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¿Se puede hacer una ciudad para las personas sin cambiar la economía?

En el Parque El Ejido los quiteños juegan a las cartas y al voleibol, hacen ejercicios de calistenia y pasean en bici, comen, hablan o simplemente se tumban. Hacen su vida diaria sin saber que a su alrededor se está definiendo cómo han de ser las buenas ciudades. Aunque, la verdad, quizás sea al contrario.

En la Casa de la Cultura siguen los debates, las mesas redondas, las ruedas de prensa. En la zona de exposiciones, países -España, Alemania, Japón pero también Sudán y Palestina-, empresas -Movistar, Claro, Uber- y bancos de desarrollo, fundaciones y universidades presumen de lo suyo. Janette Sadik Kahn, la que fuera jefa del área de transporte de Nueva York y responsable de su transformación en los últimos años, da una charla en la que cuenta cómo hacer lo que ella hizo. Peatónito, el héroe de la Ciudad de México que lucha por los derechos de los peatones, llega con máscara y megáfono a contar las claves de sus acciones de urbanismo táctico y guerrillero. Todos, desde los países y las empresas hasta los técnicos y activistas, tratan de explicar cuál es su manera de hacer ciudades humanas sin reparar en que la mejor muestra de tal cosa que se puede encontrar en el entorno de Hábitat III está en este parque.

En el ecosistema no faltan, claro, vendedores de chicles y tabaco, los que ofrecen jugos y comidas varias y hasta esa mujer que alquila coches de juguete para que los niños den un paseo. Es lo que se suele llamar economía informal. Es gente que se busca la vida como puede y que llena no sólo las calles de Quito, sino de prácticamente todas las ciudades latinoamericanas. Es un motor económico que, en el caso de Ecuador, se calcula que llega a suponer 60% del PIB. Y es, también, un reto al que se enfrentan las urbes -no sólo de los países en desarrollo, ojo, pensemos en los manteros- y que plantea preguntas muy difíciles de responder. Por ejemplo: ¿está por encima el derecho al trabajo del derecho al espacio público?

¡A un dólar! ¡A un dólar!

A un par de kilómetros del parque, en una sala de la inmensa Universidad Central de Ecuador (UCE), se muestra el documental ¡A un dólar! ¡A un dólar! como parte de la programación cultural de Resistencia Hábitat III. La película, de María Aguilera y Miguel Narváez, retrata la situación del comercio minorista del centro histórico de Quito en un momento clave en el que, con el argumento de defender su categoría como Patrimonio de la Humanidad, la Alcaldía inició una fase de limpieza y, en algunos casos, reubicación en una suerte de bazares.

El documental es crítico con las idea de ciudad homogénea y reluciente -de hecho, se va a España para cuestionar el “modelo Barcelona” como ejemplo a seguir-, otorga voz a las personas que se desarrollan con ese comercio callejero y también a quienes quieren barrerlos con motivos que dan dentera: “No está bien -dicen en la cinta- que los turistas vean indigentes por las calles del centro ni que tengan que estar esquivando vendedores que les ofrecen cualquier cosa”. Y, sin embargo, tampoco ofrece una conclusión.

“Es que no la hay -me dice María Aguilera-, no hay una respuesta. Hay muchas respuestas y cada territorio tiene que encontrar la suya”. María, una catalana que viajó hace años a Ecuador y acabó viviendo aquí, ha venido a Quito desde el pueblito costero en el que vive porque está preparando otro documental y, también, por la convocatoria de Resistencia Hábitat III.

Ella me hace de guía por el laberinto de facultades de la UCE y me acompaña al encuentro de Guillermo Rodríguez Curiel, mexicano de Veracruz y representante de la Alianza Internacional de Habitantes (AIH), una red global de asociaciones de vivienda, comunidades, cooperativas, inquilinos, sin techo, pueblos indígenas y barrios populares que, calcula él, tiene influencia en más de un millón de personas en todo el mundo.

Saco a Guillermo de la reunión en la que van a cerrar las conclusiones de las comisiones y mesas de trabajo para realizar el documento final de Resistencia Hábitat III. Me cuenta que han acudido 40 organizaciones de Ecuador, 70 del resto del mundo y 15 redes internacionales, que es difícil calcular las personas que han visitado los más de 100 debates y ponencias y 80 actos culturales organizados pero que seguro son más de 5.000 y que, a pesar de lo que dice la ONU, la Nueva Agenda Urbana no ha consultado ni a movimientos sociales ni a indígenas.

Lo que salga de la reunión a la que volverá Guillermo en cuanto yo le deje en paz será la Declaración de las resistencias populares y servirá como argumento para una interlocución, “que no una negociación”, que quieren tener con ONU-Hábitat. Y la cosa irá, me dice, por aquí: “Ruralizar las ciudades, nos oponemos a que entierren la tierra con cemento, a este modelo de urbanización, queremos que las ciudades aprendan a vivir de lo que se hace con las propias manos. Ciudades lúdicas, alegres, donde la gente camine sin estrés. Ejercicio pleno de los derechos económicos, culturales, ambientales y sociales; también los de cuarta generación: muerte asistida, diversidad sexual y derechos animales”.

Más allá de lo imposible que pueda sonar eso de ruralizar las ciudades, lo que es evidente es que el fondo de todos los debates planteados estos días en Quito en torno a la ciudad y su modelo, tanto en los de Hábitat III, como en los de FLACSO, como en los de la UCE, hay un planteamiento económico. En realidad, dos planteamientos de economía enfrentados entre sí.

Harvey en San Roque

“Cada vez vemos más ciudades construidas por principios comerciales. Es lo que el capitalismo hace, de lo que va. Si queremos cambiarlo, tenemos que cambiar el capital. ¿Habéis oído algo así en Hábitat III? No, claro, allí sólo nos dicen que seamos resilientes para soportar su forma de entender la economía”.

En el mercado de San Roque se ha habilitado una sala para un encuentro llamado Mercados populares y soberanía alimentaria en las ciudades. Hay más de 200 personas, no sólo activistas, también gente con puestos en el mercado, la mayoría indígena. Hay dos mesas con cuatro presentaciones en las que se mezclan alcaldes, indígenas también, de comunas del área metropolitana y el distrito de Quito e investigadores nacionales e internacionales. Y hay una estrella: David Harvey.

Geógrafo y urbanista, responsable de la evolución del concepto del derecho a la ciudad y maestro de multitud de gentes con ganas de transformación, es profesor honorario de la UCE y ya casi una cara habitual en este mercado, que visita por cuarta vez y que le recibe con palabras de cariño.

Antes de su intervención, se habla de problemas locales que son comunes a muchos lugares no sólo de Latinoamérica: la presión de las grandes cadenas de supermercados para ir acabando con los mercados tradicionales, la soberanía alimentaria y su traslación a huertos y grupos de consumo, la industrialización de la agricultura, los monocultivos, la imposición de precios a los productores, la expansión de los territorios urbanos a costa de los rurales y, en definitiva, la desaparición de formas de (ganarse la) vida tradicionales en el campo pero también en las ciudades.

“Imaginemos Quito sin mercados como éste. Imaginemos el centro histórico de Quito sin población indígena. Imaginemos un Quito donde un turista pueda ir de iglesia maravillosa a iglesia maravillosa sin ver en ningún momento a nadie diferente. Puede parecer descabellado pero es lo que los urbanizadores están proponiendo ahora mismo. Eso es lo que llaman modernizar la ciudad, eso es matar la ciudad”.

David Harvey acaba así su intervención y yo me largo corriendo al centro histórico a ver el espectáculo de luces que la Alcaldía ha preparado con motivo de Hábitat III. Otra vez, me encuentro la vida a pesar de las conferencias. Las calles están abarrotadas de quiteños que han sorteado el atasco gigante y que disfrutan de su ciudad como espacio común. Por supuesto, hay también mucha gente vendiendo todo tipo de cosas. De momento, las personas ganan a los urbanizadores.

En el Parque El Ejido los quiteños juegan a las cartas y al voleibol, hacen ejercicios de calistenia y pasean en bici, comen, hablan o simplemente se tumban. Hacen su vida diaria sin saber que a su alrededor se está definiendo cómo han de ser las buenas ciudades. Aunque, la verdad, quizás sea al contrario.

En la Casa de la Cultura siguen los debates, las mesas redondas, las ruedas de prensa. En la zona de exposiciones, países -España, Alemania, Japón pero también Sudán y Palestina-, empresas -Movistar, Claro, Uber- y bancos de desarrollo, fundaciones y universidades presumen de lo suyo. Janette Sadik Kahn, la que fuera jefa del área de transporte de Nueva York y responsable de su transformación en los últimos años, da una charla en la que cuenta cómo hacer lo que ella hizo. Peatónito, el héroe de la Ciudad de México que lucha por los derechos de los peatones, llega con máscara y megáfono a contar las claves de sus acciones de urbanismo táctico y guerrillero. Todos, desde los países y las empresas hasta los técnicos y activistas, tratan de explicar cuál es su manera de hacer ciudades humanas sin reparar en que la mejor muestra de tal cosa que se puede encontrar en el entorno de Hábitat III está en este parque.