Piedad Córdoba habla con seguridad: lleva las últimas décadas de conflicto en Colombia marcadas en su voz. Fue secuestrada por los paramilitares y se marchó al exilio. Volvió y en 2007 entabló conversaciones con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para liberar a los prisioneros y buscar la paz. Por estos contactos fue inhabilitada por la justicia para ejercer la política, aunque años después, revocaron la sentencia.
Córdoba había sido, durante 16 años, senadora del Partido liberal. En su etapa parlamentaria, destacó como defensora de los pueblos indígenas, la población afrodescendiente o la comunidad LGTBIQ. En 2005 creó Poder ciudadano, un movimiento político de izquierdas que aspira al gobierno. Piedad Córdoba (Medellín, 1955) ha visitado Madrid para dar una charla en los Cursos de verano de la Complutense.
Desde la tribuna, cita datos macroeconómicos y esboza un programa de gobierno para las presidenciales de 2018, a las que el pasado 9 de agosto se inscribió como candidata. Esta cita electoral, sin la sombra armada de las FARC y, posiblemente, tampoco del ELN, en conversaciones de paz con el Gobierno, abrirá una nueva época en Colombia. El conflicto armado ha dejado 220.000 muertos y millones de desplazados desde 1964.
Córdoba subraya el momento actual del país, tras el acuerdo de paz del 24 de noviembre de 2016. La clave, dice, es la reforma agraria, repartir la tierra. Ella es optimista: “La paz es un punto de partida, no de llegada”. Sin embargo, finalmente, su voz se convierte en un llanto disimulado cuando recuerda el horror del conflicto.
Ha anunciado este verano que se presenta en 2018 a las elecciones presidenciales, ¿qué propone para la Colombia posguerrilla?
Lo que requiere este país es una serie de reformas como la industrialización o la revisión de los tratados de libre comercio que no han dejado nada bueno a Colombia. Estos temas tienen que ser la base de la implementación de los acuerdos de paz, porque quien vaya a garantizar la aplicación de la hoja de ruta no puede hacerlo como recitando un versículo de la Biblia. Puede decir que está de acuerdo y, luego, le toca ponerse a pedir impuestos a las multinacionales y no lo hace.
La discusión está también en qué sectores de la economía se van a modificar. El campo no es para las grandes empresas, sino para ese grupo de campesinos y campesinas que no tienen acceso al crédito, que no saben leer ni escribir y que hay que acompañar para que hagan proyectos productivos.
Dice que la gente en Colombia ha visto tanto horror (hornos crematorios para campesinos, hombres arrojados a caimanes, etc.) que muchas veces ni siquiera quieren escuchar más historias. ¿Cree que esto es un obstáculo para la reparación de las víctimas?
Sería un error no hablar de eso. La gente que sufre entra en un estado de negación y se siente hasta cierto punto responsable de lo que le pasó. Las mujeres violadas creen que las culparán. Los hombres viven atemorizados, desvirtuados de su cultura patriarcal que dice que tienen que ser un macho que no puede llorar. Pero las víctimas tienen que contar el horror que han vivido. En Colombia todavía hay gente que no se cree lo que pasó. Y hay que levantar muros emocionales que impidan el regreso de este horror humillante.
En la consulta gubernamental sobre los acuerdos de paz, ganó el no de manera ajustada, ¿cómo ve a la sociedad colombiana frente a la paz? ganó el no de manera ajustada
Hay una guerra sucia desde los medios de comunicación para impedir las transformaciones en el campo que el Gobierno pactó con las FARC. La reforma agraria recoge que la tierra hay que repartirla, entregarla a los campesinos. Y a muchos de los dueños de los medios no les interesa porque también son los propietarios de muchas fábricas para la producción de alimentos. Hacen creer a la población que lo peor que pudo pasar fue la firma de la paz.
¿Estaba más interesado en el acuerdo las FARC que el Gobierno?
Sí, creo que la insurgencia quiso demostrar a la sociedad colombiana cuál era el objetivo de su lucha. Entendió que en este mundo globalizado hay otros tipos de violencia como la miseria y la pobreza pero que ya no se pueden enfrentar con las armas.
En cambio, el Gobierno ha hecho tan poca pedagogía de los pactos que parece que busca más cerrar el conflicto que integrar a sus actores en la política. Por eso dudo de su compromiso por seguir con los acuerdos sobre todo en cuanto al cambio de modelo económico y agrario.
¿Corre riesgo el proceso?
Las FARC han dejado las armas pero ahora hay toda una tarea por delante de construcción de un Estado. Es decir, 9 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza es una cifra absolutamente provocadora en términos de desestabilización social. Con un salario mínimo de 240 dólares al mes una familia no puede sobrevivir. En el momento en el que estamos, vamos hacia la repetición del conflicto si no hay una reforma económica de Colombia.
En el acuerdo, las víctimas son uno de los ejes centrales, en cambio, no se crea un relato de los victimarios, ¿habrá culpables que nunca sean señalados?
La ley colombiana de Justicia y Paz dio a conocer a muchos de los responsables de las masacres, los desplazamientos o la desaparición forzada. Lo que falta por saber es quién dio la orden de convertir en enemigos internos a los luchadores sociales.
Los aproximadamente 7.000 guerrilleros de las FARC desmovilizados, ¿podrían convertirse en víctimas al no ser aceptados por la sociedad?
Puede haber una repetición de lo que ocurrió con la Unión Patriótica [grupos de exguerrilleros que abandonaron las armas en los 80 y fueron exterminados por paramilitares y el Gobierno]. Frente a la exinsurgencia se ha generado toda una matriz de opinión que dice que no se merecen nada. En Colombia en lugar de lograr una desparamilitarización, lo que estamos viviendo es una reparamilitarización sobre todo en zonas donde anteriormente habitaba la guerrilla.
Ha denunciado que el número de atentados contra activistas opositores está aumentando.
En 2017, ya son 54 líderes sociales los que han sido asesinados. El Estado no hace absolutamente nada para detenerlo.
¿Tiene miedo?
Claro que tengo miedo. Lo que pasa es que si te logra paralizar, estamos jodidos. En cambio, si pienso que vale la pena vivir, ponerse a luchar por los seres humanos, el miedo para mí ya no es un freno de mano, todo lo contrario.
En 1997 fue secuestrada y tras la liberación se exilió a Canadá, ¿por qué decidió volver a Colombia?
Quería impedir que Álvaro Uribe llegara al poder. Nuestra política era frenar la consolidación de un estado neoliberal que se parapetaba en el paramilitarismo y en el feudalismo.
Uribe le autoriza a entrar en contacto con las FARC en 2007. Tres años después la inhabilitó como política por su nexo con la guerrilla. Finalmente, fue absuelta. ¿Cómo explica estos hechos?
El presidente de Colombia, de una manera muy cínica, no escuchaba las solicitudes y los lamentos de la gente que le pedía que permitiera a alguien que facilitara la liberación de los presos en manos de la guerrilla. Yo le comuniqué que Hugo Chávez nos había dicho que nos ayudaría.
En cambio, Uribe usó este proceso como una estrategia para saber si teníamos contacto con la guerrilla. Y empezaron los seguimientos, interceptaciones y nos descalificó ante la opinión pública. A pesar de lo que significó, fue una experiencia muy importante. No me arrepiento de nada de lo que hicimos porque eso nos llevó a donde estamos hoy.
¿Qué puede aprender España del modelo colombiano de paz?
España debe reconocer en ETA a un actor político. La lucha armada se da en razón de un sistema político, social y económico que desconoce el pensamiento diferente. Tiene mucho que ver con una democracia de papel.
Después de la época franquista actores como ETA tendrían que haber tenido todo el derecho a ser escuchados y sentarse a dialogar como pueblo que exige su liberación. En España no ha habido una narrativa itinerante para decir que fue importante que dejaran las armas.
Tenemos que aprender de la lucha de las FARC y de ETA: creo que fueron y han sido muy generosos en la decisión de dejar las armas e integrarse en la sociedad como iguales. Pero pervive el interés de verlos como demonios que amenazan la tranquilidad de la sociedad española.
¿Cómo ha sufrido la mujer la violencia en Colombia?
Nosotras fuimos el pegamento social del país porque hubo regiones como Pacífico o Caribe donde en muchos pueblos solo quedaban las mujeres. Los hombres fueron asesinados. Así que nosotras nos movilizamos. Todas las conquistas en materia de derechos humanos en estos años fue gracias a grupos de mujeres.