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Cómo una empresa pública sostiene el modelo de “la ciudad más innovadora del mundo”

Medellín en una de esas ciudades latinoamericanas difíciles. Dos millones y medio de habitantes y subiendo cada día por gente que llega desplazada por la violencia, la pobreza o, simplemente, las ganas de progresar. Una ubicación en un valle bien bonito pero que la constriñe y aprieta impidiéndole el crecimiento y complicándole seriamente la movilidad. Una obsesión muy colombiana por tener y usar el coche todo el rato y para todo aunque la realidad del tráfico diga que casi siempre es la peor idea. Por supuesto, enormes desigualdades. Y, además, toda la herencia de violencia y corrupción del escobarato y el narcotráfico.

Medellín, de hecho, ha sido una de las ciudades latinoamericanas más difíciles y una de las que menos pinta tenía de salir bien parada del siglo XX. Y, sin embargo, en este siglo XXI a Medellín se la conoce por ser la ciudad más innovadora del mundo (en un concurso de The Wall Street Journal y CitiGroup), Premio al Transporte Sostenible, la ciudad mejor para hacer negocios de Suramérica (según la revista Business Destinations) y muchas otras cosas positivas más que demuestran que la ciudad, sus ciudadanos y gobernantes se han sabido reinventar muy bien.

Pasear por la capital de Antioquía es ver gamines (chicos de la calle) poniendo la mano antes carros blindados y contemplar casi desde cualquier lado las comunas (barrios) que se han ido instalando en los cerros que rodean la ciudad sin orden, sin permisos, sin concierto. Al mismo tiempo, estar en Medellín es admirar soluciones para que las personas que viven en esas comunas puedan llegar a sus trabajos y no estén desconectadas. El MetroCable, dos líneas de teleférico para conectar esos barrios con el metro, es una idea ahora copiada en muchos lugares del mundo. También es muy interesante la experiencia de las escaleras mecánicas de la Comuna 13, que sirven para unir y cohesionar ese bario y que también dan trabajo como guías a chicos y chicas de allí mismo. Y es apasionante (y compleja, al tiempo) la historia de la recuperación del barrio de Moravia, con una montaña que fue de basura y que ahora es un cerro lleno de plantas y con un invernadero en el que trabaja una cooperativa de mujeres. Impresiona la limpieza y el cuidado que los paisas tienen con y en su Metro. Y tiene mucha miga cómo se está convocando a start up de todo el mundo para que se instalen aquí. Y el trabajo del INDER, el instituto de deportes; y los presupuestos participativos con los que la ciudadanía toca pelo en la gestión de sus cosas; y el tranvía que se está haciendo; y los nuevos cables; y las peatonalizaciones; y la obra para hacer un parque donde el río al estilo del de Madrid; y…

Cuando uno viaja aquí y ve todo esto, no le queda otro remedio que preguntar. ¿Cómo ha ocurrido esto? ¿Quién ha liderado este cambio? Y, muy importante, ¿de dónde saca la ciudad la plata?

La primera pregunta se responde desde lo más profundo del fracaso. La sociedad paisa decidió que no podía caer más bajo y que tenía que cambiar, construir una ciudad habitable, humana, donde la violencia fuera otra cosa que la norma. “Cada uno pusimos un muerto”, me dijo Paula, una periodista de allí. La segunda se responde con muchos nombres unidos bajo la denominación de Compromiso Ciudadano. La agrupación política que primero llevó a Sergio Fajardo —ahora gobernador de Antioquía— a la alcaldía en 2004 y luego a Alonso Salazar —que vuelve a ser candidato ahora— y logró recuperar el orgullo y el sentido de pertenencia. Vale, ¿y lo del dinero?

Lo del dinero es cosa de EPM, Empresas Públicas de Medellín, propiedad de la Alcaldía y proveedora de agua, electricidad y gas. EPM, desde su fundación allá por los 50, tiene un pacto de buen gobierno que impide injerencias políticas y por eso, salvo algunos momentos peores, siempre ha estado bien gestionada y ha sido rentable. Tanto, que por eso de que en el mercado colombiano una empresa de este tipo de servicios no puede tener más del 30%, se ha ido expandiendo sobre todo por Centroamérica.

Lo jugoso es que, además de ser fuente de empleo y movimiento económico, la empresa tiene que dar el 30% de sus beneficios a la ciudad. Devolver a la sociedad lo que recauda de ella y hacerlo en proyectos sociales en los que tiene derecho a supervisión, es decir, que si un alcalde se vuelve loco y quiere hacer un helipuerto sin sentido con dinero de EPM, la respuesta será no. Incluso, para proyectos especiales, puede ofrecer partidas extraordinarias. Así ocurrió, por ejemplo, con el proyecto de Jardines Buen Comienzo, un excelente programa de educación preescolar cuyo centro de Moravia pude visitar y que fue idea del ex alcalde y también periodista Alonso Salazar.

Me encuentro con Alonso ante un desayuno copioso que nos sirve para hablar copiosamente del modelo de Medellín y de EPM. “Logramos (Compromiso Ciudadano) que la empresa creciera en lo económico y que enfocara su tema social. Y hemos logrado muchas otras cosas. Por ejemplo, focalizarla en procesos de retorno para ayudar a reconstruir escuelas en la región y que también haya desarrollo fuera de Medellín, para que haya oportunidades y la gente no tenga que moverse necesariamente a la ciudad”.

Además de reinvertir en la ciudad, EPM ofrece soluciones para los más desprotegidos: un mínimo vital de agua, por ejemplo, y unas tarjetas de prepago para la electricidad que permiten regular el gasto. Tampoco desconecta inmediatamente por impago, permitiendo a las economías con problemas un margen de ajuste. Y, además de todo eso y de sus inversiones, suma recursos a lo social a través de su Fundación. Otros detalles son lo bien surtida de información y transparencia que está su web y la cantidad de becas que ofrece para que jóvenes sin recursos puedan seguir sus estudios y ayudar al desarrollo colectivo al tiempo que al suyo propio.

Seguro que habrá cosa que haga mal o menos bien EPM pero en estos tiempos y en este país en que vemos con cara de susto propuestas de nacionalización de empresas de servicios esenciales y pensamos, porque nos lo han inducido así, que no hay manera de que una empresa pública esté bien gestionada y sea rentable, me parece que merece la pena contar el caso. Y también cómo defiende la ciudadanía de Medellín a su empresa. Estando yo allí salió en la prensa, por una mala comunicación, la posible apertura de una vía para la privatización y la cosa tenía a la gente agitada y también revuelta. Dicho queda, por si queremos tomar nota.

Medellín en una de esas ciudades latinoamericanas difíciles. Dos millones y medio de habitantes y subiendo cada día por gente que llega desplazada por la violencia, la pobreza o, simplemente, las ganas de progresar. Una ubicación en un valle bien bonito pero que la constriñe y aprieta impidiéndole el crecimiento y complicándole seriamente la movilidad. Una obsesión muy colombiana por tener y usar el coche todo el rato y para todo aunque la realidad del tráfico diga que casi siempre es la peor idea. Por supuesto, enormes desigualdades. Y, además, toda la herencia de violencia y corrupción del escobarato y el narcotráfico.

Medellín, de hecho, ha sido una de las ciudades latinoamericanas más difíciles y una de las que menos pinta tenía de salir bien parada del siglo XX. Y, sin embargo, en este siglo XXI a Medellín se la conoce por ser la ciudad más innovadora del mundo (en un concurso de The Wall Street Journal y CitiGroup), Premio al Transporte Sostenible, la ciudad mejor para hacer negocios de Suramérica (según la revista Business Destinations) y muchas otras cosas positivas más que demuestran que la ciudad, sus ciudadanos y gobernantes se han sabido reinventar muy bien.