“Hay gente que se va y que no quiere irse, que quiere ser escuchada, ayudada y apoyada”, repite Mamadou Diakité. Es consultor de gestión migratoria desde 2004 para organismos internacionales en Mali, país de origen y de tránsito de muchas personas que deciden intentar llegar a Europa.
Diakité fue una de las primeras personas en trabajar en la sensibilización sobre la inmigración clandestina en este país de África occidental y ha colaborado en la creación de varias asociaciones de migrantes. En esta experiencia se apoya para reflexionar sobre la complejidad de la realidad de los flujos migratorios desde el continente africano y los puntos a tener en cuenta para poder gestionarlos de una manera eficaz.
“Los riesgos en el mar y el desierto son ciertos, pero cuidado con esta estrategia del miedo porque no es la buena. Incluso si son conscientes, las motivaciones que empujan a la gente son más fuertes que lo que les estás contando”, defiende durante una conversación con eldiario.es.
Como consultor de organizaciones no gubernamentales europeas y africanas sobre migración, ¿qué cuestiones suelen plantearle?
Suelen ser para proyectos de migración sobre la sensibilización de las poblaciones candidatas a migrar o sobre proyectos que conciernen a migrantes de retorno, especialmente desde el ángulo de la inserción socioprofesional. Me preguntan por qué parten y cómo hacer. Conozco la sensibilización y sus limitaciones, sé cómo acercarse a la gente, pero también sé que es insuficiente hablarles si no tenemos respuestas a sus problemas. Los jóvenes nos dicen: “Sí, os hemos entendido, pero ¿qué nos proponéis?”.
¿Cuándo le preguntan 'cómo hacer' se refieren a cómo regular los flujos migratorios o cómo evitar que lleguen a Europa?
Se refieren a cómo hacer frente a los riesgos. La gente se marcha porque busca respuestas a su situación y a sus problemas o por inseguridad, pero la mayor parte lo hace por la ruta transahariana y ahí surge otra problemática que no es la migración como tal: las condiciones de viajar por el Sáhara son en sí mismas un problema. A eso hay que añadirle la inseguridad de los bandidos y las políticas de los países del Magreb que hacen de gendarme de la Unión Europea.
¿Quién es el responsable de todos estos riesgos?
Son una consecuencia de las políticas de Europa, del cierre de fronteras. Pero no basta con decir esto, sería injusto. Son también consecuencia de la mala gobernanza en los países africanos. ¿Por qué la gente se va de sus países? La gente que se arriesga a morir es porque no se encuentra en buenas condiciones. Nadie quiere irse de su país, eso es una realidad que no se dice. Dejar a su madre, a su mujer, no es fácil.
Metemos todo eso en el paquete de la pobreza, pero no, no y no. Está la pobreza, quizás, pero también, mucho más, la mala gobernanza, la corrupción, la delincuencia financiera... África está mal gestionada, muy mal gestionada. ¿Cuándo vamos a tomar conciencia de que más del 60% de la población son jóvenes? Es necesario que seamos independientes de Europa. Tenemos el deber y la obligación de mejorar las condiciones de vida aquí. Aunque tengamos pocos medios, si se gestionan bien se puede hacer. Aquí somos pobres, la pobreza no nos da miedo, es la miseria la que nos da miedo. Es la mala gobernanza la que nos ha transformado de pobres en miserables. Y eso es culpa de los hombres, del reparto no equitativo de las riquezas, y se puede cambiar.
Y aquí también entran Europa, China o Estados Unidos...
Sí, pero a quien nosotros elegimos y ponemos en su sitio es a nuestros dirigentes. El problema en primer lugar se encuentra a este nivel. Luego, nuestros gobernantes tienen sus problemas como responsables de sus países y sus relaciones con Europa y el resto del mundo, porque las políticas económicas del mundo están mal forjadas y los intercambios entre Europa y África son desequilibrados. Los africanos producen prácticamente todo, pero ni siquiera definen el precio de eso que venden.
Entonces en este contexto, ¿pueden cambiar algo los proyectos para intentar disminuir los riesgos y los flujos migratorios realizados por ONG u organismos como la UE o la ONU? ¿O estamos en un círculo vicioso en el que se contornean los problemas de base y estos proyectos no cambian las cosas?
Estamos en un círculo vicioso, pero podemos salir de él. Siempre he creído que es una cuestión de voluntad política y clarividencia. Europa va a decir que pone centenares de millones de euros para resolver algo, pero no va a cambiar nada. ¿Ha reflexionado bien? ¿lo hace con las poblaciones a las que concierne? Da centenares de millones a nuestros gobernantes, pero esos proyectos no tienen ningún impacto en la población.
Dicho esto, los ciudadanos tenemos que saber que también tenemos el derecho de pedir rendición de cuentas a nuestros gobernantes, a los ayuntamientos. Por ejemplo, ¿adónde va el dinero de las minas de oro? Las multinacionales explotan los recursos de la población y existe la obligación de rendir cuentas con esa población. Las empresas dicen que pagan las tasas de explotación. Entonces, si las dan, ¿a quién? ¿adónde va ese dinero que la gente no ve? Se queda en las manos de dos o cuatro personas que se lo reparten. Esto no va a cambiar hasta que la población tome conciencia, hay que ayudarles a tomar conciencia.
Hay quienes plantean que la población está acostumbrada a que quien les ayude no sea el gobierno sino las ONG, y que esto hace que los movimientos ciudadanos no surjan porque esas poblaciones resisten con esos pequeños proyectos que actúan como “parches” y evitan una revuelta social.
Esto es cierto y voy a ponerte otro caso. En Mali, hemos visto como la clase política no hace más que corromper a la sociedad civil. Una vez que la clase política corrompe a la sociedad civil y la mete en su juego, la dinámica se quiebra. La sociedad civil ya no juega su juego sino el del poder.
Hemos esperado mucho de la sociedad civil en África, pero hay una buena parte de esos grandes líderes sociales que han sido “recuperados” por los dirigentes. Es decir, los colocan en puestos del Estado o en situaciones en las que no hacen más que hablar, pero no pueden reaccionar en contra. La sociedad civil de África del oeste, concretamente de Mali, que estaba en cierta ventaja en un momento dado, ha llegado a un punto en el que ha dejado de ser creíble a ojos de la población.
¿Cree que el modo de enfocar los proyectos que vienen de fuera está adaptado a las realidades africanas?
Desde mi experiencia personal en el terreno de la migración te digo que no. El primer proyecto que gestioné sobre migración en 2004 tenía dos vertientes: una de información y sensibilización, y la otra de retorno y reintegración de migrantes subsaharianos en el Magreb. Al principio, africanos y europeos no teníamos la misma visión y tuve todos los problemas del mundo para hacerles entender que lo que querían hacer no iba a funcionar porque no era el buen enfoque.
Hoy puedo decir que la estrategia que elegimos para informar y sensibilizar era vergonzosa. Se les decía: “Vas a morir, el mar va a matarte”. Sí, es verdad, los riesgos en el mar y el desierto son ciertos, pero cuidado con esta estrategia del miedo porque no es la buena. Incluso si son conscientes, las motivaciones que empujan a la gente son más fuertes que lo que les estás contando y, además, no les estás dando soluciones a sus problemas.
¿Y cómo lo haría usted?
Se trata de hacerles tomar conciencia. No tenemos derecho a impedirles que partan. Hay que reconocerles el derecho fundamental de migrar y explicarles que es el modo de partir lo que genera problemas y complicaciones en el trayecto y en los países a los que van. Hay que decirles que los Estados tienen el derecho de elegir a quien quieren y a quien no en su territorio.
En segundo lugar, se aborda el problema, se les dice que tienen derecho a migrar y las cosas ocurren así. Pero antes de ir, ¿cuáles son las causas de vuestra salida? Nadie les hace la pregunta. Sus motivos son múltiples y no son todos debido a la miseria. No dejo de decirlo, hay migrantes que se van y que no quieren irse que, al contrario, quieren ser escuchados, ayudados y apoyados para tener un trabajo. Hay que escucharlos, pero esto no está en el programa de las grandes ONG, ni de quienes financian los proyectos. Es un trabajo a fondo y un problema muy serio como para llegar y en cinco minutos poner en marcha el programa e irse. En realidad, no se hace el trabajo, solo se justifican los gastos de los proyectos.
Sin embargo, en programas como los del Fondo Fiduciario de la Unión Europa o los de la Organización Internacional para la Migraciones (OIM) no dejamos de escuchar las palabras “sensibilización” y “reinserción”.
Pero, ¿qué reinserción? ¿cómo está concebida? Hace poco un migrante que conozco volvió a su país con el programa de retorno voluntario de la OIM y le dieron 1.000 euros para su reinserción. Con 1.000 euros a ese hombre en dos o tres meses lo volvemos a ver en Bamako y en cuatro meses en la ruta migratoria otra vez. Le dije a la OIM: “No vais a hacer lo que os voy a decir porque estáis en la misma lógica y error que yo en 2004, pero no tendréis resultados”. No les hizo gracia. “Es dinero perdido, pero como tenéis dinero, pues nada, háganlo”.
¿Cómo se concilia la elección del joven que decide migrar y que tiene un contexto que lo justifica y la de las autoridades de países europeos que tienen sus motivaciones para limitar la llegada de migrantes?
Entiendo a los ciudadanos y dirigentes europeos, pero estoy totalmente de acuerdo también con el joven africano que va a buscar en otro lugar una solución a su problema en África. Sin embargo, se pueden conciliar ambos, no es difícil, solo que todo el mundo hace como que no sabe cómo. Esto no se discute en una mesa cuadrada sino en una mesa redonda, como las del rey y sus caballeros en Francia, en la que todo el mundo tiene el mismo peso y se discute de igual a igual.
¿Cree entonces que hay una falta de diálogo entre las personas migrantes y las autoridades europeas?
Hay una falta de diálogo a todos los niveles: entre las autoridades europeas y africanas, entre los migrantes y los organismos que pretenden gestionarlos, entre los migrantes y los países de acogida. Los ciudadanos europeos tienen miedo de ser invadidos por migrantes, es comprensible y humano, pero quienes llegan están empujados por el hambre, la desesperanza, la inseguridad y no saben adónde ir, así que si quieren irse no podemos retenerles. Sin embargo, hay quienes se quedan y no se mueren. Hay una gran incomprensión. Es necesario abrir un gran debate a todos los niveles sobre la migración.