Así impiden las multinacionales que los pequeños agricultores usen sus propias semillas
Científicos y activistas están preocupados. Si las autoridades de competencia globales y las agencias reguladoras permiten todas las fusiones pendientes, alertan, el escenario más probable será que dos de las tres primeras compañías de semillas en el mercado actuarán como una sola. O, en otras palabras, el 60% del mercado mundial de semillas estará controlado por solo tres empresas.
Estas tres compañías, denuncian, tendrán la libertad para decidir los precios, las variedades y las condiciones de crecimiento y para aumentar su influencia sobre gobiernos y en la legislación. Esto es motivo de preocupación en varias partes, pero lo es más en las regiones donde la seguridad alimentaria sigue siendo un reto: la mayoría de los países africanos.
Phil Howard, profesor asociado en la Universidad de Michigan y miembro del grupo de expertos internacionales en sistemas alimentarios sostenibles, lleva mucho tiempo advirtiendo a la comunidad científica y a las instituciones internacionales sobre “los peligros” de una industria de semillas fusionada.
“Las semillas y las especies de animales han sido de acceso libre, han sido recursos comunes desde hace miles de años, se han desarrollado y mejorado gracias a los esfuerzos de muchas generaciones de personas”, dice Howard en su reciente libro Concentration and power in the food system.
Phil Howard ha recopilado datos sobre el mercado global de semillas durante más de 20 años con especial atención en EEUU. Sus cifras muestran que hay una tendencia inequívoca de fusión y consolidación en el sector. Desde su oficina de la Universidad de Michigan, trata de describir un posible escenario futuro. Sus respuestas son taxativas: es muy probable que una o dos empresas acaben controlado todo el mercado.
“Con dos empresas, tienen la apariencia de competencia, pero al estar tan próximas entre sí, mantienen los precios altos y controlan todo el sector”, dice. “Las empresas han sido grandes desde hace varias décadas y han sido capaces de crecer aumentando sus ventas y comprando a competidores más pequeños. Pero ahora tienen problemas para seguir incrementando sus ventas. Como resultado, la única manera de aumentar su cuota de mercado es comprarlo”, añade.
Phil Howard se muestra preocupado por las consecuencias de este mercado “sesgado” para los pequeños agricultores y consumidores: los precios de las semillas se disparan, las prácticas para guardar semillas se desinflan y se obstaculiza la diversidad. Como ejemplo, uno de los casos que recoge en su libro: la empresa Seminis dejó de producir 2.500 variedades de frutas y verduras, más de un tercio de todo su catálogo, como medio de ahorro antes de ser comprada por Monsanto.
En los últimos 20 años el mercado de semillas se ha visto azotado por oleadas de fusiones y adquisiciones de empresas, tal y como puede verse en esta animación interactiva, elaborada a partir de una base de datos de más de 300 empresas. Desde 1996 a 2016 el proceso de fusión es cada vez más evidente, facilitado por un marco legal, denuncian los expertos, más orientado hacia la protección de los derechos de propiedad intelectual que a la consideración de los pequeños agricultores y la venta de variedades locales y tradicionales.
Las limitaciones a guardar semillas en Europa
Esto no solo preocupa al pequeño nicho de científicos y activistas involucrados: tiene también grandes implicaciones en el acceso a alimentos suficientes, lo que se denomina seguridad alimentaria. La diversidad en la producción de alimentos es una de las principales armas para contrarrestar los efectos del cambio climático, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que ha alertado en un informe reciente de que la tarea de alimentar a más de 9.000 millones de personas para 2050 es cada vez más desafiante.
Las pequeñas familias de agricultores del mundo, que producen la mayor parte de nuestros alimentos –más del 80 % de la producción total– , son las más afectadas por las altas temperaturas, las sequías y los desastres naturales. Pero, para ellos, la solución no se basa solo en unas semillas y unos cultivos altamente seleccionados, caros y exigentes en términos de insumos químicos y tecnológicos. Dicen que necesitan innovación, pero no una que vaya, necesariamente, en la dirección de un modelo industrial.
Hasta hace poco era normal y perfectamente legal que los agricultores produjeran y vendieran sus semillas. Este intercambio ha sido el pilar y la clave del desarrollo agrícola durante siglos, pero con la llegada del desarrollo industrial al sector agrícola, el foco se ha desplazado cada vez más hacia la especialización y la cuota de mercado.
Las instituciones públicas, por otro lado, han reducido su inversión en investigación, y esta ha quedado solo en manos del sector privado. Y el marco legislativo se ha elaborado para reflejar y hacer cumplir estas especializaciones. Las organizaciones de agricultores temen que no haya espacio para que los pequeños productores entren en el mercado. En la actualidad, el complejo sistema legislativo europeo, dicen, no es completamente satisfactorio ni siquiera para las empresas.
Szonja Csorgo es una abogada húngara y directora de la propiedad intelectual y los asuntos legales de la Asociación Europea de Semillas (ESA), que opera desde Bruselas. La organización cuenta con más de 70 miembros directos de empresas e incluye 35 asociaciones de los Estados miembros de la UE, como el Assosementi italiano o el APROSE español.
El esfuerzo por cambiar la ley con un nuevo paquete en 2013 no llegó a ningún acuerdo político, y la propuesta fue retirada por la Comisión en 2014. Por el momento, en Europa no hay más conversaciones sobre la reforma de la ley de las semillas, aunque muchos grupos están pidiendo una reorganización de toda la regulación.
En España, la Red de Semillas lleva mucho tiempo haciendo campaña para promover una legislación más favorable para las variedades locales. “En Europa no hay espacio para vender variedades locales dentro del Registro de variedades de conservación”, explica Maria Carrascosa, agrónoma y presidenta de la red.
“Sin embargo, esto no es en absoluto parte de una política integrada. Necesitamos una política que sea coherente y participativa, que dé valor a las variedades locales, a su conservación, reproducción y comercialización. El espacio para vender variedades locales en Europa es muy pequeño y tiene un valor limitado”, prosigue.
La lucha por la soberanía alimentaria en África
Este “limitado” margen de maniobra que se da a los pequeños agricultores europeos para guardar semillas ni siquiera se da a los agricultores africanos. Si bien existe un debate sobre cómo deben cambiar las leyes europeas sobre semillas, en África las legislaciones se ven influenciada por estos modelos europeos.
“Existe el sistema de semillas formal y luego está lo que a nosotros nos gusta llamar el 'sistema de semillas gestionado por los agricultores', que está controlado por los pequeños productores que luchan por la soberanía alimentaria dentro de un movimiento más amplio en África”, sostiene Mariam Mayet, fundadora del Centro Africano para la Biodiversidad (ACB por sus siglas en inglés) en Sudáfrica.
El sistema oficial, añade esta apasionada activista, está regulado por un conjunto de leyes y convenciones, tanto en Europa como en muchos países africanos, incluyendo Sudáfrica.
Sudáfrica es uno de los pocos países africanos que forma parte de la Unión Internacional para la Protección de Variedades de Plantas (UPOV), una organización intergubernamental fundada en 1978 para recompensar a los agricultores por sus nuevas variedades de plantas concediéndoles derechos de propiedad intelectual.
ACB sostiene que es “inapropiado” tener regímenes de protección de las variedades de plantas en los países en desarrollo, donde los pequeños agricultores a menudo poseen y trabajan menos de una hectárea de terreno. Según indican, está “demasiado” centralizado, socava los derechos soberanos de los Estados miembros, debilita los derechos de los agricultores y perjudica a la Convención sobre diversidad biológica (CBD).
La regulación de la certificación de semillas fue uno de los factores importantes que llevaron a la creación de la Organización Nacional de Semillas Sudafricana (SANSOR) en 1989, a la que se le fueron incorporando progresivamente más actores de la industria de las semillas. Wynand van der Walt, doctor en genética, ha trabajado para SANSO. A la pregunta de si es ilegal que los pequeños agricultores guarden sus semillas, el representante de la industria responde: “Los pequeños productores pueden guardar las semillas o el material vegetal no protegido bajo ninguno de los derechos de propiedad intelectual”.
“La mayoría de las variedades modernas están protegidas por el convenio de la UPOV, donde hay una cláusula que permite a los agricultores reutilizar las semillas cosechadas para sembrarlas y utilizarlas para su propio uso, pero está sujeto a ciertas limitaciones. El problema comercial para las empresas de semillas no son los pequeños productores, sino los agricultores que producen a gran escala, y esto es lo que se está discutiendo entre agricultores y comerciales de semillas”, apunta.
“Es importante ser capaces de intercambiar semillas”
En Sudáfrica hay dos proyectos de ley que protegen y regulan la industria de las semillas comerciales: la Ley de los Derechos del Productor de Semillas (PBR) y la Ley de Mejora Vegetal. La primera tiene como objetivo estimular la innovación en el cultivo de plantas concediendo derechos de propiedad intelectual a los agricultores y la segunda permite que solo se vendan semillas certificadas en el mercado comercial.
La Comisión de Agricultura Sudafricana celebró audiencias públicas estos proyectos. Sean Freeman, productor, explica que el borrador de esta nueva ley tiene un “vacío legal”, creado expresamente para las empresas de semillas pequeñas como la suya, que permite comerciar variedades no registradas y en pequeñas cantidades.
La nueva Ley de Mejora Vegetal prevé que se regulen varios tipos de negocios con las plantas. De acuerdo con un experto en este campo, que ha pedido permanecer en el anonimato, esta legislación sirve principalmente para proporcionar normas para el material de propagación –semillas y plantas– y asegurar la producción alimenticia. Esto protege, dice, al agricultor.
“El vacío al que Sean Freeman hace referencia se encuentra en el permiso para importar y vender semillas de variedades no registradas y con polinización abierta, antiguas (incluyendo su herencia) y en pequeñas cantidades”, dice el experto.
Este “vacío” es similar al solicitado por muchas asociaciones europeas de agricultores. Además de la Red de Semillas en España, muchas otras organizaciones han estado haciendo campaña en los últimos años para recibir la misma exención. Por el momento, está sin definir. Bela Bartha, bióloga y directora de la asociación suiza Pro Specie Rara asegura que su objetivo es, exactamente, el de obtener “un espacio libre, una exención hasta ciertos volúmenes de ventas”.
“No estamos en contra de la idea de tener un registro de variedades. Sin embargo, es importante ser capaces de intercambiar e incluso comercializar semillas y recursos genéticos vegetales a pequeña escala”, prosigue.
Asimismo, Bartha no ve “una contradicción” entre esa producción a pequeña escala en las fincas y la colaboración con empresas, particularmente las tradicionales y las pequeñas y medianas. “Tenemos que encontrar una manera de colaborar con empresas dotadas de una larga experiencia, conocimiento y colecciones importantes. El intercambio de prácticas podría ser beneficioso para todos. Necesitamos un nicho donde el intercambio y la comercialización sean posibles”, sentencia.
Nuevas oportunidades de futuro
Pero el proceso legislativo sigue evolucionando con enmiendas y oportunidades para proteger el sistema de semillas de los pequeños agricultores, incluyendo nuevas leyes. Durante la última década, varias acciones han ido encaminadas a lograr este propósito, como el desarrollo de sistemas locales de educación y formación basados en el uso de variedades locales y semillas de acceso libre.
Además de formar a agricultoras incansables como Anna Molala y Maria, John Nzira también construyó en 2005 un modelo de cultivo en Midrand, a las afueras de Johannesburgo. Este proyecto de agricultura urbana de una hectárea es la prueba viviente de cómo se pueden cultivar muchos productos diferentes sin tener una gran cantidad de tierra.
“Tenemos que cuidar del medio ambiente trabajando con leyes naturales”, dice Nzira. Así, en un pequeño cultivo, diferentes componentes se ayudan entre sí para, en última instancia, producir verduras para una familia: el estiércol de la gallina se convierte en abono para alimentar a las plantas, las gallinas se comen los caracoles para proteger a las plantas y las plantas, a cambio, alimentan a las gallinas y a las personas.
La iniciativa facilita proyectos de permacultura para pequeños agricultores del sur de África. “Identificamos potenciales líderes de grupo en los pueblos”, dice el impulsor. “El líder es quien tiene un sistema de alimentación diversificado en su granja, tiene pasión y está dispuesto a ayudar a otros. Encontramos a mujeres en Limpopo que eran casi autosuficientes en alimentos”, asegura.
La atención de Nzira se centra en los pequeños agricultores “porque son quienes están produciendo más del 70 % de los alimentos en el África subsahariana”. Europa tiene un porcentaje mucho menor de población empleada en la agricultura en comparación con la mayoría de países africanos.
Sin embargo, el interés por las explotaciones pequeñas, las cadenas cortas de distribución y la producción local está creciendo en todas partes. Se han creado nuevas cadenas que aprovechan la venta por Internet a habitantes urbanos que compran directamente a los productores.
En muchas ciudades europeas han crecido los mercados semanales de agricultores, donde los clientes prueban diferentes productos, volviendo, a veces, a frutas y verduras ya olvidados. Los consumidores están preocupados por la calidad de sus alimentos y el impacto que la producción alimentaria tiene en el medio ambiente, por lo que está creciendo la demanda de alimentos producidos localmente, orgánicos y accesibles.
Las redes y asociaciones de agricultores también se han unido para promover la diversidad en el campo y en la mesa, con un sistema productivo más sostenible. Pero la cuestión clave para la mayoría de productores y otros actores en el nuevo movimiento alimentario sigue siendo el acceso al producto básico, las semillas.
Los años de crisis económica también han visto un cierto renacimiento del sector de la agricultura en Europa, con muchos jóvenes empresarios entrando en este mercado. Las situaciones son muy diferentes de un país a otro, debido en gran medida a un marco de ley poco definido. Por ejemplo, en más de 10 años, la Red de Semillas española ha construido una red activa que incluye la participación de la población urbana y rural.
“Hay muchos agricultores jóvenes que desean trabajar de una manera diferente. Prefieren utilizar variedades locales y tradicionales, pero a menudo no tienen los conocimientos necesarios para cultivar estos productos de una manera adecuada”, explica Carrascosa, coordinadora de la rama sevillana de la red. “Organizamos muchas actividades de formación, reuniendo a agricultores jóvenes y ancianos para facilitar la transferencia de conocimiento”, apunta. La red también fomenta la puesta en marcha de bancos de semillas comunitarios, lo que reduce el riesgo de perder una variedad y facilita el descubrimiento de otras ya olvidadas.
Además, tratan de presionar políticamente para cambiar la ley y garantizar que exista un espacio para las variedades locales. “Lo mínimo”, enfatiza Carrascosa, “es que los agricultores puedan vender sus semillas directamente en su explotación o en un mercado local”. Como en Sudáfrica, también hay espacio para la innovación: los agricultores están cambiando el modo de utilizar las semillas locales, cultivándolas con formas más adaptadas al clima y al suelo, lo que puede contrarrestar los efectos de la sequía y otros problemas ambientales.
Volviendo a la tradición
Desde Sassari, en la isla italiana de Cerdeña, Guy D'Hallewin, jefe de investigación en el Instituto de Producción Alimenticia en el Consejo Nacional de Investigación da una visión edificante. “Tuvimos una colección de variedades frutales en nuestros laboratorios, en particular, de peras, manzanas y ciruelas. No se han cultivado durante los últimos 20 años debido a que otras variedades comerciales son más productivas y responden a las necesidades de la industria de la fruta”, señala el investigador, con el mismo entusiasmo que impulsa a Teresa Piras, que está en un viaje de búsqueda de variedades tradicionales de Cerdeña.
“Hemos vuelto a estas variedades tradicionales y hemos encontrado muchas características interesantes”, añade D'Hallewin, quien confía que las “tecnologías innovadoras” pueden abrir camino a estos cultivos tradicionales. “Las variedades antiguas tienen un perfil nutricional muy alto, algo que nunca antes se había tenido en cuenta. Y son resistentes a muchas enfermedades. Es más, requieren menos insumos, por lo que su cultivo tiene un mejor impacto que las modernas. Maduran durante mucho más tiempo, garantizando fruta fresca durante más meses”.