“Es muy emocionante, estamos contentísimas, aún impactadas”. Es la reacción de Sandra Puac, miembro de la Alianza Rompiendo el Silencio y la Impunidad, que ha acompañado a 15 mujeres mayas de la etnia q'eqchi en su lucha ante los tribunales para denunciar el esclavismo sexual al que fueron sometidas por militares del Ejército guatemalteco, durante el conflicto interno del país. “Esto es un precedente para muchas otras mujeres”, dice con notable alegría al otro lado del teléfono.
Puac habla mientras viaja hacia Sepur Zarco junto a las mujeres indígenas que durante los años 1982 y 1983 vivieron allí un auténtico infierno. Ellas son las “abuelas de Sepur Zarco”, como se refieren a ellas desde la Alianza, mujeres indígenas que fueron utilizadas como esclavas domésticas y sexuales por parte de los militares del destacamento de Sepur Zarco, “donde descansaban los hombres antes de ir a monitorear”, apunta Meeylyn Lorena Mejia López, también integrante de la Alianza.
Este viernes las mujeres pudieron escuchar la sentencia que ha condenado a 120 y 240 años de prisión a dos de los responsables de los abusos sexuales que sufrieron, las desapariciones de sus maridos y el asesinato de una mujer y sus dos hijas: el teniente coronel retirado Esteelmen Francisco Reyes Girón y el excomisionado (colaborador civil) del Ejército Heriberto Valdéz Asij. “Fue muy emocionante ver cómo algunas de ellas se quitaban los pañuelos con los que han cubierto sus rostros durante el juicio. Estaban victoriosas”, indica Sandra Puac.
El caso de Sepur Zarco es, además, “histórico” por ser el primero en el que se ha juzgado y condenado el delito de esclavismo sexual en un conflicto armado dentro del país donde se cometieron los abusos. “Demuestra que las mujeres pueden encontrar la justicia en los tribunales nacionales”, dice Sandra Puac.
Meeylyn Lorena Mejia López cuenta la importancia de las propias audiencias para las mujeres. “Ha sido un gran paso en la vida personal de las mujeres, y también a nivel comunitario, por la oportunidad de presentar su testimonio y que no les dijeran que estaban mintiendo. Eran pruebas que formaban parte de un juicio. Se quitaron un peso de encima que cargaron durante 30 años”.
Las mujeres han relatado las violaciones sistemáticas de los militares, los trabajos continuos durante varios días sin ningún descanso y el hambre de sus hijos por la falta de remuneración de estas tareas. Algunos de ellos murieron por ello, dicen entre lágrimas las mujeres en un vídeo de Mujeres Transformando el Mundo, parte de la Alianza junto al Equipo de Estudios Comunitarios y de Acción Psicosocial (ECAP) y la Unión Nacional de Mujeres Guatemaltecas (UNAMG).
“Nos violaron, grande fue el sufrimiento que nos causaron, y me decían que ya no había nadie que preguntará por mí. Muchas veces fui violada y una de mis hijas también fue violada. Nos decían vayan a bañarse y después de que nos bañábamos un hombre gordo era el que nos violaba y después venían otros más menuditos… fue muy doloroso todo eso que nos sucedió. Nosotras fuimos obligadas a vivir como perros”, detalló durante el juicio Petrona Choc, una de las denunciantes.
Precedente para otros abusos sexuales
Varias asociaciones de mujeres guatemaltecas destacan el precedente que supone este caso para otros similares del conflicto armado, especialmente contra mujeres indígenas, como recoge el libro 'Tejidos que lleva el alma'. Las violaciones sistemáticas de mujeres y las desapariciones forzosas de hombres han sido también parte de las luchas internas ligadas a la posesión de la tierra.
Sepur Zarco también puede ser un hito para la violencia cotidiana, sexual y de género contra las mujeres, que la OMS ha considerado de “proporciones epidémicas” a nivel mundial, y que en Guatemala tiene una prevalencia muy elevada.
Según los datos oficiales, en 2013, 758 mujeres fueron asesinadas por violencia de género, en una población de unos 15,4 millones de habitantes. Una cada dos días. En 2014, la cifra ascendió a 846 mujeres. En el estudio 'Carga Global de la Violencia Armada 2015. Cada Cuerpo Cuenta', elaborado por dos ONG europeas con el apoyo de Naciones Unidas, Guatemala es el cuarto país con mayor tasa de feminicidios.
La compañía de teatro de Las Poderosas está compuesta por mujeres que sufrieron violencia de género en el pasado y que ahora rechazan el calificativo de víctimas. Ellas se llaman “supervivientes”, explicaron en Carne Cruda. Tuvieron que superar el maltrato de sus parejas o exparejas, de sus familiares, y la falta de apoyo de su entorno. Hasta que dijeron “basta” y ahora no paran de gritarlo desde los escenarios guatemaltecos e internacionales.
Leonor Arteaga, de la Fundacion para el Debido Proceso (DPLF), insiste en la importancia de que juicio de Sepur Zarco anime a otras mujeres “a romper el silencio”. “Las violaciones y abusos sexuales fueron perpetrados en forma sistemática y configuraron una práctica extendida y diferenciada, como lo señaló la Comisión para el Esclarecimiento Histórico. Pero la violencia sexual fue invisible en los testimonios iniciales post conflicto, ya que los y las testigos construyeron sus relatos en torno a la identificación de personas que continúan desaparecidas, o que fueron ejecutadas o torturadas”.
Arteaga y Mejia López coinciden en que la conmoción creada en el país con este caso puede “abrir los ojos” a muchas personas. “Representa una ventana para debatir el rol de las fuerzas armadas y las causas de la continua violencia de género hasta nuestros días, basada en las ideas de dominación y control. Hay que aprovechar el momento para empujar nuevas reflexiones y generar transformaciones”, afirma Arteaga.
Mejia López insiste en preguntarse de dónde surge esa violencia de hombres a mujeres. Por qué resulta tan barato violar y abusar. Por qué lo normal es el silencio o el descrédito de la víctima. En el juicio, los hoy condenados dijeron que las mujeres no fueron abusadas sino que ejercían la prostitución. Pero el tribunal no los creyó. Allí estaban las mujeres, sus relatos, las secuelas aún presentes, y los huesos de 51 personas que el Ministerio Público del país presentó como prueba de los indígenas desaparecidos y asesinados por militares en la década de los ochenta en regiones del norte de Guatemala.
Las 'abuelas de Sepur Zarco' saben que sus testimonios pueden convertirse en un símbolo. Incluso cuando en la Alianza faltaban las fuerzas, los ánimos para superar años de litigio, ellas decidieron seguir adelante, cuenta Mejia López. “Muchas nos han dicho: 'Me voy a morir en paz. Voy a dejar un precedente a mis hijas y a otras mujeres: el de no callar las atrocidades”.