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Sinan, el influencer francomarroquí que decidió reconciliarse con el país árabe y reconstruir su identidad

El silencio se vuelve incómodo en la calidez de un hogar. Mi tía, mi abuela, mis dos primas y yo tenemos el placer de compartir un momento especial: el cuscús de los viernes. El golpe de la cuchara contra el plato de barro hace más ruido de lo normal, o al menos, agradezco que así sea. Entre señas, muecas y una de las veinte palabras que manejo en dariya (dialecto que se habla en Marruecos), expreso mi gratitud: “Zwin”, digo mientras señalo la calabaza dulce.

A pesar de que hay un vínculo familiar y la sangre que nos une, no puedo evitar ser una extraña. Esa identidad asesina de la que hablaba el autor libanés Amin Maalouf se transforma en nuestro ángel y, también, en nuestro demonio. A Sinan Benlakhdar, de 23 años, se le iluminan los ojos cuando le cuento mi historia. Se entrelaza con la suya. “Sé que no estoy solo”, dice en Marrakech: “Por eso, hago lo que hago”, añade.

De origen franco-marroquí, Sinan ha vivido y crecido en París, ciudad de donde procede su familia materna. Su padre, en cambio, es de Oujda, una ciudad del norte de Marruecos, cerca de la frontera con Argelia. “Pasaba allí algunos veranos, me gustaba Marruecos, pero nunca había conseguido amar este país hasta ahora”, desvela en una conversación con elDiario.es. Tras graduarse en Comunicación en la Universidad de la Sorbona de París, decidió dar un cambio a su vida: “Llegué en octubre de 2023, sin ningún otro objetivo más que el de reconectar con los orígenes que me llamaban”, cuenta el joven.

Un proceso del que nadie habla

“Recuerdo que en los días antes de dejar todo en París para venir a vivir a Marrakech, mi mente estaba repleta de dudas ¿Será buena idea? ¿Servirá de algo?”, relata Sinan. Más de ocho meses después, la respuesta se traduce en una cuenta de Instagram y de TikTok que tiene 60.000 seguidores y no para de crecer. “Entre mis planes nunca barajé la idea de crear contenido en redes sociales. No busco ser influencer, sólo ser un comunicador, un altavoz, y compartir la búsqueda de una identidad que está en construcción”, señala.

A través de sus vídeos, enseña su torpeza y progresos aprendiendo el idioma: “Quiero aprender a decir shukran (gracias) con el corazón”, declara. En su caso, aprender el idioma local va más allá del simple lenguaje. Aprender árabe marroquí implica respeto y lealtad por sus mayores: “Imagina llegar a casa de mi tía en Marrakech, donde iba a quedarme todo un año. No habían pasado ni cinco minutos y no podía hablar de nada más. Es una falta de respeto como marroquí de la diáspora”, cuenta. Una anécdota que ahora recuerda entre risas, pero que se traducía en lágrimas unos meses atrás: “Me subí a mi habitación y me eché a llorar. Tenía que cambiar”.

“Es un proceso que vivimos muchos jóvenes de la diáspora”, segura. Cerca de su casa, nos sentamos en un local donde la cocina desprende olor a kefta (carne) y patatas recién fritas. Al rato, un joven marroquí se acerca a la mesa y, emocionado, saluda a Sinan: “Salam, Sinan. Te sigo en redes”, le dice. Una sonrisa y un apretón de manos. “Tengo una comunidad de seguidores en Francia y en Marruecos, pero me hace más ilusión ser conocido entre el público marroquí”, confiesa.

Descubrir y mostrar el “Marruecos real”

En cada esquina del zoco de Marrakech, a Sinan se le dibuja una sonrisa. Una hilera de azulejos amarillos, blancos y azules recorren el marco de una de tantas puertas de la ciudad marroquí: la fotografía. Aunque de momento Marrakech es la ciudad donde reside, Sinan ha viajado por varios puntos del país en busca de aquello que, como él dice, nadie imaginaría que existe aquí. “Hay mucho más allá del cuscús o el regateo del zoco. Ese es el Marruecos que se conoce en Occidente, pero no es el Marruecos real, el de hoy”, añade.

En el tiempo que lleva documentando su historia en redes, Sinan ha participado en eventos culturales como el Festival del Libro Africano o la Feria de Arte Contemporáneo Africano y hasta se ha colado en el camerino de Hoba Hoba Spirit, uno de los mayores grupos de música de Marruecos que fusiona el rock y el reggae con la música gnawa, un conjunto de ritmos religiosos islámicos africanos. “¿Acaso sabías que existía el rock en Marruecos?”, pregunta.

“Francia somos todos”

Así titulaba Sinan una de sus publicaciones más virales en Instagram. “Ser inmigrante significa ser francés y marroquí, tunecino, senegalés, congoleño o de cualquier otro origen al mismo tiempo. La inmigración es una fuente inagotable de riqueza. ¿Se dará cuenta Francia algún día?”, pregunta a través de su red social. Sinan manifiesta que, entre todos, podemos evitar que el país galo se hunda en “las victorias ideológicas de la lacra nacional”.

El pasado mes de junio, el partido ultra Agrupación Nacional, de Marine Le Pen, arrasó en las elecciones europeas con el 31,36% de los votos y 30 escaños, y un mes después fue la fuerza más votada en las elecciones legislativas a nivel nacional –la tercera en términos parlamentarios por las particularidades del sistema electoral francés—.

“Lo que está pasando en Francia es muy triste. Hay veces en las que prefiero ni pensarlo”, lamenta Sinan. Desde Marruecos, lo que realmente le preocupa es que se perpetúe, aún más, esa mirada antiinmigración en relación con los países árabes y africanos. “Francia siempre ha sido un país de migrantes y esa es una de sus mayores riquezas”, afirma.