no menos, opciones. Estas son algunas de sus historias:
“El problema es la pobreza”
“En la actualidad y bajo la ley sudafricana, un negocio como el mío es ilegal. Se nos ha dado una exención para permitirnos comerciar”. Sean Freeman creció en la ciudad sudafricana de Pretoria. Es ingeniero, pero siempre ha recolectado semillas. En 2009, casi por casualidad, estas se convirtieron en su medio de vida.
Junto a su esposa Nicola, ha construido un exitoso negocio familiar de semillas en su explotación de Henley on Klip, no muy lejos de Johannesburgo. Produce semillas en sus campos y vende más de 600 variedades por Internet a pequeños jardineros y agricultores de Sudáfrica. Ahora emplea a ocho personas a tiempo completo.
En la granja de Sean, Livingseeds, la temporada de crecimiento empieza en septiembre y la cosecha es en noviembre. Primero recolecta las legumbres, luego los tomates y a finales de mayo, los chiles. Las semillas se recogen, se limpian, se secan y luego se envasan y venden. Sean solo trabaja con variedades de polinización abierta y no con híbridos.
La primera es la que ocurre de forma natural gracias al viento, la lluvia o los insectos, y tiene como resultado una semilla que producirá una planta con características idénticas a la planta madre que puede guardarse para la próxima cosecha. El híbrido se forma cuando se cruzan, de forma natural o artificial, dos variedades diferentes. Con el fin de conservar las cualidades especiales de la nueva variedad, se tiene que volver a las plantas madre puras para cruzar especies. Esto mantiene la propiedad intelectual en manos de los agricultores.
El negocio de Sean Freeman ha demostrado que existe una demanda de semillas con polinización abierta. Pero, ¿por qué hay tan pocos productores que invierten en este campo? “Siempre hay espacio para una mayor competencia. La competencia agudiza a las empresas, es buena para la pureza de las semillas y para la industria de las semillas en Sudáfrica”, dice Freeman.
“El mayor problema de los pequeños productores de semillas es la pobreza, por dos razones principales que están fuertemente relacionadas entre sí. Rara vez tienen la oportunidad de trabajar en la creación de valor y, en segundo lugar, el sistema regulatorio de las semillas es más caro para los pequeños productores que quieren permanecer en el mercado”. En estas condiciones se necesita una gran determinación para poner en marcha un proyecto de éxito.
“Las semillas y las plantas son como mis hijos”
De Johannesburgo a Limpopo. Mankweg es una ciudad del distrito de Capricornio. Allí vive Ma Anna Molala, que tiene un huerto floreciente y cultiva plántulas para apoyar a más de 100 huertos de su comunidad.
La vida de Anna cambió cuando conoció al agrónomo John Nzira, quien le formó en permacultura, un sistema de horticultura sostenible. En pocos años, esta mujer carismática ha motivado a muchas otras mujeres de su comunidad para que pongan en marcha sus propios huertos sostenibles.
Ha formado a 147 familias en la permacultura y, en la actualidad, más de 1.000 personas viven en condiciones de seguridad alimentaria. Ha recibido un premio del ayuntamiento por su trabajo contra el cambio climático. Su huerto demuestra que es posible un sistema de conservación del medio ambiente mientras, al mismo tiempo, produce alimentos y genera ingresos.
“Cuando plantamos, producimos alimentos y semillas para el próximo año” dice Ma Molala, quien ha salvado 31 variedades de semillas. Incluyen mealies [maíz], calabazas, mijo, semillas de remolacha, habas africanas, melón dulce, sandía, melón africano, okra [una vaina de color verde], col y melón amarillo.
Su amiga, Maria Sebopa, es otra integrante de la comunidad que también tiene un huerto de permacultura. Anna y sus vecinas muestran cómo los ingredientes clave de la seguridad alimentaria son el acceso a las semillas y la formación en gestión sostenible. Esto ayuda a los pequeños agricultores a encontrar un camino hacia productos de buena calidad y alto valor.
La lucha por recuperar las semillas tradicionales
Las luchas con la pobreza y la inseguridad alimentaria son comunes en muchas zonas rurales de todo el mundo. En Sulcis, la provincia al suroeste de la región italiana de Cerdeña, a unos 12.000 kilómetros de la ciudad de Anna, hay historias similares.
Sulcis tiene un gran recurso natural, el carbón. La minería fue la principal actividad desde mediados del siglo XIX hasta principios de 1970. Ahora, prácticamente abandonadas, las minas todavía son visibles en el paisaje, como los restos de un pasado más rico y atareado. Aún no se ha hecho otra inversión en esta región y hoy en día, Sulcis es uno de los lugares más pobres de Italia.
La vida avanza lentamente y tiene poco que ofrecer a las nuevas generaciones. Y, sin embargo, las variedades tradicionales de trigo y frutas podrían servir para construir una innovadora cadena de valor que aumente la diversidad y la calidad de los alimentos.
Sin embargo, hay un gran problema: las semillas de estas variedades tradicionales se han perdido casi en su totalidad. Solo quedan unas pocas en explotaciones remotas. Pero, gracias a un pequeño grupo de personas decididas, se ha iniciado una búsqueda de estas semillas. Reciben el apoyo de instituciones y universidades locales, que han ofrecido sus colecciones de semillas y sus conocimientos para iniciar nuevos experimentos en el campo.