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La Gran Vía, Alfonso XIII, la ciudad moderna y los políticos antiguos

El 4 de abril de 1910, un rey, un presidente del gobierno y un alcalde se sentaron juntos para ver y aplaudir el inicio de unas obras en Madrid. Empezaban los trabajos de la Gran Vía y la ocasión se consideró tan importante que se prepararon unas cuantas tribunas para acoger a todas las autoridades que no querían perdérsela. Allí estaban Alfonso XIII, Canalejas y Francos Rodríguez y muchos más (mucha familia real, mucha diplomacia) dispuestos a dar fe de un momento histórico para la ciudad y para el país.

Ayer se anunció el plan de transformación de esa Gran Vía que da su primer paso el 1 de diciembre y no he sido capaz de imaginarme como espectadores del inicio del cambio ni a Felipe VI ni a Rajoy. Tampoco he podido visualizar al ministro Montoro, ni a la oposición, ni a los directores de los principales medios de comunicación, ni siquiera a Esperanza Aguirre, tan vinculada con esta calle. No he sido capaz y no sé si es porque tengo poca imaginación o porque nuestros mandantes de ahora son menos modernos que los de hace cien años.

En su momento, la Gran Vía supuso una profundísima transformación de la ciudad. De un plumazo —es un decir: las obras acabaron veinte años más tarde— se abrió una vía de comunicación con el noroeste, se ayudó a la conexión de barrios (Salamanca y Argüelles) y estaciones de tren (Atocha y Príncipe Pío) y se saneó una zona que lo necesitaba. Por aquel entonces, el coche no era aún el medio de transporte alfa y, aunque sin duda esa nueva y grande vía le facilitó las cosas, el objetivo de la obra no era dejarle paso sino hacer una ciudad más amable para todos. Lo mismo ocurrió con otro icono urbanístico algo anterior, el Ensanche de Barcelona. En ambos casos, los planos de Sallaberry y Octavio (Gran Vía) y Cerdá (Ensanche) eran herederos de las ideas higienistas y buscaban llenar de aire y de luz y, por eso, de salubridad los barrios en los que intervenían. Lo consiguieron a pesar de que tuvieron oposición por parte de comerciantes y otras fuerzas vivas y tras muchas y dolorosas expropiaciones, eso sí.

Un siglo después, Madrid y Barcelona viven una transformación similar casi al mismo tiempo. En Madrid empieza por la ampliación del espacio peatonal de la Gran Vía y luego sigue por el Área de Prioridad Residencial (APR) de Centro. En Barcelona, con el impulso de las supermanzanas. Los objetivos son muy parecidos a los de entonces: recuperar la salud para la ciudad y los ciudadanos, aumentar el espacio público y la posibilidad de compartirlo caminando, fomentar el transporte sostenible, quitar contaminación. Los 107 años que han pasado de aquel momento a éste han sido los años en que el petróleo ha cambiado por completo la economía y la sociedad y su buen amigo el vehículo privado ha dado la vuelta a la pirámide de la movilidad urbana. Durante todo este tiempo, el coche ha sido lo moderno y en todas partes se ha actuado en consecuencia, también en Madrid y en Barcelona.

Hoy el coche ya no es lo moderno. Al revés. Si nos fijamos en lo más relevante que se está haciendo en materia de urbanismo en el mundo, veremos que la tendencia es aumentar el espacio peatonal, fomentar el transporte público, invertir en infraestructura ciclista y poner trabas al paso libre de vehículos privados (sobre todo los que se mueven con combustibles fósiles, pero también eléctricos). Está pasando así en Londres, París, Oslo, Copenhague, Hamburgo y muchos otros lugares. Está pasando también en Vitoria, en Valencia, en Barcelona y en Madrid. De hecho, el plan madrileño de intervenir en Gran Vía y crear la APR de Centro, que en junio de 2018 dejará paso al gran núcleo de la ciudad sólo a vehículos de residentes, servicios públicos y carga y descarga, es uno de los más ambiciosos y, por eso, más modernos del mundo.

Esto, por supuesto, no se lo vamos a oír decir esta vez ni al rey ni al presidente ni a la oposición del consistorio ni a la mayoría de los medios de comunicación. No lo van a decir ni van a celebrar el cambio quizás, como decía al principio, porque son más antiguos que Alfonso XIII o quizás porque no son capaces de levantar la vista de sus propios intereses y mirar hacia el futuro y el bien común. Ellos sabrán. Los demás, los ciudadanos, sí deberíamos celebrarlo y presumir. Por fin Madrid va camino de ser una ciudad moderna, quién nos lo iba a decir.

El 4 de abril de 1910, un rey, un presidente del gobierno y un alcalde se sentaron juntos para ver y aplaudir el inicio de unas obras en Madrid. Empezaban los trabajos de la Gran Vía y la ocasión se consideró tan importante que se prepararon unas cuantas tribunas para acoger a todas las autoridades que no querían perdérsela. Allí estaban Alfonso XIII, Canalejas y Francos Rodríguez y muchos más (mucha familia real, mucha diplomacia) dispuestos a dar fe de un momento histórico para la ciudad y para el país.

Ayer se anunció el plan de transformación de esa Gran Vía que da su primer paso el 1 de diciembre y no he sido capaz de imaginarme como espectadores del inicio del cambio ni a Felipe VI ni a Rajoy. Tampoco he podido visualizar al ministro Montoro, ni a la oposición, ni a los directores de los principales medios de comunicación, ni siquiera a Esperanza Aguirre, tan vinculada con esta calle. No he sido capaz y no sé si es porque tengo poca imaginación o porque nuestros mandantes de ahora son menos modernos que los de hace cien años.