“La Policía sedó a tres personas en el último vuelo de deportación”
“No podía responder a nada. Tenía la cabeza a un lado. No protestaba, mientras que un rato antes se había cortado con una cuchilla de afeitar para intentar no ser expulsado...”, recuerda Pape desde Dakar ya algo más tranquilo después de dos semanas tratando de asimilar su expulsión forzada de España. Lo cuenta convencido: tres de sus compañeros subieron sedados al avión que les devolvió a Senegal, asegura. “La Policía les drogó, como hicieron otras veces en el CIE. Estaban atontados, no eran ellos”, reitera una y otra vez.
“Soy gallego total”, dice Pape ya en su país de origen aunque sienta más suyo el que le han arrebatado. Vivía en Galicia desde que tenía 14 años. Transcurrida una década, es una de las personas repatriadas en el vuelo de deportación fletado por el Ministerio del Interior el jueves 20 de noviembre con destino Senegal y escala en Nigeria. Su novia, tras cuatro años de relación, despidió a Pape a través de la mampara que separa a las visitas de los internos en el Centro de Internamiento para Extranjeros de Madrid (CIE), después de viajar a la capital desde Galicia para decirle 'hasta pronto'.
Las sedaciones forzosas en los operativos policiales de deportación están permitidas por el Ministerio del Interior siempre y cuando el médico que acompaña al operativo, un funcionario adscrito a la Dirección General de la Policía, apruebe su utilización “por razones de seguridad”, según determina un protocolo de la Policía Nacional. Horrorizado y sorprendido, Pape siente la necesidad de contarlo, incrédulo con la supuesta legalidad de estas prácticas. “No imaginaba que llegarían a usar la fuerza de tal forma. No sé si los españoles saben qué pasa allí dentro... No lo creo”.
Según confirmaron fuentes policiales a eldiario.es, los sedantes podrían aplicarse también sobre las personas que se resisten a ser trasladadas al aeropuerto para ser repatriadas “por razones de seguridad” siempre y cuando, aseguran, “la decisión se tome bajo criterios médicos”. Por tanto, además del médico del operativo policial, también podría intervenir el doctor del Centro de Internamiento para Extranjeros –perteneciente a una empresa sanitaria subcontratada por el Gobierno– de la ciudad de partida del vuelo donde los inmigrantes son encerrados a la espera de su expulsión.
“Tuvieron que sedarle en el CIE”, relata Pape. Cuando se acercaba el momento de la deportación, su amigo trató de autolesionarse con una cuchilla de afeitar. “Fueron cerca de 15 agentes para convencerle de que dejase la cuchilla. Cuando lo hizo, todos se abalanzaron sobre él y se lo llevaron a una celda”, explica. “Escuchaba sus gritos. Decía: 'Soltadme, soltadme. No me voy a ir'. Luego, recuerdo que chilló: ”No, mi brazo, no...“, continúa. ”Cuando llegamos a Dakar, él me dijo que cree que le habían inyectado algo en el brazo“.
Cuando Pape esperaba en el interior de uno de los furgones a partir hacia el aeropuerto, observó cómo varios agentes trasladaban en volandas al compañero que había intentado hacerse daño para permanecer en España. “Parecía una momia. Tenía amarrados los pies, hasta las rodillas; y las manos, con las palmas juntas, como si aplaudiese, hasta las muñecas”, recuerda. “Su ropa estaba más manchada de sangre que antes”, asegura.
Llegó el momento de subir al avión. Pape viajó con su compañero adormilado al lado. “No respondía a lo que le decían. Estuvo con la cabeza hacia un lado todo el viaje, como ido, estaba drogado... Yo le conozco, me llevaba muy bien con él, y no es así... ”, destaca. “Los policías se reían de él. Le decían: 'Pareces un camello. Mucho hablabas antes. Ahora no puedes, ¿eh?”. Según cuenta, al llegar a Senegal, este chico estaba mejor pero “casi no podía andar, le costaba mucho”. El senegalés sostiene que no fue el único.
Al menos dos personas más, según su relato, fueron sedadas durante el operativo del último vuelo de deportación. Su memoria le permite especificar dónde estaban sentados. “Mi compañero es el que peor estaba, pero otros dos también estaban 'atontados'... Uno de ellos había puesto mucha resistencia y en el avión iba dormido todo el tiempo. A veces se despertaba nervioso y muchos policías acudían a su asiento a pegarle”.
El vuelo
Pape denuncia un uso “extremo” de la fuerza por parte de la Policía, no solo sobre las personas que se resistían a subir en el avión, también sobre los que habían aceptado la orden de expulsión pero increpaban a los agentes por el trato recibido por algunos compañeros. El senegalés asegura que cerca de tres personas que se opusieron a su deportación fueron sedadas. También destaca agresividad verbal de los agentes y el uso de “unos guantes con una especie de hierros” empleados para golpear a algunos de los pasajeros del vuelo.
Los repatriados desconocían incluso cuando partiría el avión. La supuesta hora de salida variaba en cada una de las notificaciones de expulsión. Ellos estaban desconcertados, comparaban las cartas que les habían sido entregadas de la dirección del Centro de Internamiento para Extranjeros de Madrid y no coincidían. Finalmente despegó a las 15:30 horas del aeropuerto de Madrid. Otros, según señala Pape, no recibieron el aviso de su inminente deportación hasta el mismo día.
Primer paso: reunir a todos los internos del Centro de Internamiento para Extranjeros de Madrid que van a ser deportados. Desde la dirección del centro comienzan a mencionar los números por los que sustituyeron sus nombres una vez atravesada la puerta del CIE. Algunos se llevan sorpresas. “Mi compañero de celda no había recibido ningún aviso y aquel día le llamaron. Yo le miré extrañado... Él pensó que sería por otro motivo, pero no. También fue expulsado”, explica Pape con un pronunciado acento gallego.
“Nos metieron a todos en una celda del CIE durante cerca de una hora”, dice Pape. “No sé para qué... Los policías vinieron y nos preguntaban el nombre. Uno me puso su mano sobre mi nuca y hacía fuerza. Yo le decía que no podía contestarle así. Insistía en que me soltasen: no iba a resistir, el Gobierno dijo que me fuese y yo me iba a ir. Ellos me dijeron: 'Aquí hablamos nosotros, no tú”.
Lo peor llegó durante el traslado al aeropuerto. “Algunos no podían, no podían venir... Tenían hijos, mujer... No podían volver”. Cerca de siete personas se resistieron a subir al autobús. “Cuando me dijo un agente que un chico se había cortado, sabía que era él... Tenía mucho, mucho, mucho miedo a la deportación”. Entonces, relata, le ataron los pies y las manos con cinta aislante.
“Llevan unos guantes con hierros”
A pesar de que Pape no se resistió, no se libró de los golpes. El primero llegó en el vehículo que les trasladó al aeropuerto. “Un amigo rompió con su mano la luz interior del coche para cortarse la mano e intentar evitar así su deportación. Y empezó a sangrar”. Entonces, un agente se giró y me dio en la cabeza. Me preguntó quién lo había roto, pero después de pegarme. Yo le dije que si me lo decía así no le iba a responder y que, además, no era un chivato. Después observó la mano ensangrentada de mi compañero. No me pidió perdón“.
Un despiste provocó otro de los golpes. “Estábamos en el avión. Llevábamos un rato. Yo veía que los policías a veces pegaban a mis compañeros; pensaba que estaban protestando. Tenía ganas de ir al baño y me levanté. El agente me dio en la espala de forma inmediata. No es un golpe normal, duele mucho porque llevan unos guantes con hierros o algo parecido, parece que se te rompen los huesos”, precisa. Los repatriados, custodiados durante el vuelo por al menos dos policías a cada lado, tienen que pedir permiso si quieren acudir al servicio. “Si les apetece te acompañan. Si no, te dicen que esperes. Yo iba acojonado”.
El despliegue policial de los vuelos de deportación, como mínimo, iguala en número al de las personas deportadas. El vuelo del 20 de noviembre devolvió, según los cálculos de Pape, a cerca de 40 senegaleses y nigerianos. “Veía a policías por todas partes, tendrían que ser más”.
“Si te resistes, te paleamos”. “Te mandamos a tu país con todo roto”. “Te vas a ir a tu puto país y vas a morir de hambre”. Son algunas de las frases escuchadas por las personas deportadas, según la versión de Pape. “Además, eran muy chulos. Todos, no se salvaba ni uno. En el viaje, que fue larguísimo, ellos iban con sus ordenadores, entretenidos. A nosotros no nos dieron nuestras cosas hasta que llegamos. Solo podíamos pensar... Y todo era muy angustioso”.