En el último año, 15 personas han perdido la vida en el puerto de Calais, la ciudad francesa más cercana a Inglaterra, en un intento por dejar atrás una situación de guerra o con la intención de mejorar sus condiciones de vida. Un lugar en el que, según ACNUR, más de 2.500 personas viven en condiciones extremas de pobreza y miseria asentados en campamentos improvisados. Su objetivo es cruzar el Estrecho francés y alcanzar Reino Unido, donde creen que tendrán mejores oportunidades de futuro.
Durante los últimos años, el puerto de Calais se ha convertido en un imán para los inmigrantes y refugiados, desesperados, contactan con grupos organizados que les prometen, a cambio de unos miles de euros, una plaza clandestina en un carguero. En asentamientos sin acceso a agua, comida o un techo, los solicitantes de asilo que huyen de países en conflicto como Sudán, Irak o Siria aguardan a la espera de cruzar la puerta que conduce al Reino Unido. También inmigrantes sin papeles procedentes de Somalia o Eritrea esperan noche tras noche su oportunidad. La mayoría son hombres —de los cuales el 40% son menores—, pero hay cerca de 300 mujeres y 50 niños.
Calais se encuentra al norte de Francia en el punto más estrecho del canal de la Mancha. En este punto mide solo 34 kilómetros. Para muchas de las personas, la única forma de cruzar esta distancia pasa por esconderse en la parte trasera de un camión, a ras de suelo, o tirándose al mar para subirse a los ferries.
Alegando razones de seguridad sanitaria los poderes públicos expulsaron y destruyeron en mayo los campamentos improvisados donde cientos de personas sobrevivían. Exiliados y sin alternativa de ser realojados encontraron refugio en lo que ellos denominan como “la selva”. “Viven en carpas y en lugares que no están adaptados para su subsistencia. Se van al bosque o a edificios abandonados infestados de ratas en condiciones no dignas para evitar que la policía les detenga”, denuncia desde Francia Oliver Lebel, de Médicos del Mundo.
“La gran mayoría de la gente”, dice Lebel, “viene de países que experimentan violaciones de derechos humanos y de la guerra. No entiendo cómo alguien permite que se pudran en una situación como esa”. En declaraciones a este diario, el director general de la organización en Francia denuncia las desastrosas condiciones sanitarias, la precariedad socioeconómica y legal, así como el acoso diario en nombre de las fuerzas policiales que sufren estas personas. “Es dramático. No tienen a dónde ir. Tan pronto como se sientan en un banco, les piden la documentación”.
“Los estados y las instituciones no se dan cuenta realmente del drama que estas personas viven”, afirma. Esconderse para dormir o el trauma que supone la persecución continua que llevan a cabo las autoridades en nombre de la administración es en palabras de Lebel “un asesinato simbólico”.
Ahmed tiene 29 años, y antaño un futuro en su ciudad natal de Damasco. Ahora, después de huir de la guerra, está atrapado en Calais con la esperanza de llegar a Reino Unido. “Me gustaría poder volver a Siria. Incluso con la guerra es mejor que estar aquí”, afirma el migrante sirio en una entrevista con ACNUR/UNHCR. “Por lo menos allí te matan con honor. Aquí, duermes sin él”.
En los últimos doce meses al menos 15 personas, según ha confirmado Acnur a este periódico, han muerto debido a saltos desde un puente hacia camiones en marcha, golpeados por los vehículos en las zonas de aparcamiento o atrapados por incendios en el interior de estos, tal y como adelantó el periódico británico The Guardian.
Según William Spindler, jefe superior de comunicaciones de la agencia del UNHCR, los migrantes eligen cualquier oportunidad para llegar a un lugar donde creen que su vida puede ser mejor o donde piensan que van a estar protegidos. “Estamos viendo como cada vez más personas arriesgan su vida porque sienten que no tienen nada que perder”, afirma.
Ningún país fronterizo se hace cargo
En 2002, bajo la presión del gobierno de Blair, Nicolas Sarkozy, entonces ministro del Interior, cerró el campamento de refugiados de Sangatte, cerca de Calais, en un intento de disuadir a los solicitantes de asilo procedentes de cruzar el Canal. Doce años después, las condiciones inhumanas, la precariedad legal que viven los más de 2.000 inmigrantes asentados permanentemente en Calais, así como el acoso diario en nombre de las fuerzas policiales, han convertido el lugar “en un purgatorio real”, afirma Spindler.
En una conversación telefónica desde Suecia con eldiario.es, el portavoz de la Agencia de la ONU para los refugiados relata como la falta de responsabilidad de Francia e Inglaterra hacen de Calais una zona donde tanto solicitantes de asilo como migrantes no pueden ejercer sus derechos. “Reino Unido dice que estas personas no son refugiados porque se encuentran en un país donde no hay guerras, ni violación de los derechos humanos. Francia dice que no es su problema porque al no solicitar el asilo en su país, este no debe dárselo”.
Son víctimas de la directiva de Dublin, una normativa europea por la que la petición de asilo se lleve a cabo en el primer país de la zona Schengen en el que un migrante transita. Su aplicación puede causar serios retrasos en el examen de las solicitudes, e incluso dar lugar a reclamaciones de asilo que no se escuchan.
Para Spindler es imprescindible una respuesta a nivel europeo en lo que considera que es un asunto global. “Son personas que han recorrido el mundo en busca de un lugar mejor. No es sólo un dilema de un país o una ciudad, sino que es un problema de todos”
Mohamed, sudanés de 29 años, se encuentra ahora atrapado en Calais después de haber huido de la violencia en Sudán, donde trabajó con la ONU. “Europa no es tan bueno como creía. Francia no me da la documentación y tengo un montón de problemas”, dice a fuentes de ACNUR. “¿Qué hago? Yo sólo quiero una vida normal”.
El “muro de la vergüenza” francés
“Personas con un temor fundado por motivos de guerra, o mujeres que son víctimas de explotación sexual o de trata deberían ser reconocidos como refugiados”. Según el representante de ACNUR, hay que darles la posibilidad de que pidan asilo en vez de “pasarse el balón” entre países y ofrecer a cada persona una asesoría de acuerdo a su necesidades. “Las soluciones a corto plazo centradas en el rechazo en frontera para que se vayan a otro lugar no resuelven el problema”, denuncia.
Rechazo, precisamente, es lo que más de 90 organizaciones expresaron el pasado 18 de diciembre coincidiendo con el Día del Migrante. Encabezadas por el movimiento Emmause protestaron por la última decisión adoptada: el inicio de la construcción de una valla en torno al puerto financiada por Reino Unido. Según denuncian en un comunicado, “evidencia la falta de respuesta adecuada de las autoridades”. Hecha de malla de alambre y coronada con alambre de púas, lo que denominan como el “muro de la vergüenza” cuarta “las libertades de los inmigrantes”, clamaron las asociaciones locales.
“Gastamos 15 millones de dólares para poner en práctica medidas de seguridad, que podrían haber ido destinados a asegurar un hogar a los migrantes, implementar una recepción real y apoyar la política migratoria”, manifestó la organización. “¿Cómo podemos aceptar que nuestro país, la quinta economía más grande, no sea capaz de dar cabida a estas personas con dignidad?”.