Los disidentes de Israel: los soldados que se niegan a ocupar Palestina

A sus 38 años, Avner Wishnitzer es un refusenik, palabra hebraizada de origen ruso, con la que se designa a los objetores de conciencia en Israel. Cofundador y miembro activo del movimiento Combatientes por la Paz, Wishnitzer hizo el servicio militar obligatorio (3 años para los hombres, 2 para las mujeres) y se incorporó a una de las unidades de élite de mayor prestigio en las Fuerzas Armadas israelíes, de la que pasó después a ser reservista. Pero algo cambió en 2004, durante la fase más sangrienta de la segunda Intifada palestina.

Es entonces cuando decidió firmar junto a un grupo de compañeros una carta pública dirigida al entonces primer ministro, Ariel Sharon, en la que se negaron a servir más en los Territorios Ocupados. “Yo no estoy en contra de ingresar en el Ejército, creo que es una institución necesaria, sino que me opongo a seguir ocupando un territorio que no nos pertenece”, puntualiza Wishnitzer desde el barrio de Beit Hakerem de Jerusalén.

El Estado de Israel no reconoce el derecho a la objeción de conciencia por motivos políticos -quienes lo alegan suelen terminar presos- y solo exime de hacer el servicio militar a la población de origen árabe o a quienes demuestren problemas de salud. Hasta comienzos de este año, también estaban exentos los estudiantes ortodoxos en una yeshivá (escuela religiosa) pero una ley aprobada a comienzos de este año terminó con esa prerrogativa.

“Me identifico completamente con los 43 oficiales y soldados que acaban de enviar otra carta al primer ministro, Binyamín Netanyahu, negándose a espiar a los palestinos”, añade en relación a la misiva hecha pública hace unos días por un grupo de miembros de la Unidad 8200, perteneciente a la Inteligencia Militar del país y dedicada a realizar escuchas para recabar información sobre los habitantes de Cisjordania y Gaza o los de Irán u otros países de Oriente Medio.

“Llevamos casi medio siglo de ocupación. Me alegro de que siga habiendo gente que se oponga a un sistema que es antidemocrático e inmoral”, continúa Avner en referencia a los testimonios distribuidos a la prensa por algunos de los firmantes de la carta. “Si alguien nos interesaba, recopilábamos datos sobre su situación económica o su estado mental. Entonces planeábamos qué operación podíamos realizar para convertirle en un colaboracionista”, escribe uno de ellos. “Cualquier información que pudiera permitir la extorsión de un individuo se considera relevante, ya sea porque tiene una cierta orientación sexual, es infiel a su mujer o necesita de un tratamiento (médico) en Israel o Cisjordania. Entonces es objeto de chantaje”, escribe otro de los soldados.

Según argumenta Wishnitzer, hoy especialista en historia de Oriente Próximo, “nos hacen creer que no tenemos otra elección más que luchar o hacer lo que sea para defendernos, de forma que cuando acabamos de poner fin a una guerra (en este caso la reciente invasión de Gaza) ya nos están preparando para la próxima”, espeta.

En las últimas semanas no se deja de especular en los medios de comunicación israelíes sobre la posibilidad de que una organización yihadista perpetre algún ataque desde los Altos del Golán o que sea buen momento para que las Fuerzas Armadas del país lancen un ataque contra la organización chiíta libanesa Hizbolá, dado que ésta se encuentra enfangada militarmente en Siria. De acuerdo a este objetor, la izquierda israelí atraviesa una grave crisis en una sociedad cada vez más conservadora y se muestra incapaz de dar respuestas a los retos morales y políticos del país. “Pero que no se equivoquen, esta crisis de la izquierda no comenzó con la segunda Intifada, es muy anterior”, añade.

Una “vergüenza” para el Gobierno israelí

El caso de la carta de la Unidad 8200 representa un nuevo impulso para antiguos activistas del movimiento de objeción de conciencia en Israel. “Son una generación nueva y quienes nos negamos a participar en la ocupación hace más de una década les apoyamos”, explica a eldiario.es Chen Alon, uno de los fundadores de Ometz Lesarev (“coraje para negarse”, en hebreo), una iniciativa surgida en 2002 durante la segunda Intifada y promovida también por soldados y oficiales del Ejército. Su insubordinación le costó un mes de cárcel, poco tiempo en comparación al año y medio o incluso dos años que permanecieron alrededor de 200 de los 650 refuseniks que rechazaron formar parte de las actividades militares un año después, en 2003, según cuenta este antiguo activista.

Dentro de los objetores de conciencia en Israel existen dos grupos bien definidos. Por un lado, quienes rechazan alistarse en el Ejército por razones de conciencia, los llamados shministim (nombre en hebreo para los que cursan el último año de bachillerato, llamados a filas con apenas 16 años). Éstos pueden cumplir varias condenas hasta alcanzar los 3 años que, por ley, dura el servicio militar para los hombres. Por otro, los ya alistados, aquellos que deciden incumplir órdenes de oficiales superiores alegando motivos como el pacifismo, el antimilitarismo, razones religiosas o el rechazo a cualquier actividad relacionada con la ocupación israelí de los territorios palestinos. A este último grupo pertenecen Chen Alon o Avner Wishnitzer.

Unos y otros son vistos como traidores insumisos por gran parte de la sociedad israelí y por la casi totalidad del establishment político y militar. “La carta contribuye a la campaña de deslegitimación y mentiras en el mundo contra las Fuerzas Armadas y el Estado de Israel”, denunció el ministro de Defensa, Moshe Yaalón en relación a la misiva de la unidad 8200. El ministro de Asuntos Estratégicos, Yuval Steinitz, fue incluso más lejos. “Quien organizó y promovió la carta y esta actitud inmoral debe estar en la cárcel. Si todos nos comportáramos como ellos, el Estado de Israel ya hubiera colapsado”, afirmó hace unos días.

“Tienen información confidencial y eso les protege”

Chen Alon alude a las inevitables consecuencias a las que se enfrentarán los firmantes de la última iniciativa de objeción de conciencia. “Les expulsarán de la unidad, pero no del Ejército. Tienen información confidencial muy valiosa y eso les protege”, añade este activista hoy doctor en Artes Escénicas en la Universidad de Tel Aviv. Alon menciona que muchos de los directores de las empresas de tecnología avanzada israelíes más importantes han pasado por la 8200.

“Quienes han formado parte de ella suelen llamar a antiguos compañeros para nuevos puestos de trabajo. Ahora seguro que serán repudiados”, explica este profesor universitario, profesión liberal a la que terminan dedicándose muchos de los refuseniks israelíes que, en algunos casos, tienen dificultades para encontrar trabajo en otros sectores, entre ellos el del empleo público.

“Sabíamos que pagaríamos un precio”

“En mi época sabíamos que pagaríamos un precio por nuestra acción, pero entonces y ahora pensamos que merecía la pena”, comenta Avner Wishnitzer añadiendo una vez más que su rechazo, como el de los miembros de la unidad 8200, se centra en las actividades dedicadas a mantener el control sobre Cisjordania y Gaza, que no frente a otras amenazas regionales.

A este respecto, Ishai Menuchin, de Yesh Gvul (“hay límites”, en hebreo), la organización de objetores de conciencia más antigua del país, señala que hay importantes diferencias entre lo que ocurría hace 20 o 30 años y lo que sucede en la actualidad.

“Cuando empezamos en 1982, tuvo lugar la matanza de Sabra y Chatila en el Líbano. 3.500 soldados nos negamos a participar en la guerra (180 fueron encarcelados, entre ellos Menachem) y centenares de miles de personas se echaron a la calle pidiendo paz”, comenta Menuchim.

Durante la primera Intifada, “la cifra se redujo a 2.500 y 150 acabaron en la cárcel”, añade. “Hoy es más difícil”, añade este activista quien, después de rehúsar participar en la guerra del Líbano, siguió dos décadas más sirviendo en el Ejército. “Antes podías hacer otras cosas si seguías en el Ejército. Hoy si alegas rechazo a participar en la ocupación, es más complicado porque son muchos más los recursos y efectivos que se dedican a ella”, apunta.

Menuchin no entra en detalles, pero lo que no explica él lo define Chen Alon con claridad: “La sociedad israelí de antes no es la de ahora. No parece que le importe el deterioro de la imagen del país, como hemos visto durante la útima ofensiva en Gaza”, puntualiza. “Nos acercamos a un Estado del apartheid. En Sudáfrica, en un momento dado, la gente pensó que no había esperanza hasta que un día cambiaron las cosas”, explica este activista. “En Israel ocurrirá lo mismo pero será cuando la sociedad quiera aunque, para eso aún estamos muy lejos”, finaliza Alon.