El 10 de enero, Riad Zibou se despertó, como siempre, rodeado de miseria. Hacía unas semanas que había recibido la noticia de que ya no iba a recibir las ayudas de la Agencia de la ONU para los refugiados (Acnur). Ni él, ni sus cuatro hijos y su mujer Nadia. Hacía cuatro años que escaparon de Alepo en dirección al vecino Líbano. Cuatro años difíciles alejados de su hogar, su gente, sin saber cuándo podrán volver. Pero la estocada que pudo con él fue el recorte de ayuda humanitaria.
Ese día, Riad marchó hacia una oficina de Naciones Unidas en la ciudad libanesa de Trípoli. Paró frente a ella unos minutos. Se roció de gasolina y se prendió fuego.
Fue su forma de llamar al mundo a gritos advirtiendo de su situación, que no es la única. Más de la mitad de los refugiados sirios vive en la extrema pobreza en Líbano. Alrededor de un millón se encuentra dentro de sus fronteras, un número mucho mayor que el de cualquier país de la UE, que el pasado septiembre incumplió su compromiso de acoger a algo más de 180.000 personas.
Un mes después, Riad yace en una cama en el departamento de quemados del hospital Assalam en Trípoli. El doctor Gabriel Assaba cuenta que ha conseguido superar el peligro y se encuentra estable. “Hoy mismo le practicaremos cuatro operaciones. Él está consciente, pero tiene algunas partes del cuerpo carbonizadas. Nuestra labor se centra en cultivar piel para implantársela luego. Tiene el 35% de su cuerpo quemado”, explica a eldiario.es.
Todavía queda mucho que hacer, señala, sobre todo con sus manos. Por suerte, su estómago está bien, así como los órganos internos. Necesitará un mes para salir de esta sala. “Después lo pasaremos a fisioterapia y al psicólogo”, comenta Assaba'.
“No existen condiciones para el retorno seguro a Siria”
En Acnur se quedaron de piedra al oír la noticia. “Esto demuestra el nivel de desesperación que hay”, dice Scott Craig, su portavoz en Beirut. Añade que la crisis de fondos que atraviesan está afectando a su capacidad para cubrir las necesidades de los refugiados sirios en Líbano.
Las condiciones de pobreza de la gente refugiada es una de las razones que les empujan a pensar en el retorno a Siria, explican. Según el Comité Internacional de la Cruz Roja, el 80% de estas personas quiere volver a sus casas, o lo que quede de ellas.
“Se han producido algunos retornos espontáneos –explica Craig–. Son refugiados que vuelven a Siria por su cuenta y riesgo. En diciembre contabilizamos unos pocos miles durante 2017. Son pocos y pensamos que no es el momento idóneo porque la guerra y la violencia continúan en Siria”.
Cruz Roja apunta que 60.000 refugiados han salido de Líbano hacia Siria. Un 1% de estas personas estaban registradas en el censo de Acnur. En Líbano la noticia provocó una cierta distensión entre su población local y loa refugiados. La cuestión es, además de humanitaria y social, política, sobre todo ahora que se acercan las elecciones parlamentarias.
“No, no existen condiciones para el retorno seguro”, insiste Craig. “Pero aquí en Líbano los refugiados se están empobreciendo. Tres cuartos viven bajo el umbral de la pobreza con menos de cuatro dólares al día. La mitad vive con menos de tres dólares”, prosigue.
Ante la elección de volver a Siria o ser más pobre, Zibou eligió la muerte, pero no murió. Su caso llegó a oídos de todo el mundo y ha recibido ayuda económica del extranjero. Pero el invierno es la época del año más dura para la población refugiada y las noticias de muertes siguen llegando, como las 18 personas fallecidas por congelación al intentar escapar de Siria por las montañas libanesas en enero.
El trabajo infantil se dispara
Los anuncios desesperados para obtener fondos retumban en las paredes de gobiernos y de la comunidad internacional mientras los bombardeos en Siria se cobran decenas de vidas de civiles. De ellos huyeron Amira y Mohamed, que vivían en Dara'a, al suroeste del país.
“Yo escapé de mi casa con mi hijo y mi hija dos años después de haber comenzado la guerra –cuenta Amira desde su hogar-refugio en un popular barrio beirutí–. Me decidí el día en que tuvimos que salir de casa corriendo y refugiarnos en el sótano de una mezquita cercana”.
Encogidos en un rincón, madre, hija e hijo, abrazados esperando una muerte segura, veían como Dara'a caía con las bombas. Las ametralladoras, relata, se encargaban de destruir las fachadas que quedaban en pie. “Yo misma lo vi y vi a uno de los pilotos. Gracias a Dios pudimos salir y cogimos un taxi en dirección a Beirut”, continúa Amira.
Junto a Amira, el conductor, también de Dara'a, y otra mujer escaparon cuando todavía había taxis que iban a la capital libanesa. Hoy, la vía de huida pasa por los traficantes. En cada control militar tenían que ofrecer un soborno para seguir con su viaje. “Pasamos por 29 controles militares –dice el hijo, que hoy tiene 14 años–. Los conté y aún me acuerdo del número”.
La gran mayoría de los refugiados sirios sufren inseguridad alimentaria y están endeudados. El trabajo infantil esté aumentando vertiginosamente. Mohamed está sin trabajo desde noviembre. Ya no reciben ayuda económica de organizaciones humanitarias.
“Empezaré a trabajar pronto en una tienda cocinando manaqish”, cuenta el hijo. “Tendré que trabajar de 5 de la mañana a 4 de la tarde. Me pagarán 10 dólares al día”. El salario, menos de un dólar por cada una de las 11 horas diarias trabajadas, podría ser un caso más de explotación infantil.
“Necesitamos ese dinero para pagar los 220 dólares de alquiler de este lugar”, resalta Mohamed. “Si dejamos de pagar, nos echarán. El dueño está esperando a que pase cualquier cosa para hacerlo”. El piso, a pie de calle, solo tiene una habitación de seis metros cuadrados que sirve de salón y dormitorio para la familia y un pequeño habitáculo con una cocinilla y un baño. En estas circunstancias no es de extrañar que Amira quiera volver a su hogar en Siria. Mohamed asiente. Él desea lo mismo.
“Pero todavía no. No es seguro volver. El otro día estaban de nuevo con ataques en Dara'a”, dice Mohammed consternado. La familia ha optado por quedarse en Líbano y tratar de sobrevivir en la pobreza extrema. La otra alternativa, volver a Dara'a, es toparse por el camino con bombardeos o con una mina.