Con más de dos semanas de retraso, el nuevo año académico ya ha comenzado en Gaza para más de 500.000 menores. Farah se queja: apenas ha tenido tiempo de disfrutar de las vacaciones que la última guerra robó al millón de menores de 18 años que hay en la Franja. 500 ya no volverán disfrutarlo más. “Antes de la guerra tenía muchos planes: ir a la piscina con mis amigas o aprender a tocar la guitarra, pero ya no me quedan días”, explica Farah, de 16 años, rodeada de los escombros y las ruinas que marcan el paisaje de parte de la localidad de Beit Lahia, al norte de la Franja de Gaza, una zona especialmente castigada por su cercanía con la frontera con Israel.
Los enormes ojos azules y las larguísimas pestañas de Farah Baker fueron conocidos en medio mundo a raíz de los tuits que la adolescente escribió desde Gaza durante los casi dos meses que duró el conflicto entre Israel y las milicias palestinas. Esta joven narraba cada día lo que veía desde las ventanas de su vivienda familiar, situada muy cerca del hospital Shifa -el más grande de la Franja- en Ciudad de Gaza. Allí su padre trabaja como cirujano, con lo que Baker contaba con información de primera mano para tuitear el número de ambulancias que llegaban al centro o la cantidad de heridos que ingresaban. “Quería que la gente que no está aquí pudiera conocer, sentir de alguna manera, lo qué estábamos viviendo nosotros”, cuenta la chica con una sorprendente madurez, más propia de un adulto, algo frecuente en los niños nacidos en zonas de conflicto.
El pasado 29 de julio Farah escribía: “Este (misil) ha caído cerca. No puedo dejar de llorar. Podría morir esta noche”. 140 caracteres que contienen lo que, según la joven, define la principal característica de la última guerra con Israel. “A diferencia de las dos anteriores (Plomo Fundido en 2008-2009 y Pilar Defensivo en 2012) esta vez cualquier civil podía ser alcanzado, no había lugar seguro en Gaza. Bombardearon casas enteras con familias dentro”, relata la joven.
Afortunadamente para ella, ningún miembro de su familia directa falleció en la ofensiva. Su madre, en cambio, resultó herida cuando un misil israelí impactó sobre un coche que pasaba cerca de donde ambas se encontraban. La explosión provocó que los cristales de algunos comercios cercanos reventaran y los fragmentos se precipitaran sobre el cuerpo de su progenitora. “Tuvimos que quitárselos uno a uno, mi madre aún tiene las heridas”, explica.
Otros parientes, menores como ella, corrieron peor suerte. Los cuatro niños que murieron el pasado 16 de julio en una de las playas de ciudad de Gaza a consecuencia del impacto de varios proyectiles israelíes, eran familiares suyos. “Los cuatro eran primos míos. Su apellido también era Baker”, lamenta Farah.
“Cada guerra siempre es peor que la anterior”
La palestina entremezcla la pérdida de sus familiares y el comienzo del nuevo curso con la naturalidad de quien ha visto la muerte de cerca demasiadas veces, de quien ha vivido tres guerras en menos de seis años. A fin de cuentas la vida sigue en la Franja de Gaza, al menos por el momento, pero Farah es pesimista. “Prefiero no hacer planes de futuro porque cuando los hago viene otra guerra y la última siempre es peor que la anterior”, asevera la adolescente.
Incluso cuando el conflicto armado termina siendo parte de la realidad de los 1.8 millones de personas que viven en este enclave costero de apenas 270 kms², el fin de las hostilidades puede provocar cierto desconcierto entre la población más joven, tristemente acostumbrada a sobrevivir en un territorio castigado por más de 7 años de bloqueo. El pasado 26 de agosto, cuando Israel y las milicias palestinas aceptaron el cese de hostilidades que puso fin a casi 7 semanas de conflicto, Farah Baker tuiteaba: “Chicos, ahora que la guerra se ha terminado, ¿sobre qué quereís que tuitee?”.
Vuelta a una vida marcada por la guerra
Tras la veintena de días que han transcurrido desde el final de esta última guerra, Farah Baker ha podido realizar, al menos por un tiempo, algunas de las actividades propias del verano para una gazatí de su edad: pasar el día en la casa familiar de alguna amiga, visitar a algún pariente o ir a la piscina. A Farah le gustaría bañarse en la playa -Gaza cuenta con más de 40 kilómetros de costa- pero el agua está totalmente contaminada después de que aviones israelíes bombardearan algunas de las principales depuradoras de aguas residuales que hay en la Franja. En consecuencia, las aguas fecales no se tratan y terminan vertidas, a chorros, directamente al mar (diariamente se vierten más de 100.000 metros cúbicos de aguas residuales de forma incontrolada).
A pesar de lo limitado de las opciones de ocio de que disponen los jóvenes gazatíes (si lo comparamos por ejemplo con las que cuentan los jóvenes europeos de su edad) y de que muchos han perdido a algún familiar durante la última contienda, para la mayoría poder disfrutar de una jornada sin bombardeos se convierte en motivo de fiesta.
“Quiero ser abogada”
Es en esos momentos cuando Farah dice cerrar los ojos, olvidar durante un rato lo ocurrido y volver a soñar. “El año que viene empiezo ya la Universidad. Quiero estudiar derecho y devolverle la dignidad a mi pueblo”, sentencia con la determinación que le otorgan sus 16 años. Para ella, las organizaciones de Derechos Humanos llevan años denunciando lo que ocurre en la Franja, pero al final, asegura, quienes siguen sufriendo el bloqueo (impuesto por Israel en 2007 cuando Hamas se convirtió en poder de facto en Gaza) siguen siendo los mismos. “Ellos hablan y hablan de derechos, pero aquí las cosas cada año empeoran”, concluye.
Farah se refiere a las investigaciones similares a la realizada recientemente por el grupo internacional Human Rights Watch, que ha acusado a Israel de cometer “probables” crímenes de guerra al bombardear dentro del recinto de 3 escuelas gestionadas por la ONU (en las que murieron un total de 45 personas) y que acogían a cientos de refugiados palestinos (más de 65.000 continúan viviendo en una veintena de ellas, según los últimos datos de la Agencia de Naciones para los Refugiados Palestinos, UNRWA).
Estos bombardeos provocaron una amplia condena internacional. La ONU, que ha acusado tanto a Israel como a Hamas de violar las normas de la guerra, nombró al término de la guerra una comisión de investigación que estudie estos incidentes. Presumiblemente, tal y como ocurrió con el llamado “Informe Goldstone” posterior a la Operación Plomo Fundido en 2009, sus conclusiones se quedarán en meras denuncias que no conducirán a la depuración de responsabilidades, permitiendo que continúe la impunidad.