Durante las últimas décadas cientos de niñas han vendido sus cuerpos en la carretera BR116 que recorre Brasil desde el norte de Uruguay a los pobres estados del Noreste. La miseria empujó a las chicas a ofrecer sus cuerpos a los camioneros, los únicos que tenían dinero para pagarlas. Hoy la economía ha mejorado y las niñas no tienen que ofrecerse solo a los camioneros: siguen prostituyéndose, pero ahora hay más gente que puede pagarlas, y también pueden quedarse en la ciudad.
Aún así se calcula que en la BR116 hay un punto de “venta” de menores a cada 15 kilómetros, y la carretera tiene una extensión de más de 4.500. Empresarios, jubilados, trabajadores de la zona y también turistas mantienen sexo con estas niñas, muchas veces consumidas por las drogas. Y aunque las pequeñas tienen sexo con adultos durante todo el año, hay “picos de consumo” con el Carnaval u otros eventos y fiestas populares.
Mientras tanto Brasil celebra el Mundial más caro de la historia y las calles están en llamas: decenas de miles de personas salieron a protestar hace un año coincidiendo con la Copa Confederaciones y con el Mundial y las Olimpiadas en el punto de mira. Desde entonces estas protestas, aunque menos multitudinarias, no han parado: transporte, vivienda, educación, salud, salarios, corrupción... hasta la propia policía se ha sumado a la ola de huelgas y protestas.
Pero la causa de la lucha contra la explotación sexual de niñas y mujeres no está haciendo tanto ruido dentro de Brasil, una sociedad todavía poco avanzada en temas de género. Una explotación intensamente arraigada que, teniendo en cuenta el precedente que sentaron anteriores competiciones de este calibre, se prevé se multiplicará con el Mundial y “ya ha creado víctimas”, creen especialistas. Sin embargo, el problema no cuenta con un capítulo, por ejemplo, en el informe sobre violaciones de derechos humanos por el Mundial que el Comité Popular de la Copa Y las Olimpiadas acaba de lanzar y en el que denuncia asuntos como desalojos, violencia policial, especulación inmobiliaria o pérdida de derechos de los trabajadores.
La ONG Childhood Brasil entregó un estudio de la Brunel University de Londres a la Secretaría de Derechos Humanos, que constataba cómo los grandes eventos deportivos favorecen el fenómeno: durante el Mundial de Sudáfrica en 2010 se registraron 40.000 casos de explotación infantil (un aumento del 63%) y 73.000 denuncias de abusos contra mujeres (83% más) en los dos meses entre la legada de las delegaciones al país y el fin del evento. Cuatro años antes, en el Mundial de Alemania fueron contabilizados 20.000 casos contra menores (aumento de 28%) y 51.000 abusos a mujeres (49% más). Las Olimpiadas de Grecia en 2012 dejaron un saldo de al menos 33.000 abusos contra menores (aumento de 87%) y 80.000 casos contra mujeres (78% más).
En datos de la secretaría de Derechos Humanos proporcionados a Desalambre por la ONG Childhood, colaboradora con la entidad, en 2013 se produjeron 33 mil denuncias de explotación sexual infantil, datos que solo muestran una pequeña parte del problema, pues contabilizan solo las denuncias en la línea telefónica habilitada para tal fin.
Aunque en la última década el Gobierno del entonces presidente Lula y hoy encabezado por Dilma Rousseff implementaron amplios programas sociales que redujeron la pobreza extrema a la mitad, hoy es aún pobre el 18% de los brasileños, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), más de 37 millones de personas.
Y la pobreza favorece un negocio no podía quedarse sin ofrecer sus productos para la Copa del Mundo, incluso en los meses anteriores a su propio inicio, como destapó un reportaje del inglés Matt Roper para el Daily Mirror, que relataba cómo prostitutas menores de edad ofrecían sus cuerpos a trabajadores del Arena Corinthians de Sao Paulo, sede del partido inaugural de la Copa, el 12 de junio.
B.A. es una de esas niñas prostitutas en Brasil. Hoy con 14 años, cuenta cómo abusaron de ella dentro de casa cuando tenía solo 6. Cuatro años después, su propia hermana acabaría obligándola a prostituirse. “Cuando tenía 10 años mi hermana empezó a enviarme a casa de hombres viejos de la ciudad. Ella escribía en un papel lo que yo haría y por cuánto dinero, y me hacía entregarlo, de puerta en puerta. Mi madre era adicta a las drogas y nos abandonó. Me quedé sola con mi hermana mayor, que ya era adulta. Pero en lugar de cuidar de mí, me usó para pagar las cuentas de casa. Así empecé a prostituirme.
Roper, que lleva 15 años en Brasil, además de ser periodista es fundador de la ONG Meninadança, que trabaja con niñas prostitutas o usuarias de drogas con la danza como herramienta. Él habló a Desalambre sobre su proyecto en la BR116 y cómo la impunidad es casi total para los clientes de estas niñas sobre cómo ni ellas ni ellos, muchas veces, son conscientes de la gravedad de un problema “normalizado” en Brasil, sobre todo en ciudades menores del interior.
Para Matt, esta impunidad no se debe solo a la falta de estructura en la red de protección a las menores, sino a una cultura machista que “nunca dio valor a las niñas”. Asegura, además, que la amplia mayoría de los menores prostituidos son niñas, y de los clientes, la mayor parte son brasileños, aunque no niega el papel del turismo sexual internacional.
La Copa y la prostitución
El problema ya está presente en las sedes del Mundial: de los 12 estados en los que habrá partidos, cinco lideran el ranking de las denuncias de explotación sexual infantil: Sao Paulo, Río de Janeiro, Bahía, Minas Gerais y Río Grande do Sul. Un mal que tiene que ver con la pobreza, el machismo y la impunidad, que se temía empeorase con el Mundial de fútbol y que las inversiones para la organización del evento poco han hecho para romper el círculo vicioso.
En Recife, ciudad sede del Mundial e importante punto turístico del noreste del país, se calcula que uno de cada cuatro menores se prostituye, según un reportaje de la BBC que Roper ayudó a producir. A esta cadena habló Liliam Sá, presidenta de la primera comisión parlamentaria sobre la niñez explotada, que viajó a las doce ciudades sedes del Mundial durante sus investigaciones.“Lo que hemos visto en nuestros viajes nos dejó estupefactos, porque la explotación sexual y el turismo sexual son visibles en Brasil de forma endémica y creciente”.
El Gobierno asegura haber fortalecido la red de protección al menor, tanto a nivel administrativo como con acciones como la de la semana pasada, cuando una redada cerró un par en Copacabana, la playa más famosa de Río de Janeiro y donde se concentran los hinchas, pues en él había menores ejerciendo.
Pero la diputada considera que el Gobierno no ha instituido políticas reales de inspección y prevención y que las fuerzas del orden no solo son indiferentes sino cómplices del problema: “Descubrí que la propia policía encubre a estos explotadores, los proxenetas, que pulula la impunidad y también hay una falta de supervisión de parte del estamento judicial”.
El Mundial puede estimular la explotación infantil por varios factores: por un lado, la construcción de los 12 estadios (4 más de los 8 que la FIFA recomendaba) movilizó un gran número de trabajadores, clientes potenciales de las redes de prostitución hacia poblaciones ya vulnerables. Esto, agravado por el hecho de que los estadios se han venido construyendo en zonas pobres y rodeadas de favelas o barriadas con falta de recursos, caldo de cultivo para la prostitución. Una vez inaugurados los estadios, un aluvión de hinchas invade estas áreas.
También se han detectado redes que han captado y trasladado niñas de localidades pequeñas hasta las ciudades sede, niñas que muy probablemente ya nunca volverán a sus casas, explica Roper. Y, por último, la Ley General de la Copa, impulsada por la FIFA, recomendó que las vacaciones escolares se movieran en el calendario para coincidir con la Copa, suavizando así el conocido problema del tráfico de las urbes brasileñas. Los especialistas alertan de que esto deja a las niñas en riesgo, pues la escuela es un elemento protector y de esta manera quedarían en las calles, más vulnerables, mientras sus padres están en el trabajo.
De hecho, de entre los varios factores de riesgo, como el aluvión de turistas o el mayor consumo de drogas y alcohol durante el evento, la anticipación de las vacaciones escolares es uno de los más preocupantes, señalan desde Childhood Brasil. “La copa ya ha causado bastantes víctimas, principalmente por la construcción de los estadios, que suelen estar en barrios pobres de la periferia”, explica Matt Roper.
“Particularmente, no sé si el hincha que viene a la Copa estará buscando niñas pequeñas. Más probablemente acabará con chicas algo más mayores, de 15 o 16, sin saber o tener certeza de que son menores. Aun así, la Copa con certeza va a aumentar la explotación pero la mayoría de los que abusarán de las niñas serán brasileños”. Y estos, en muchos casos ni saben que lo que hacen es tan horrible. Está normalizado, no las ven como niñas, no ven tanta diferencia, continúa explicando el británico.
“Aún no sabemos si desde que el Mundial empezó se ha disparado la demanda de niñas, pero la explotación siempre tiende a aumentar con las fiestas, sea carnaval, fin de año o fiesta Junina –unas fiestas tradicionales celebradas en junio en el interior–. De hecho las fiestas juninas del interior son peores que el carnaval en lo que a explotación sexual, abusos y violaciones se refiere”. De nuevo, no es raro ver filas de camioneros aparcados en Medina durante las fiestas donde hay niñas, cuenta Roper. Nuevamente otro factor añadido: la Copa del Mundo es en junio, “tenemos vacaciones, Mundial y fiesta Junina, todo a la vez”.
“Para los hinchas, yo sé que hay bandas que están traficando con niñas para llevarlas hacia las ciudades sede. Conozco el caso, por ejemplo, de hombres de Sao Paulo en Medina, Bahía, intentando reclutar chicas de 12 y 14 años. Muchas son engañadas con promesas de que van a ser camareras o a servir en ”casas de familia“; otras lo saben, pero lo hacen por drogas o por necesidad”, explica Roper. Lo peor es que, haya finalmente tanto nuevo cliente o no, muchas de las niñas que fueron reclutadas nunca volverán a su ciudad: son propiedad de la mafia.
La Copa Confederaciones, celebrada hace un año debió ser un ensayo de buenas prácticas sobre la cuestión anticipándose al Mundial. Pero los planes que se prepararon estuvieron lejos de ser suficientes. Así lo muestra la Agencia Pública de Periodismo de Investigación en la serie de cómics “Meninas em jogo” (Niñas en juego), un retrato de la prostitución en los estados turísticos del noreste. Por un lado, las protestas contra el evento deportivo “frenaron la explotación sexual”, pero provocaron prisiones arbitrarias y maltrato a menores por parte de la Policía. Por otro, los Consejos Tutelares que recibirían a los menores víctimas de abuso funcionaron hasta las diez de la noche, cuando precisamente se intensifica la explotación. Unos consejos tutelares insuficientes en número y sin recursos, explica Roper.
Penas más duras dos meses antes del Mundial
La prostitución no es ilegal en Brasil. En 2002 fue reconocida como una de las 600 ocupaciones brasileñas. Sin embargo, no es legal ser propietario de un lugar donde se ejerza la prostitución, lo que deja un cierto vacío legal que coloca a las y los profesionales en situación de “vulnerabilidad”, según asociaciones del sector y colectivos como el Comité Popular de la Copa de Río de Janeiro, que denuncian detenciones arbitrarias, extorsiones e incluso violaciones por parte de la policía.
Independientemente del modo en que se ejerza la actividad, es ilegal prostituirse si se es menor de edad. Considerando que los profesionales del sexo adultos y “legales” afrontan peligros como los mencionados, es fácil imaginar que los menores son todavía más vulnerables.
Y aunque en mayo el Gobierno de Dilma Rousseff aprobó una ley que tipifica la prostitución infantil como “crimen hediondo” y endurece las penas, la solución va mucho más allá. “Aunque se considere crimen hediondo, todavía son muy pocas las acciones de prevención y para promover los derechos fundamentales, como salud, educación y asistencia”, afirmó a Globo Antonia Lima, coordinadora del Centro de Apoyo de Defensa de la Infancia del Ministerio Público de Ceará, uno de los estados del noreste donde la prostitución de menores y el turismo sexual son fenómenos particularmente fuertes.
Impunidad y “cultura'
El castigo para los infractores raramente llega y la mayoría de los casos tardan tres años en juzgarse, según declaró Karina Figueiredo, secretaria ejecutiva, a la revista Veja. Las penas, explica Karina, también pueden ser suaves dado el prejuicio de algunos magistrados. “Ante una violación de un menor todos se conmueven, pero a una niña que se prostituye en la calle se la ve como una 'guarra'. Algunos jueces tienen un pensamiento totalmente machista, dicen que la culpa no es del adulto que abusa, sino de la niña, que no está en el colegio porque no quiere. Ya si hablamos de travestis el castigo es prácticamente inexistente”, afirma.
Roper está de acuerdo: “Brasil es un país muy machista y principalmente en el campo, no se valora a las niñas. Además existe un antecedente histórico según el cual el patrón abusaba de las empleadas. Al final el abuso se acaba normalizando”. En las ciudades pequeñas el problema es grave porque el gobierno no llega, menos que a las ciudades grandes, y además de la cultura, reina la impunidad.
Roper cita varios ejemplos que ha presenciado en sus años de trabajo en Brasil. Recuerda el caso de un empresario, dueño de una tienda de ropa infantil, que es conocido como “al que le gustan las niñas”. Con el dinero que el adulto pagaba a una de esas meninihas, su madre asumía el alquiler.
También recuerda el caso de una niña de 12 años que vivía con un hombre de 40, que acabó dejándola embarazada, –“no te imaginas lo que es ver a una niña con barriga”, se interrumpe Roper–, y al enterarse la expulsó y buscó otra. El caso fue denunciado pero a él no le pasó nada. “El consejo tutelar guarda el expediente en un cajón”, asegura.
“Muchas veces las chicas tienen una historia familiar: la abuela se dedicaba a eso, la madre también, y ahora la niña; todo eso tiene que ver con la pobreza y que se ha transformado en algo arraigado, casi cultural”, considera Roper. Por ello, en Meninadança trabajan con las niñas y sus familias mostrándoles que esa no tiene por qué ser la vida “normal”, que hay otras opciones.
La vida de B.A. cambió cuando la Casa Rosa de Meninadança abrió en su ciudad; hoy ha vuelto a estudiar y ha decidido no dejar que ningún hombre la trate “como un objeto”. “Fue muy difícil. No creía que tuviese valor, más que el que cambiaba por sexo. No aceptaba el cariño de las personas en la casa y era rebelde, pero siempre volvía porque cuando bailaba me sentía libre”.