“Visitas una zona rural en los alrededores de Cabo (República Centroafricana). No ves resistencia de la población hacia el reciente golpe de estado. Ves a una madre agobiada porque se ha quedado sin herramientas para cultivar sus tierras, para obtener alimentos. Ves que empieza la época de lluvias y tiene poco tiempo para buscar una solución. Pero su hija está con fiebre y puede llegar a tener hasta un día de camino para alcanzar el puesto de salud más cercano. Las vías de comunicación son casi inexistentes y no se sienten seguras para intentarlo”.
“Visitas una zona rural en los alrededores de Cabo (República Centroafricana). No ves resistencia de la población hacia el reciente golpe de estado. Ves a una madre agobiada porque se ha quedado sin herramientas para cultivar sus tierras, para obtener alimentos. Ves que empieza la época de lluvias y tiene poco tiempo para buscar una solución. Pero su hija está con fiebre y puede llegar a tener hasta un día de camino para alcanzar el puesto de salud más cercano. Las vías de comunicación son casi inexistentes y no se sienten seguras para intentarlo”.
La población suele mostrar cierta resistencia ante un golpe de estado violento, pero los centroafricanos concentran sus preocupaciones en su día a día, en su supervivencia. En un país sumido en una profunda crisis humanitaria anterior al golpe de estado, con tasas de mortalidad muy por encima de los niveles de emergencia en algunas regiones, los destrozos que el grupo armado de Seleka ha dejado a su paso agravan una situación de pobreza denunciada desde hace años por las ONG que actúan en este lugar olvidado por la comunidad internacional. Xisco Villalonga, director adjunto de operaciones de Médicos Sin Fronteras, y Juan José Aguirre, misionero en Bengassou desde hace 30 años, cuentan a eldiario.es la situación actual de República Centroafricana, de la que han sido testigos.
“¿Por qué otra vez a nosotros?”. Con estas palabras el obispo de Bangassou, Juan José Aguirre, transmitía la desesperación de un pueblo azotado por una crisis tras otra. El religioso narra sobregido cómo la banda armada Seleka ha arrasado el país en el que vive desde hace décadas. “Han destrozado nuestros proyectos de Manos Unidas en la zona. El trabajo de tantos años se ha roto en pedazos, aunque mi gente está tranquila”, denuncia Aguirre, también en tono calmado. Está en España, pero no abandona República Centroafricana. En unos días volverá y continuará con su labor. Tampoco se fue Médicos sin Fronteras. Xisco Villalonga trabaja desde Barcelona, pero estuvo en el terreno para comprobar el estado de sus proyectos: “Han saqueado muchos de los hospitales, ha habido ataques violentos, pero teníamos que volver. Nos fuimos durante unos días pero cuando se estabilizó un poco la situación regresamos”. Pocos más lo hicieron.
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Todas ellas se relacionan: la continuación de una empeora la otra, que multiplica a la siguiente. Si el personal sanitario huye del país, dejará de localizar focos de enfermedades como la malaria o el sarampión y, con ello, surge un mayor riesgo de epidemia. Pero si, además de las prácticamente inexistentess vías de comunicación, se une la inseguridad extendida por el territorio, pocos se atreverán a recorrer cientos de kilómetros hasta alcanzar el puesto de salud más cercano.
Médicos sin Fronteras advierte de que, si la ONU no retoma sus actividades en RCA, la situación actual se mantendrá y continuará esta tendencia hacia la emergencia. Y es que a día de hoy, ninguna organización salvo Cruz Roja Internacional y MSF se encuentran en las zonas rurales del país. “Ni recuperan sus proyectos, ni mucho menos aumentan su presencia en la zona aunque la crisis lo requiera”, denuncia Xisco Villalonga.
Desde el golpe de estado perpetrado por el grupo insurgente Seleka a finales de marzo, las agencias de la ONU evacuaron del país la mayor parte de sus proyectos. Cuentan con un único punto en Bangui, la capital, pero sin ningún tipo de despliegue en el territorio ni en aquellas zonas rurales aisladas que conforman la mayor parte del país, según explican desde Médicos sin Fronteras.
“Es necesario que las Naciones Unidas no sólo recuperen sus actividades en la zona, también deberían abrir nuevos proyectos para afrontar la grave situación que vive el país tras el golpe de estado. Con una presencia permanente de la ONU, se podría dar ejemplo y atraer al resto de organizaciones que también evacuaron la zona”, ruega Villalonga.
¿Por qué en Malí sí y en RCA no?
“Eso mismo me pregunto yo”. Ambos responden de una forma similar tras comparar la respuesta occidental en Malí con la de República Centroafricana. Ambas son antiguas colonias francesas, pero mientras que Francia entró en Malí de una forma casi inmediara, los centroafricanos aún no han olido la presencia francesa: “No entiendo qué valor tiene un país en términos geoestratégicos, comerciales o militares... posiblemente habría que preguntarles a ellos, pero la diferencia es clara. Aunque esto no es algo nuevo, llevamos años denunciando el abandono de este país por parte de la comunidad internacional. Es una situación aguda de algo crónico”, denuncia Xisco Villalonga. “Naciones Unidas se contenta con mirar hacia otro lado”, remata Juan José Aguirre.
“Las agencias de la ONU no retoman sus proyectos alegando la peligrosidad de la zona. República Centroafricana ahora mismo no es el lugar más peligroso del mundo. Con una buena gestion de los riesgos se puede trabajar. Nosotros lo estamos haciendo”, recuerda el director adjunto de operaciones de MSF. “Hacemos un llamamiento a todas las organizaciones para que vuelvan a República Centroafricana”.
Hospitales saqueados, médicos evacuados
Las estructuras de salud de República Centroafricana tenían una estructura deficiente, pero ahora la situación es insostenible. Con el avance de los grupos armados de Seleka, los puestos de hospitales han sido saqueados. El miedo, la inseguridad y las propias interrupciones salariales han provocado la huída del personal de salud hacia la capital o al exterior del país. La gente ha abandonado sus pueblos para esconderse en el bosque. Organizaciones como Medicos Sin Fronteras o Cruz Roja Internacional tratan de evaluar la gravedad de cada zona, para intentar asentarse allí donde sea más necesario.
“La consecuencia directa de no haber estructuras de salud es la pérdida de la capacidad de detección de enfermedades epidémicas prevenibles como sarampión o la malaria”, explica el director adjunto de Médicos sin Fronteras. Un reciente informe de esta organización mencionaba un 33% más de casos de malaria desde principios de año, en comparación con el mismo periodo del 2012.
“Estas cifras hacen referencia a los meses anteriores de la época de lluvias que comienza ahora, la estación epidémica. La propagación tanto de malaria como de sarampión va a aumentar. Llegará el pico propio de esta época”. Además, según denuncia, su gran miedo es la multiplicación de estas enfermedades en aquellas zonas a las que no llegan. “Nuestra mayor preocupación es que aumente el número de casos sin que nadie se de cuenta”, alerta.
La llegada de Seleka
El avance de los soldados de Seleka comenzó en diciembre de 2012, aunque hasta el pasado el pasado marzo no ejecutaron el golpe de estado contra el gobierno con la consiguiente salida del entonces presidente centroafricano François Bozizé.
El obismo Juan José Aguirre, apoyado por Manos Unidas, permaneció en RCA en todo momento. Los rebeldes también han llegado a su región, Bengassou. “Sus tropas se han hecho con la zona y han arrasado la diócesis de Bangassou. Están patrullando por la ciudad a sus anchas. Son los dueños y señores”, explica a eldiario.es. “Han destrozados todos nuestos proyectos, como el centro de pediatría, la conexión a internet o la farmacia. Cometieron torturas, violaciones, quemaron viviendas...”.
Actualmente la ciudad está dirigida por Abdala, un joven procendente de Sudán. Según narra Aguirre, creció rodeado de violencia. “Ahora es él quien la practica. Esto es como un círculo vicioso”, lamenta el obispo. “Durante los primeros momentos de la llegada de las tropas de Seleka a Bangassou la agresividad era su único método de actuación. Ante este clima de violencia, un comité interconfesional negoció con el jefe regional de los rebeldes. ”Les pedimos que nos dispensaran un poco de aire, un poco de tranquilidad. Al menos que se comprometiesen a permitir a los niños acudir a la escuela“. Lo consiguieron, Abdalá firmó un permiso escrito y el 80% de los niños de esta zona lograron regresar al colegio y finalizar el cuso.
El obispo recuerda horrorizado algunos de los casos que ha dejado la llegada de Seleka a su paso. “Tenemos una casa donde viven varios niños huérfanos de la zona, muchos tienen problemas físicos. Cuando llegaron los rebeldes se morían de miedo. Estuvieron escondidos bajo la cama durante días”, describe. Las mujeres volvieron a convertirse en arma de guerra. “Una joven nos contó cómo entraron en su casa un grupo de soldados. Le arrebataron a su bebé de los brazos y abusaron de ella. Desgraciadamente nos llegan muchas historias similares”, continúa el religioso. “Tenemos pruebas, nuestra intención es denunciarlo a la comunidad internacional”, concluye.