Siguiendo la ruta de la mayoría de los refugiados procedentes de Oriente Medio, han comenzado a llegar a Grecia los yazidíes que huyen de la violencia sectaria en Irak. Y, como ya es habitual también, al llegar se han dado de bruces con una realidad que poco tiene que ver con la imagen que tienen de Europa. Las devoluciones en caliente en la frontera, los malos tratos por parte de la policía y las insalubres condiciones de los centros de detención -denunciados por organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch-, se suman a las trabas burocráticas para la regularización. Es por ello que Grecia supone para ellos una escala tormentosa e ineludible, de la que es necesario huir lo antes posible hacia la ya cercana estación terminal.
El suelo del pequeño apartamento de Atenas está completamente cubierto de colchonetas: unas 20 personas -incluidos 3 niños- se hacinan en 30 metros cuadrados de salón y dormitorio. La mitad de los adultos aguarda en la calle, hasta que amanece, el turno de dormir en las camas calientes. Desde que llegaron a principios de agosto, este grupo calcula que otros 400 yazidíes se les pueden haber sumado, a los que hay que añadir a quienes se han decantado por la no menos dura ruta de Bulgaria. Y hay otros muchos en camino, afirman.
No obstante, incapaces de reunir el mínimo de 3.000 o 4.000 euros exigido por los traficantes para la siguiente etapa del viaje, se encuentran encallados en Grecia. Y es que, aunque unos pocos ya han solicitado asilo aquí, el objetivo de la mayoría es alcanzar Alemania -donde ya tienen familiares, refugiados de la persecución del régimen iraquí en los '80-. Desde el Kurdistán iraquí, en el que se refugian la mayoría de los yazidíes que no han huido a Siria, no les pueden transferir su dinero. Casi todos han perdido sus documentos de identificación y, por supuesto, los papeles del banco. Y, aunque oficialmente parte de Irak, el Gobierno regional del Kurdistán no puede expedirles pasaportes.
“Huimos de la muerte como ciegos, sin coger nada” justifica Ibrahim, un joven de Bashiqa, una localidad cercana a Mosul, mientras los demás asienten. “Venir a Europa no fue una elección. La zona no será segura en muchos años, y no tiene sentido volver si nuestros vecinos han resultado ser todos enemigos”, asegura, refiriéndose a la población árabe suní de la zona.
Entretanto, Ibrahim y los demás evitan en la medida de lo posible pisar las calles de Atenas, por miedo a ser detenidos en una de las frecuentes redadas de la policía. Por lo menos una decena de yazidíes que ha corrido esta suerte permanece ahora en centros de internamiento, en teoría a la espera de la deportación. Farhad, uno de los detenidos en el centro de Amigdaleza, sufre problemas renales: en tres días, fue trasladado cuatro veces al hospital para diálisis.
“No les deberían enviar de vuelta a donde sus vidas corren peligro”, denuncia desde Acnur-Grecia Ketty Kehayoglu. “Entretanto, el estado griego debería expedirles una orden de suspensión de la deportación, como ocurre por ejemplo con los refugiados sirios”. Estos, al ser detenidos, reciben un permiso de estancia temporal de seis meses para abandonar el país. Una medida que fue implementada en 2013, cuando muchos sirios llevaban ya largas temporadas en los centros de detención -en los que un extranjero sin documentación puede permanecer por ley hasta 18 meses-.
“Semejante estatus aseguraría un mínimo de legalidad. Pero su implementación, a través de un decreto presidencial, aún está pendiente”, remarca Kehayoglu. El Ministerio del Interior no ha ofrecido de momento contestación a las preguntas de esta periodista al respecto. Sin embargo, fuentes del interior de los centros de detención afirman que desde hace más de un mes no se han producido deportaciones a Irak, y todo apunta a que existe el acuerdo tácito de detenerlas por completo.
De camino a Europa
Aido y su esposa Wahida abandonaron Zor Ava con su hijo de tres años poco después de que las tropas del EI tomaran Mosul, el 10 de junio. “No podía esperar a que nos atacaran, estaba seguro de que ocurriría. Así que tres días antes del gran ataque contra los yazidíes nos fuimos a Dohuk”. Tras alcanzar Turquía, durmieron las dos primeras noches en un parque de Estambul, antes de que los traficantes les llevaran a un hotel. A finales de julio -no recuerdan fechas exactas- intentaron cruzar la frontera con otras 130 personas -entre iraquíes, sirios y afganos-, pero fueron arrestados por la gendarmería turca.
En el segundo intento, se sumarían otros refugiados yazidíes recién llegados. Entre ellos Adnan, un funcionario del gobierno en Bagdad originario de Baadra, cerca de Shijan. Casado con dos esposas y con cuatro hijos, en su huida quedó separado de su familia. A primeros de agosto, los traficantes condujeron a este nuevo grupo de 80 personas hasta la frontera greco-turca, tras haberles cobrado entre 3.000 y 3.500 euros por cabeza. A las cuatro de la mañana cruzaron el río Evros en barcas hinchables. En el último momento, relata Adnan, apareció la policía griega, que de un disparo agujereó su barca, ya cercana a la orilla. Se lanzó al agua con un niño mientras que otro hombre ayudaba a la madre, y lograron huir. El resto de ocupantes de la barca fueron detenidos. Cuando volvieron a contactarles por teléfono, estaban en Turquía: este grupo, que incluía al otro niño de la mujer que se puso a salvo Adnan, había sido devuelto en caliente, lo que se conoce como 'pushback' (de forma inmediata, sin ser identificados, algo ilegal según los convenios internacionales al no respetar el derecho de asilo).
Los que consiguieron esconderse caminarían después durante 12 horas, hasta adentrarse en terreno griego. De allí, los traficantes se iban llevando a Atenas a 10 personas cada día. Los últimos, pasaron cinco días sin comer, escondidos en el bosque.
“U os convertís, o nos venden”
Ahora, el ánimo de los refugiados yazidíes oscila entre la preocupación por sus familiares y el horror por las matanzas perpetradas por el Estado Islámico (EI)en Shinjar y zonas adyacentes. A Nazdar, que escapó de Bashiqa junto con su marido y dos niños pequeños, le ruedan las lágrimas por las mejillas al hablar de sus padres, con problemas de salud, que tras perder su hogar se refugian en una escuela pública en el Kurdistán iraquí. Adnan, por su parte, no tiene noticias de su hermana y sobrinos, perdidos en la montaña de Shinjar, mientras que su madre y hermanos huyeron a pie hasta Zajo, a 100 km de distancia.
Tras la toma de Mosul, los extremistas ocuparon Tel Afar y atacaron los pueblos que circundan la montaña de Shinjar, produciendo un éxodo masivo de miles de yazidíes que huían de las ejecuciones sumarias y las decapitaciones. A los cientos de muertos se suman los miles de desaparecidos y secuestrados. Según Adnan, las mujeres secuestradas llaman por teléfono a sus familiares: “U os convertís al islam, o nos venden”.
“Pero aunque nuestros vecinos se hayan vuelto contra nosotros, aún quedan buenas personas”, admite, contando cómo un suní compró a nueve mujeres en el mercado de Mosul para liberarlas. “¿Quién podría imaginar que, en el siglo XXI, las mujeres serían vendidas en el mercado por 1.500 dólares?”, pregunta incrédula Nazdar. “Preferiría la muerte antes que ser secuestrada y vendida como esclava”.
Para este grupo de refugiados, tanto el gobierno iraquí como las milicias kurdas leales al PDK, el partido del presidente del Gobierno Regional del Kurdistán- han traicionado a la población yazidí, a la que abandonaron indefensa en su repliegue ante el Estado Islámico. Los únicos en protegerles, coinciden, han sido las YPG y el PKK, milicias kurdas de Siria y Turquía, respectivamente.“ Los responsables políticos y militares del gobierno huyeron en tres horas [en el ataque a Mosul]. El Gobernador de Nínive dio orden a los soldados de dejar las armas y huir... O tenían algún tipo de relación con el EI o se trataba de una maniobra política”, conjetura Adnan.