Me dedico al periodismo, la comunicación y a escribir libros como “Exceso de equipaje” (Debate, 2018), ensayo sobre el turismo que se desborda; “Biciosos” (Debate, 2014), sobre bicis y ciudades; y “La opción B” (Temás de Hoy 2012), novela... Aquí hablo sobre asuntos urbanos.
Confirmado: Black Panther no vive en Barcelona
Wakanda, el reino que gobierna T’Challa, más conocido como Black Panther, es un sitio estupendo no sólo porque luce una naturaleza apabullante. El país inventado por Marvel para su primer héroe negro es una utopía africana y tecnológica en la que —más allá del pequeño detalle de ser una monarquía en la que el rey es elegido por el poco democrático sistema de la pelea ritual con jefes de otras tribus—, se vive tan bien que se tienen que esconder del resto del mundo no vaya a ser que alguien descubra sus yacimientos de vibranium y todo se vaya al garete. La capital, por ejemplo, es el paraíso del urbanismo responsable: convenientemente densa, con enormes rascacielos pero también edificios más amables, una mezcla de usos estupenda, llena de vida en la calle, sin contaminación en el aire y ni un solo coche circulando. Por Golden City pasan tranvías sin conductor para los trayectos cortos y unos trenes maglev (de levitación magnética) para los viajes más largos. El resto de los itinerarios en la metrópoli inventada para el cine se hacen a pie, caminando sobre una calzada cubierta en parte por hierba. Así, el lugar luce un espacio público muy saludable que ha llamado la atención a un montón de medios y periodistas norteamericanos interesados en temas urbanos, que lo han puesto como modelo para cualquier urbe del mundo.
Barcelona no es Golden City. Tampoco España se parece a Wakanda. A nuestro rey no se le elige, ni siquiera a puñetazos, y la única identidad secreta que se sospecha de nuestro presidente, la de M. Rajoy, no da tanto para un tebeo de Stan Lee como para uno de Vázquez. Barcelona no es Golden City, digo, a pesar de que también ha sido puesta como modelo en materia de movilidad sostenible y transformación del espacio público por medios de todo el planeta. Fue hace un par de años por eso del relanzamiento de la estrategia de las supermanzanas —qué nombre más propio para este texto—. La pena, y eso los titulares extranjeros lo están contando menos, es que la realidad ha superado a la ficción y la implantación de las superilles ha sido frenada un poco por el desacierto en la implementación de la primera de esta serie, la de Poblenou, y bastante por el lamentable aprovechamiento político posterior de partidos de oposición a los que se suponía comprometidos con el modelo. De eso, de los supervillanos de la política lamentable, van estas letras o al menos parte de ellas.
¿Mal negocio?
Acaban de volver a actuar. Ha sido el martes y con la excusa del tranvía de la Diagonal. El proyecto de conexión de los dos tramos se debería votar en pleno el próximo 23 pero ERC ya ha anunciado que va a decir que no y que, por tanto, se lo va a cargar. Alfred Bosch, presidente de ese grupo municipal, ha sido capaz de asegurar sin sonrojarse demasiado que “para la ciudad es mal negocio”. Básicamente, Bosch y su partido se han pasado por la piedra su programa electoral, las lógicas de movilidad imperantes en Europa y las acuciantes necesidades de esa ciudad de reducir el tráfico y la contaminación. ¿Por qué? ¿Para qué? Sospecho que para lo que ellos creen que sí será un buen negocio, en este caso electoral.
La movilidad sostenible, como tantas otras cosas, se ha convertido en un arma arrojadiza dentro de la guerra partidista. Da igual que se trate de mejorar la calidad del aire, de evitar las multas de Europa, de trabajar para paliar un problema de salud pública, lo que hay que hacer es derrotar al adversario. Como los malos de los tebeos.
Provocar sin dar doctrina
En este contexto tan ilusionante, llega a Barcelona Adéu al cotxe! ¿Cómo liberar Barcelona del vehículo privado? Se trata de un ciclo que se presenta a finales de mes y que tendrá lugar en la Sala Beckett en abril y que pretende sacar el tema del cambio de modelo de movilidad de los círculos de convencidos. La propuesta combina espectáculos escénicos, lecturas dramatizadas, piezas audiovisuales, reflexiones plásticas y charlas y conferencias para contar a nuevos públicos que “hay que preparar las ciudades para que vuelvan a funcionar sin un medio de transporte que, muy probablemente, acabará cayendo por su propio peso”.
Andreu Rifé, actor y músico, y David Bravo, arquitecto, son los comisarios del asunto. El primero lleva la parte artística, el segundo se ocupa de las ponencias. Han diseñado un programa que quiere “ser provocador sin dar doctrina. A ver si conseguimos que la gente discuta sobre esto, que la ciudadanía llegue a reflexionar de verdad, que se aleje por un momento del ruido malintencionado al que estamos sometidos”. Así me lo cuenta David por teléfono. Me explica también los cuatro ejes de las charlas: la batalla cultural —precisamente, sobre la propaganda de la industria automovilística y cómo resistirla—; la reconquista de la calle —sobre cómo recuperar espacio para el transporte público, las bicis y los peatones—; el urbanismo después del coche —pues eso, cómo debería ser la ciudad sin todos esos vehículos—; y el cambio de paradigma —la transformación necesaria del modelo económico—. Las conferencias las dan personas que saben bien de lo que hablan como Maria Buhigas y Manu Fernández, los espectáculos previos —a cargo, entre otros, de Oriol Morales, Pablo Rosal o el propio Rifé— también tienen muy buena pinta y, en definitiva, la cosa es muy recomendable. Pero, ¿es realista despedirse ya del automóvil o es ciencia ficción?
La respuesta da, más que para otro texto, para casi una vida. La industria automovilística, que es una de las arterias del mercado, no sólo invierte muchísimo más en publicidad que lo que se invierte en infraestructuras de transporte público sino que está tomando posiciones para seguir vendiendo de otra manera: coche eléctrico, car sharing, vehículo autónomo. Además, el coche sigue siendo una herramienta fundamental (o percibida como tal) para muchísima gente y para darse cuenta de ello conviene levantar la mirada del centro. No sólo para mirar a las periferias de los meollos urbanos de localidades europeas y avanzadas, sino a los países periféricos y sus carencias y necesidades de transporte y movilidad. Hay muchísima gente en todo el mundo que no puede o no quiere decir adiós al coche. Y la única forma de cambiar eso es la que representa en negativo la decisión de ERC esta semana.
Hacen falta acciones políticas valientes para cambiar el rumbo de las cosas, hacen falta decisiones que pongan el interés general por encima de todo, ¿hacen falta superhéroes enmascarados? Pues no, tan sólo personas con sentido común, criterio, integridad, empatía y visión de futuro. Seguiremos leyendo tebeos.
Wakanda, el reino que gobierna T’Challa, más conocido como Black Panther, es un sitio estupendo no sólo porque luce una naturaleza apabullante. El país inventado por Marvel para su primer héroe negro es una utopía africana y tecnológica en la que —más allá del pequeño detalle de ser una monarquía en la que el rey es elegido por el poco democrático sistema de la pelea ritual con jefes de otras tribus—, se vive tan bien que se tienen que esconder del resto del mundo no vaya a ser que alguien descubra sus yacimientos de vibranium y todo se vaya al garete. La capital, por ejemplo, es el paraíso del urbanismo responsable: convenientemente densa, con enormes rascacielos pero también edificios más amables, una mezcla de usos estupenda, llena de vida en la calle, sin contaminación en el aire y ni un solo coche circulando. Por Golden City pasan tranvías sin conductor para los trayectos cortos y unos trenes maglev (de levitación magnética) para los viajes más largos. El resto de los itinerarios en la metrópoli inventada para el cine se hacen a pie, caminando sobre una calzada cubierta en parte por hierba. Así, el lugar luce un espacio público muy saludable que ha llamado la atención a un montón de medios y periodistas norteamericanos interesados en temas urbanos, que lo han puesto como modelo para cualquier urbe del mundo.
Barcelona no es Golden City. Tampoco España se parece a Wakanda. A nuestro rey no se le elige, ni siquiera a puñetazos, y la única identidad secreta que se sospecha de nuestro presidente, la de M. Rajoy, no da tanto para un tebeo de Stan Lee como para uno de Vázquez. Barcelona no es Golden City, digo, a pesar de que también ha sido puesta como modelo en materia de movilidad sostenible y transformación del espacio público por medios de todo el planeta. Fue hace un par de años por eso del relanzamiento de la estrategia de las supermanzanas —qué nombre más propio para este texto—. La pena, y eso los titulares extranjeros lo están contando menos, es que la realidad ha superado a la ficción y la implantación de las superilles ha sido frenada un poco por el desacierto en la implementación de la primera de esta serie, la de Poblenou, y bastante por el lamentable aprovechamiento político posterior de partidos de oposición a los que se suponía comprometidos con el modelo. De eso, de los supervillanos de la política lamentable, van estas letras o al menos parte de ellas.