“No quise tocarlo. Estaba en el suelo y me daba miedo fracturarle algo”. Malik encontró a su amigo malherido, en la esquina del patio interior de uno de los bloques del barrio tangerino de Boukhalef, a las ocho de la mañana del miércoles. Cuenta que cayó por la ventana de un inmueble cuando le perseguía la policía marroquí, que registraba casa por casa buscando inmigrantes subsaharianos para sacarles de los apartamentos.
Las autoridades de Tánger, en cambio, en un comunicado publicado por la MAP, informan de que un inmigrante murió como consecuencias de heridas provocadas por un objeto punzante. Malik asegura que su amigo, Mamadou Kone, se cayó “de un piso no muy alto, en realidad. Un segundo o un tercero”. El joven, de 29 años, llegó hace dos a Marruecos procedente de su país, Costa de Marfil. Murió, dos horas después de que lo encontrara su compañero, en el hospital Mohamed V de Tánger. “Los doctores no venían, no se ocupaban de él”, denuncia Malik.
Mamadou es la víctima mortal del desalojo de Boukhalef, tomado por las fuerzas de seguridad marroquíes desde primera hora de la mañana del miércoles en un despliegue de medios sin precedentes: centenares de agentes y decenas de vehículos rodeaban el barrio, cerca del aeropuerto, el lugar por donde han pasado miles de inmigrantes esperando una oportunidad para cruzar a Europa.
Los bloques registrados con más ahínco han sido los que están junto a la mezquita. En ellos entraban los agentes de las fuerzas auxiliares y la Policía y sacaban a grupos de inmigrantes, hombres y mujeres, que aún permanecían en los apartamentos. Según las autoridades de Tánger, se han desalojado 85 apartamentos, recoge la MAP. En el exterior, una fila de autobuses esperaba para llevárselos. A Rabat, o quizás a Casablanca, les decían.
El desalojo se gestó el lunes. Ese día, el Ministerio del Interior emitió un comunicado en el que llamaba a los inmigrantes subsaharianos a “evacuar inmediatamente los apartamentos que ocupan ilegalmente (… ). Si no son evacuados en 24 horas, las autoridades se verán obligadas a intervenir”. Sabían que la advertencia iba en serio, y el martes por la noche, después de todo un día de negociaciones con las autoridades, la mayoría de ellos decidió dejar las casas voluntariamente para evitar enfrentamientos. Sabían que primero iban a dejar los apartamentos y, después, el barrio.
Decenas de personas se sentaban en las aceras, junto a los bloques blancos, en un colchón, o caminaban por la calle en grupo, se arrimaban a las terrazas de los cafés, animados de noche durante este mes de Ramadán; casi todos agarrando una bolsa o una mochila o transportando colchones y mantas.
Un paisaje nocturno nunca visto en Boukhalef, un barrio convertido en hormiguero, con gente yendo y viniendo, afanándose en acarrear muebles y bultos de un lado a otro. La mayoría de los marroquíes asistían como espectadores. Otros, en cambio, intervinieron en los desalojos de la noche, patrullando el barrio en coches y sacando a la gente de las casas. En algunos casos, por la fuerza. Romuald, un joven de Camerún de 26 años, contó tres inmigrantes heridos en los enfrentamientos. Sisco, el chairman de la comunidad camerunesa, intentaba a ratos calmar a los suyos, hablando con unos y con otros. Otros ratos, se indignaba: “¡Nos han tirado los colchones y las maletas por la ventana!”.
William y Erik caminaban sin rumbo por las calles del barrio con una mochila al hombro y una manta cada uno. Es todo lo que pudieron sacar del apartamento donde vivían. Se preguntan por qué los marroquíes les han desalojado en el mes de Ramadán, el mes de la piedad y las buenas obras para los musulmanes. Marie y Aicha esperaban bajo una farola con sus enseres mezclados y desparramados por la acera: una silla, un colchón, dos cojines y unas bolsas. De pie, con su bebé a cuestas, Aicha se lamentaba: “Han entrado y se han llevado mis cosas. No sabemos dónde vamos a ir”.
Por la tarde, la Policía había visitado el barrio para repetirles la advertencia: debían salir esa misma noche. Un helicóptero sobrevoló el lugar por la tarde y poco después, tres autobuses llenos de inmigrantes habían salido ya con destino a cualquier lugar que no fuera Boukhalef.
“Son los nuevos los primeros que han querido subir a los autobuses esta noche. No saben lo que les espera”, decía Marie. Los “nuevos” son los que llevan sólo un par de meses o cuatro en Marruecos y no han pasado por montes, vallas, devoluciones, expulsiones en autobús a distintas ciudades y zodiacs frustradas en el mar. Marie lleva aquí tres años y es una de las pocas mujeres que ha intentado saltar las dos vallas que separan Marruecos de Ceuta y de Melilla. “Ya no me quedan fuerzas”, suspira, haciendo ayuno de esperanza, sentada en una silla que ha podido salvar y abrazada a un cojín. Su marido, Maxim, llega para ayudarle a trasladar el colchón donde pasarán la noche, en un pequeño claro un poco alejado de los bloques blancos.
Hasta allí llegan también tres decenas de personas, la mayoría hombres, un par de niños pequeños y una mujer en silla de ruedas que se van acomodando en grupos de siete o diez personas para intentar dormir un rato. El paisaje de colchones desparramados, cojines, bolsas de ropa y mantas se asemeja a un Gurugú de alto standing: una intemperie más holgada.
El último episodio de una lista de enfrentamientos
En el último año, desde que 1.300 inmigrantes lograran cruzar el Estrecho en botes, aprovechando las 48 horas en las que las costas marroquíes estuvieron sin vigilancia por parte de Marruecos, cientos de personas han llegado al barrio. A la situación de saturación habitual también ha contribuido la expulsión de inmigrantes del monte Gurugú, en febrero pasado, provocando la llegada ininterrumpida de personas a la última puerta que les quedaba para esperar la oportunidad.
Los enfrentamientos entre los inmigrantes y los marroquíes son frecuentes, y este año se han repetido, de nuevo, durante el mes de Ramadán. Los vecinos marroquíes acusan a los inmigrantes de no respetar las costumbres del país. El pasado agosto, un grupo de vecinos la emprendió a machetazos contra los inmigrantes, sacando sus pertenencias de las casas y quemándolas. Un joven senegalés, Charles Ndour, resultó muerto en los enfrentamientos.
También les acusan de ocupar los apartamentos. “No puede ser que entren dando una patada en la puerta y se metan dentro siete u ocho personas, sin pagar alquiler”, comenta a eldiario.es Imad, un joven marroquí del barrio. Sisco, el chairman de la comunidad camerunesa, se defiende: “Han echado incluso a la gente que tenía un contrato”. “Los propietarios se niegan a alquilarnos. Les han pedido que no nos den alojamiento”, añade Marie.
Según la ONG marroquí de apoyo a la inmigración, GADEM, existen casos de intermediarios que se hacen pasar por propietarios para alquilar los apartamentos, a espaldas de los dueños legítimos de la propiedad. El sábado pasado varias decenas de marroquíes se manifestaron en Boukhalef exigiendo la salida inmediata de los inmigrantes.
El desalojo se prolongó durante toda la jornada del miércoles. Por la tarde, la policía patrulló las calles del barrio de Mesnana, junto a Boukhalef, arrestando a los inmigrantes que iba encontrando. Marie escapó del barrio con sus bultos “a espaldas de mi marido, que no quiere moverse porque dicen que le acusarán de cobarde, pero yo me voy”. De pie junto a la carretera de salida del barrio, esperaba un motocarro para llevarse sus cosas a otro lugar. Otra casa en otro barrio, quizás. Todavía no sabe dónde va a vivir.