A veces las ONG pasan por el aro de los financiadores con tal de poder seguir con su trabajo. A veces los ministerios les envuelven en papeleos y facturas, y es difícil entrever para quién trabajan. A veces se enzarzan en debates estériles. A veces unos jóvenes (muchas veces mal pagados) nos interrumpen con sus petos por la calle.
A veces las ONG ponen nombres larguísimos a los proyectos que ni ellas mismas entienden. A veces organizan jornadas a las que solo asisten ellas mismas. A veces, casi siempre, las memorias de las ONG son aburridísimas, e históricamente -aunque cada vez menos- sus vídeos corporativos están llenos de palmaditas en su propia espalda. A veces incluso se convencen de que empoderamiento, indicador o resiliencia son palabras tan cotidianas para el resto como árbol, pan o pelota.
A veces las ONG hablan de participación sin creer en ella. Y les pilla el 15M mirando para otro lado. A veces, nos pasa a todos, confunden los medios con el objetivo, su marca con la causa. A veces son miopes y tratan de que su logo sea el que se vea más grande. Sí, es triste, a veces las ONG compiten entre ellas.
A veces las ONG se lamentan de que nadie les escuche sin escuchar ellas primero. Muchas veces creen que “lo suyo” es el mayor problema, el más urgente y por supuesto el más olvidado. A veces quienes trabajan en las ONG pensaban que iban a cambiar el mundo, y claro, luego se frustran. A veces sienten la tentación de bajar los brazos.
Y sí, algunas veces, hay gente indeseable entre ellas, que pervierte todo aquello por lo que trabajan. Y no los detectan a tiempo. Y cuando lo hacen, imagino que les inmoviliza el miedo y la vergüenza, y no actúan como ellas mismas hubieran creído que harían ante algo así. No hay justificación.
Por si había alguna duda, ya ven, las ONG no son perfectas, y no dejan de ser un reflejo de las virtudes y los defectos de las sociedades de las que surgen. Sin embargo, lo que he visto después de 13 años en ellas, es que casi todas las ONG, desde las internacionales hasta las de barrio, se gastan cada céntimo en lo que deben y están auditadas hasta extremos casi ridículos. Y necesarios.
Y la inmensa mayoría de las personas que trabajan en ellas creen en lo que hace, sacrifican su tiempo, dinero o salud. O las tres a la vez. Y algunas arriesgan su vida con tal de seguir haciendo un día más su trabajo. Y aunque suene a topicazo, muchas se levantan con la idea de hacer un trozo de mundo un poco mejor.
Lo cierto es que muchas veces lo consiguen. Incluida esa en la que campaban esos miserables. Y alzan la voz, y arriesgan, y son audaces, y logran mucho con poco. Y hacen que ese pedacito de mundo en el que están sea un pelín más justo. Y sí, a veces también salvan vidas. Muchas, cientos, miles. Y nos recuerdan que aunque no vayan a arreglar el mundo, no hay nada irremediable.
Y eso no pasa a veces, eso lo hacen cada día.