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Ramtin Zigorat, activista LGTBI iraní en España: “Nos obligaban a asomarnos por una ventana cuando ahorcaban a gente”

Ramtin Zigorat, activista LGTBI iraní refugiado en Españaa, fotografiado en Madrid.

Fabiola Barranco

8 de octubre de 2022 22:18 h

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La vida de Ramtin Zigorat cambió por completo el 17 de mayo de 2015. Era el Día Internacional contra la Homofobia, pero en lugar de celebrar su identidad sexual comenzó una huida tras años de lucha clandestina por los derechos de las personas del colectivo LGTBI en Irán, uno de los países que todavía castigan la homosexualidad con la pena de muerte.

“Ese día habíamos estado hablando con la gente y repartiendo papeles para sensibilizar y hablar de nuestros derechos. Pero alguien debió delatarnos y la policía de la moral apareció e intentó detenerme. Aunque yo logré escapar, se quedaron con mi documentación y pertenencias. Me vi obligado a esconderme cada día en una ciudad distinta y, con el apoyo de otros compañeros y compañeras, ir hacia la frontera de Turquía para salir del país”, cuenta Ramtin. No tuvo suerte. El joven fue detenido.

Primero, Ramtin fue trasladado a una cárcel bajo custodia de la policía de la moral. Después, lo enviaron a otra convencional. “Todos los días venían y nos obligaban a asomarnos por una ventana cuando colgaban a gente y nos decían: mañana es tu turno. Así, cada día. Era como estar muerto en vida”. Cuando lo recuerda, sus palabras se ahogan en silencios que acaban transformados en lágrimas. “No puedo hablar recordando lo que me hicieron allí, cada vez que hablo me duele todavía. Me cuesta”, se disculpa con la voz quebrada.

El turno de Ramtin nunca llegó. “Tuve la suerte de que mi madre consiguiera vender sus tierras en un día y sobornara al juez para que me sacaran de allí”, explica. Salir de prisión no significaba vivir en libertad. Las personas LGTBI en Irán se enfrentan a una discriminación constante, viven con el temor del acoso, la detención y la violencia. Todo ello, bajo el paraguas del Código Penal Islámico de Irán, que castiga la conducta homosexual consentida con penas que van desde la flagelación hasta la ejecución.

Ramtin cuenta que cayó en una profunda depresión, acentuada meses más tarde cuando su madre falleció, enferma de cáncer. “Ese fue el golpe más duro de mi vida porque mi madre era mi principal apoyo. Yo tuve la suerte de poder contar con ella: cuando le dije que era ateo, me apoyó completamente. Cuando le dije que soy gay, le costó entenderlo, pero siempre me arropó, me cuidó y me protegió”.

Condenados a muerte

No para de repetir lo afortunado que es por contar con el respaldo de su madre porque sabe que en Irán la criminalización penal también cala en la sociedad. En mayo de 2021, Alireza Fazeli Monfared, que se identificaba como gay no binario, fue secuestrado por varios familiares hombres en su localidad. Al día siguiente, informaron a la madre de que lo habían matado y arrojado su cadáver bajo un árbol. Aquel brutal asesinato tuvo un fuerte impacto mediático gracias a la denuncia y condena de organizaciones como Amnistía Internacional o el portal iraní 6 Rang.

Alireza Tajiki fue condenado a muerte a los 16 años y ahorcado a los 21. Mehrdad Karimpour y Farid Mohammadi fueron condenados a muerte por “relaciones sexuales no consentidas entre hombres” y ejecutados en prisión el pasado febrero.

Son solo algunos nombres de una larga lista de personas LGTBI ejecutadas en Irán, pero de la mayoría no han trascendido los detalles. “A mis 33 años ya he perdido a unas 20 personas que, como yo, son gays lesbianas, bisexuales, trans... y han muerto. Bien porque se han suicidado, porque las han matado o porque han desaparecido y nunca más hemos vuelto a saber de ellas. Hay mucha gente que muere o desparece, pero nadie se entera. Hay demasiada gente en el olvido”, lamenta.

Precisamente, para romper con esa desmemoria, luce en el lado izquierdo de su torso –a la altura del corazón–, una pegatina con los rostros de dos activistas LGTBI condenadas a muerte. Ellas son Zahra Sedighi-Hamadani y Elham Choubdar, de 31 y 24 años.

“Yo sé por lo que están pasando. Sé muy bien que están encerradas en una celda de un metro por un metro, sé que orinan o defecan en su boca y en su cuerpo, sé que las obligan a leer el Corán, sé todo tipo de torturas que estarán sufriendo y que todavía hoy soy incapaz de verbalizar”, dice visiblemente conmovido. Lo sabe porque lo ha vivido. Es un superviviente.

Esa resistencia acompaña a Ramtin desde que salió del armario a los 16 años en un lugar donde ser homosexual puede conllevar la muerte. Escapó de Irán hasta llegar a Turquía.

La huída

“En Turquía, con ayuda de otros amigos, poco a poco recuperé las fuerzas para volver a hacer activismo por los derechos LGTBI y de las personas refugiadas”, recuerda. Sin embargo, dice que allí también estaba “bajo la lupa de la policía migrante” que le advirtió que sería deportado. “Pero volver a Irán era muerte segura”, matiza el joven.

“Turquía también persigue al colectivo LGTBI, todavía me duele el cuerpo de los golpes que nos dieron allí en las manifestaciones”, dicen Ramtin. En 2017, el Gobierno de Erdogan declaró estado de emergencia y prohibió los eventos públicos LGBTI en Ankara. En la última marcha del Orgullo en Estambul, los manifestantes se vieron acorralados por un fuerte dispositivo policial que quería impedir el acto.

Ese ambiente de inseguridad y discriminación también truncaba el deseo de Rantim de vivir con dignidad. Por eso, cuenta, buscó otras alternativas y solicitó visado para viajar a Estados Unidos, un plan que se torció con el veto migratorio de Trump que impedía la entrada de ciudadanía procedente de países como Irán o Siria, que incluía a personas refugiadas. Entonces, España se puso en su camino.

“Llegué en 2019 poco antes de la pandemia. Primero viví en León, donde conocí a una familia española que me trata como a uno más, y después decidí venir a Madrid donde trabajo en una ONG en un proyecto para acompañar a jóvenes migrantes y refugiados”, cuenta Ramtin sobre su nueva vida.

Las protestas

Pero las heridas de todas las duras experiencias que dejó atrás estos días escuecen como nunca. El grito desgarrado de un pueblo cansado de tanta tiranía retumba desde la muerte bajo custodia policial de Masha Amini y aflora en una revolución en la que Ramtin dejó semilla.

“Están siendo días muy duros y bonitos. Estoy muy orgulloso de la gente de mi pueblo, de ver a las mujeres en primera fila y a las personas del colectivo LGTBI en las calles. Ya estamos cansadas y queremos formar parte de este cambio. Mañana, cuando este régimen acabe, las personas LGTBI debemos tener derecho a vivir y no sufrir en nuestro país”, defiende con esperanza.

Su compañera de batalla Zaynab Peyghambarzadeh se define como persona no binaria y también comparte con Ramtin la lucha por los derechos dentro y fuera de sus fronteras, pero se muestra más escéptica. “Nuestra sociedad todavía no está preparada porque no hay espacios para debatir y compartir sobre nuestros derechos. Ahora nos dicen que tenemos que centrarnos en derrocar al régimen, que nuestros derechos no son un asunto para tratar en este momento. Pero eso es lo mismo que les decían a las mujeres que reclamaban sus derechos en la revolución hace 40 años y al final acabaron imponiendo un régimen oscuro contra ellas”, apunta la joven al otro lado del teléfono.

Por eso, hace un llamamiento al feminismo internacional y estos días centra su activismo en Internet. Zaynab forma parte del colectivo #feministas4jina en referencia al nombre kurdo de Mahsa Amini. “Ahora somos más poderosas que nunca y juntas estamos decididas a actuar por la libertad y la igualdad, al lado del pueblo iraní y otros movimientos feministas en todo el mundo. Estamos tratando de organizar un día de acción feminista en todo el mundo para solidarizarnos con las mujeres, trans, no binarias, queer y otras personas oprimidas en Irán”, expresan en su portal web.

La nostalgia también acompaña a Ramtin, estos días de protestas contra el régimen iraní. “Después de tantos años protestando en la calle en Irán hoy me gustaría estar allí también”, confiesa. Pero desde el exilio se ha sumado a las protestas. No solo en Madrid, también en otras ciudades como Berlín o Ámsterdam. “El sábado pasado estábamos en una manifestación en Amsterdam cinco amigos de Irán. Lloramos juntos, por muchas cosas: por lo que hemos perdido, pero también porque estamos juntos y vivo. Porque podemos seguir en la lucha hasta alcanzar un Irán libre”, expresa con emoción. Y va más allá: “Mientas esté vivo voy a seguir luchando para ganar lo que el régimen no quiere: derechos y libertad, aunque me hayan robado la alegría”.

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