Trabajo infantil: cuando la mano de obra es la más pequeña y barata

En el mundo existen 168 millones de niños y niñas que trabajan. Una cifra que se ha reducido en un tercio desde el año 2000, cuando la Organización Internacional del Trabajo (OIT) contabilizó 246 millones, pero que sigue preocupando a este organismo. De ellos, 85 millones de niños y niñas son empleados en las denominadas “peores formas”, entre las que se distinguen la esclavitud y el trabajo forzoso, incluida la trata y el reclutamiento en conflictos armados; la prostitución y la pornografía; el uso de niños en actividades ilícitas; y aquellas actividades que dañen la salud, seguridad o moralidad del niño.

“Estamos todavía muy lejos de la meta de eliminar las peores formas de trabajo infantil para 2016 -reconoce Joaquín Nieto, director de la Oficina de la OIT en España-, pero no queremos rebajar el esfuerzo que estamos haciendo y que está dando resultados”. Este organismo, que de manera vinculante estableció la edad mínima para trabajar en los 15 años (aunque según los contextos puede oscilar entre los 14 y los 16), lanza este 12 de junio, Día Mundial contra el Trabajo Infantil, un mensaje claro a los Estados: los sistemas públicos deben garantizar un nivel básico de protección social como objetivo prioritario.

¿Por qué? Porque “la protección social funciona como amortiguador de las causas que pueden desembocar en un aumento del trabajo infantil”, explica Nieto. Estas circunstancias son la pobreza y pobreza extrema, pero también los denominados “choques económicos”, es decir, “aquellas situaciones coyunturales que provocan una reducción drástica de los ingresos de la unidad familiar”, apunta.

“Las crisis económicas, los cambios en los patrones climáticos, sequías, inundaciones, las enfermedades o pérdida de familiares, etc. son situaciones que pueden empujar a los niños a trabajar cómo y donde sea. Por eso, nuestro desafío no es solo reducir el número de niños que trabajan sino evitar que entren nuevos. Es vital globalizar los sistemas de protección social si queremos que esta lucha sea efectiva”, incide el director de la OIT en nuestro país.

Nieto reconoce que en contextos como el nuestro, con una tasa de riesgo de pobreza en menores del 29,9%, se está haciendo justamente lo contrario. Un ejemplo entre muchos, los comedores escolares: “que se mantengan los comedores abiertos en verano para los niños en situación de pobreza es una medida de protección importante”. Aunque asegura que en España la OIT no ha detectado trabajo infantil. “Hubo un momento en que se utilizaba a niños en la mendicidad pero eso ha retrocedido”, afirma.

¿Es todo trabajo?

¿Constituyen todas las formas de actividad trabajo infantil? Según la OIT, 264 millones de niños y niñas o adolescentes entre 5 y 17 años están ocupados en la producción económica, pero no todos ellos se encuentran en situación de trabajo infantil. ¿En qué radica la diferencia? “Se considera trabajo si se hace para otros, fuera de la familia, o cuando haciéndose en el seno de la familia priva a los pequeños de ir a la escuela o de jugar, haciéndoles trabajar de noche o en trabajos pesados”, aclara el director de la OIT. Para él, éste es un matiz relevante. “Hay niños que ayudan a sus padres en una tienda o en el ámbito agrario, pero si se trata de algo esporádico, algo que no va a dañar su salud o no les va a privar de su educación se considera actividad económica, no trabajo infantil”, matiza.

Desde Save the Children, David del Campo, director de Programas Internacionales, advierte: “hay que aplicar una mirada por país, zona por zona. Está claro que el mundo ideal sería aquel en el que ningún niño o niña trabajara y todos fueran a la escuela, pero ese mundo no existe hoy por hoy. Millones de niños trabajan y deben tener un marco de protección. Hay que entender que la erradicación del trabajo infantil es una tarea a largo plazo y hasta que llegue ese día toca ser pragmáticos. No se trata solo de denunciar el trabajo infantil sino de regularlo, la prioridad debe ser la protección de la infancia”.

Del Campo recuerda también otra diferencia básica. “Pese a ser un fenómeno global los enfoques regionales difieren. Nada tiene que ver el trabajo infantil en la región andina o el Cono Sur respecto a Centroamérica, el sudeste asiático o el África subsahariana”, puntualiza. Además, destaca la distinción entre trabajo y explotación. “Nosotros ponemos el foco contra esto último. La explotación infantil está vinculada al lucro y a nuestro sistema productivo, que exige costes cada vez más bajos. Esto conduce a que lo primero en que se ahorra es en mano de obra. Un niño de 11 años es más barato que un adulto de 34, protesta menos, come menos y bebe menos”, denuncia al tiempo que pone como ejemplo un tipo de explotación emergente, la vinculada al sector informático. “Las manos de los niños pequeños son muy valiosas para determinados montajes de los aparatos que llevamos en los bolsillos, hacen buenos ensamblajes por muy poco dinero”.

Naisha y los niños trabajadores organizados

Naisha Reátegui es de Iquitos, una ciudad del departamento de Loreto, en Perú. “Nací en el distrito de Belén, que es uno de los más pobres y que tiene una gran actividad comercial y económica porque ahí está el principal puerto de Iquitos”, cuenta por teléfono a eldiario.es. Naisha tiene ahora 19 años pero desde los ocho y hasta los 14, trabajó junto a su madre. Primero en la venta ambulante y, más tarde, en un puesto en el mercado de Belén.

“Mi mamá era madre soltera y éramos seis hermanos. Yo estudiaba en la tarde y trabajaba en la mañana, desde las 5 hasta las 12, entonces almorzaba y me iba al colegio”, recuerda. Naisha cuenta que no fue hasta más tarde cuando tuvo conciencia de ser niña trabajadora. “Yo no me identificaba como tal, asumía que lo que yo hacía era solo un apoyo, una ayuda a mi mamá”, reconoce.

Su visión cambió a los 12 años cuando, a través de un niño vendedor de verduras, conoció Manthoc, una de las principales organizaciones de niños y niñas trabajadores, presente en buena parte de los países de América del Sur, que viene a funcionar como sindicato. “Me invitaron a una reunión y fue ahí cuando me reconocí como niña trabajadora, y donde empecé a valorar lo que yo hacía porque entendí que ayudaba a contribuir, a mejorar la condición de vida que yo tenía, que me fortalecía”, asevera.

Naisha asegura que su trabajo la ayudó por ejemplo en las matemáticas. “Yo hacía muchas cuentas, contaba naranjas, dinero, hacía sumas y restas todos los días”, resalta esta joven, que desde entonces pasó a implicarse de lleno en el movimiento de niños y niñas trabajadores de Perú.

Para ella, el concepto de trabajo infantil se ha tergiversado. “La realidad en Sudamérica es muy diferente al resto de países, la mayoría hemos aprendido a trabajar desde pequeños. Obviamente, hay situaciones en las que el niño, la niña o el adolescente son explotados laboralmente, por ejemplo un niño en Iquitos de 10 años al que obligan a cargar un racimo de plátanos cuyo peso es superior al suyo. Eso no es trabajo, es explotación porque le afecta físicamente. O un niño que vende cigarrillos en lugares como discotecas donde no se dan condiciones dignas. Como movimiento empoderado nosotros decimos sí al trabajo pero no a la explotación. Consideramos trabajo aquel esfuerzo que realizamos a cambio de una remuneración pero que no conlleva que tengamos que exponernos a un peligro”, manifiesta con rotundidad.

Naisha nunca ha dejado de trabajar. A los 14 pasó a hacerlo en una radio regional, en Loreto; a los 16, empezó a trabajar como reportera en plantilla y desde el año pasado trabaja en la ONG INFANT (Instituto de Formación de Adolescentes y Niños Trabajadores).

Tampoco ha dejado de estudiar. “Mi mamá siempre me decía que a pesar de que somos de condición humilde y ella no me podía dejar herencia como otras familias, lo mejor que podía dejarnos era la educación, esa frase siempre la recuerdo”. Hoy, a los 19, le faltan dos cursos para graduarse en Derecho. “Quiero formarme para defender la justicia, para poder contribuir desde mi experiencia y formación a proteger nuestros derechos porque, ¿quién defiende a los adolescentes que trabajan en las minas? No todos los niños somos conscientes de que tenemos derechos y debemos defenderlos. Si el Estado no cumple con su rol de protección esas situaciones de explotación laboral pasan desapercibidas”.

Como Naisha Reátegui, la mayoría de los niños que son explotados laboralmente proceden de las capas más desfavorecidas de la sociedad, pero no todos corren su misma suerte. “Se han globalizado los mercados pero no se han globalizado los derechos. Vivimos en un mundo con casi 200 millones de niños y niñas trabajando y 200 millones de adultos sin trabajo, y hay una relación entre los dos”, remata Joaquín Nieto.

Para el director de Programas Internacionales de Save the Children, David del Campo, el problema está en la ambición desmesurada por incrementar los beneficios a cualquier precio, independientemente de la ética. En este sentido, la lucha contra la explotación laboral infantil contiene “un elemento de cambio estructural que no está en África, en Asia o en América Latina, las decisiones se toman aquí, está en nuestras calles”.