Pikpa Camp, el campo de refugiados asambleario y horizontal en Lesbos
Hace cuatro años la isla griega de Lesbos pasaba desapercibida en las páginas de cualquier periódico u otro medio de comunicación. Hoy, el panorama ha cambiado por completo. Llegar hasta este lugar, se ha convertido en un ansiado objetivo, para miles de personas que huyen del horror de la guerra, la opresión y el hambre, y atraviesan el mar Mediterráneo desde Turquía hasta Grecia en pequeñas embarcaciones abarrotadas de anhelos que tratan de ganarle el pulso mar.
Alcanzar Lesbos significa dar el primer el primer paso de un largo recorrido hasta algún lugar del norte de Europa, en busca de refugio, pero también de sueños. Fue en 2012 cuando comenzaron a llegar a las playas de Lesbos, algunas personas procedentes de Siria, Iraq o Afganistán, que huían de la guerra, la opresión y el hambre. Atravesaban el Mar Mediterráneo en pequeñas embarcaciones al margen de la ley, desde la costa turca hacia Grecia, en busca de refugio, pero también de sueños.
Cuatro años más tarde, esta situación parece haber cambiado sólo en una cosa: cada vez son más quienes eligen esta travesía en barcas, sin seguridad. Lesbos es sólo el primer paso de un largo recorrido en Europa, la autoproclamada tierra de los derechos humanos, que en numerosas ocasiones brillan por su ausencia. Pero hay algo que resiste ante todo esto, y es la solidaridad.
Desde el origen de este movimiento migratorio a la isla griega, nació el campo de refugiados de Pikpa. Un lugar basado en la autogestión, cuyo objetivo principal es el de dar respuesta desde el principio a esta crisis humanitaria que hoy sigue presente y sin soluciones a la vista.
Un campo de refugiados autogestionado
Muy cerca de Mitilene, la capital isleña, y a escasos metros de las playas del sur, se encuentra este particular campo, situado en un terreno propiedad de las autoridades griegas, pero que fue ocupado para dar salida a este proyecto. Esta iniciativa se organiza de manera asamblearia y horizontal, y se mantiene al calor de los voluntarios locales e internacionales y gracias a la colaboración de otros colectivos o asociaciones que brindan ayuda y recursos.
Aunque el campo de Pikpa no esté reconocido como un campamento oficial, sí que se ha convertido en un punto clave en la red de solidaridad que ha ido creciendo en los últimos años en Lesbos.
Aquí se alojan personas “altamente vulnerables, como mujeres que llegan solas con sus hijos, familias completamente faltas de recursos, enfermos terminales, etc”, explica para eldiario.es Yanis, un joven griego voluntario, mientras pasea por el campo como si estuviera por su casa y una niña pequeña se abalanza sobre él en busca de juego y complicidad.
“Todos juntos”
Y es que, desde la entrada al recinto, el mensaje queda claro. En el edificio principal de ladrillo, se puede leer en varios idiomas como inglés, griego o árabe, un mural que a golpe de vista describe el ambiente que se respira: “Todos juntos”.
“Durante estos días la capacidad ronda las 50 o 60 personas, no es mucho en comparación con otros momentos”, según explica Yanis.
Estas familias que pasan durante un tiempo su estancia en Pikpa, hasta conseguir reanudar su viaje rumbo a Alemania, Noruega o Francia, se alojan en bungalows de madera, o grandes tiendas de campaña. No todas estas estructuras son iguales. Algunas han sido donadas por distintas oenegés y otras se han construido con unos materiales reciclados muy singulares: plásticos y tableros de las precarias embarcaciones en las que navegaron hasta Lesbos.
Huertos, columpios, cocina y solidaridad
Aunque este no es el único detalle que deja a relucir la autogestión que allí reina. También se puede ver un huerto, columpios recuperados, voluntarios trabajando a destajo para construir nuevos elementos de madera para crear el cálido ambiente que le caracteriza.
Pero más allá de lo material, Pikpa Camp desarrolla una gran variedad actividades de carácter humanitario y solidario. Por ejemplo, cada día cocinan para cientos de personas alojadas en el campamento de Moria, donde son registradas.
También crean grupos para recibir a pie de playa a quienes llegan y ofrecerles comida, agua, mantas o ropa seca para cambiar por la mojada.
Ahmed -nombre ficticio-, a día de hoy participa como voluntario, pero hasta hace no poco, él también fue uno de tantos protagonizan este tremendo éxodo.
“El idioma, la misma cultura, las mismas vivencias ayudan mucho a acercarse a la gente”, comenta este chico que parece haber encontrado su lugar en la ansiada Europa, ayudando a quienes están pasando por lo mismo que él atravesó.