Ahmed Moulay nació hace 20 años en el campamento saharaui de Dajla, donde también ha muerto este martes, 6 de noviembre, tras varios años sufriendo un doloroso cáncer en la base de la nariz y a pesar de tener un parte de evacuación a España desde hace 3 años. “Tenemos derecho a vivir con dignidad, pero también a morir con ella”, dice para sí misma, como un mantra, Maite Rodríguez, una gallega gracias a la que el joven conoció el mar allá por 2005. “Y mi riquiño murió como un perro”, añade.
Murió como un perro porque pese a los esfuerzos de Maite y sus hermanas, Ana y Rebeca, Moulay padecía dolores horribles, sangrados y continuas epistasis sin más medicamentos para calmarlos que Tramadoll y Nolotil. Desde el pasado junio los campamentos de refugiados saharauis no reciben, entre otros medicamentos, ni Adolonta ni morfina. ¿Podríamos imaginarnos a un enfermo terminal de cáncer haciéndole frente al dolor sin más medicación que un mísero Nolotil?
Ahmed Moulay tenía 16 años en 2008, cuando le diagnosticaron el cáncer en la base de la nariz. Desde entonces su vida cambió: casi 5 años lidiando con una enfermedad en una de los peores lugares del mundo, en una tierra prestada, en pleno desierto argelino. Desde entonces, Moulay había estado ingresado en los campamentos, en Tinduf, en Argel, donde recibió tratamiento y donde le dieron un parte de evacuación para trasladarlo a España, aunque eso nunca fue una opción real. La carrera de obstáculos solo acababa de empezar: tres años esperando el pasaporte – lo consiguió en enero de 2012-; después el visado que nunca llegó porque se metió por medio la nueva reforma sanitaria y sus nuevos requisitos: “para obtener el visado debe tener la tarjeta sanitaria y para tener ésta es necesario estar empadronado un mínimo de 183 días en algún lugar de España”, me decía Maite en mayo a las puertas del dispensario de la Media Luna Roja en Dajla.
“Si tú me consigues la tarjeta sanitaria, mañana mismo te lo traigo” cuenta Maite que le decían en la Comisión de Evacuación ubicada en Valencia. “¿Pero no decías que no había plazas en las casas de enfermos?”, preguntaba Maite, que había intentado por todos los medios que Moulay viniera a España para recibir tratamiento. “Ofrecí hasta mi casa, pero eso también era un inconveniente porque si le pasaba algo, me quedaba sola para hacerle frente”, explica. “Solicité una cita falsa a un oncólogo para ver si podíamos presionar con eso para el visado”. Tampoco sirvió. Intentó lanzar una campaña de recogida de firmas y tampoco. Mientras, Moulay tenía crisis más agudas y dolores más fuertes.
Recordemos que Moulay tenía desde hace tres años un parte de evacuación para sacarlo de los campamentos con carácter prioritario y ha fallecido hoy, sin medicación que calmara su dolor. En los últimos meses, desde junio, ha sido un equipo de médicos de Granada que trabaja en los campamentos quienes activaron el caso de este joven el pasado mayo y han estado atendiéndolo desde entonces.“El domingo, cuando andaba buscando morfina y la forma imposible de hacérsela llegar a Moulay, hablé con el médico: ya no se podía hacer más me dijo”, relata Maite.
Conocí la historia de Moulay a través de la narración que Maite me hacía sentada al lado de su hermana Rebeca y de Janeza Chej, la tía de este joven saharaui, en el dispensario de la Media Luna Roja del campamento de Dajla durante el Festival de Cine del Sáhara. Yo iba con un grupo de periodistas a entrevistar al primer ministro Saharaui, Abdebkaler Taleg Omar, e hicimos una parada en el camino para que algunos compañeros hablaran con la Media Luna Roja. Maite, Rebeca, Janeza y Moulay aparecieron hablándonos de esta situación para ver si podíamos ayudar para dar a conocer el caso y así presionar. Me pidieron que le contara el caso al ministro, quien me afirmó que los enfermos saharauis iban al mejor hospital argelino y que las familias españolas dudaban de la profesionalidad de los médicos argelinos. Dio por cerrada la conversación. Escribí la historia entonces y he seguido durante estos meses el estado de salud de Moulay gracias al ahínco de Maite y sus hermanas, que no han desistido hasta el último día en su empeño de darle un vida y una muerte digna.