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Richard Florida, Arquímedes y la nueva crisis urbana que no es tan nueva

Cuenta la leyenda que Arquímedes descubrió cómo medir el volumen de objetos irregulares al sumergirse en la bañera y comprobar que subía el nivel del agua hasta rebosar y salirse de la tina. El hallazgo le sirvió para pergeñar su famoso principio y también para meterse en un lío con sus vecinos por eso de corretear desnudo por la calle gritando eureka como un poseso. Qué contento se puso Arquímedes ese día y cuánto más se habría puesto de haber sabido que su hallazgo también podría ayudar a Richard Florida a explicar la nueva crisis urbana del siglo XXI.

Florida es un geógrafo y economista gringo residente en Toronto, uno de los principales gurús actuales de los asuntos ciudadanos sobre todo desde que en 2002 lanzase el concepto de clase creativa y su relación con la regeneración urbana. Para él, la concentración en determinadas áreas de profesionales liberales, currantes de lo tecnológico, artistas, músicos y modernos en general es un foco de talento y, por eso, un motor de progreso económico y desarrollo que debe ser seguido y potenciado por los gobernantes.

O debía, porque ahora Richard Florida ha publicado un libro llamado The New Urban Crisis (Basic Book, 2017) en el que parte de un reconocimiento que rima (casi) con arrepentimiento. Florida no sólo admite que la clase creativa ha sido algo así como la fuerza de choque de la gentrificación, como le acusaron desde que parió el concepto, sino que ahora sostiene que dicha clase y los alcaldes, que fueron muchos, que se creyeron sus poderes mágicos han contribuido al avance de algo que se está cargando el tejido de las ciudades de todo el mundo: la desigualdad.

En realidad, el libro de Florida describe dos tipos de desigualdad actuando ahora mismo sobre las urbes. Por un lado, las grandes ciudades, supercities las llama él, que se llevan todo el negocio, toda la cultura, todo lo que mola, empezando por esa clase creativa, y dejan a las otras las migajas. La desigualdad generada por una riqueza mal distribuida en lo geográfico que no sólo pone a lo rural de lado sino que se sacude como caspa sobre los hombros a ciudades menos afortunadas, generalmente intermedias y pequeñas, que ven alejarse cada día la posibilidad de prosperar y que, por eso ejercen su derecho a la rabieta metiendo palos en la rueda del progreso social y votando a la contra (Brexit, Trump, ultras…).

La otra desigualdad que analiza el cofundador de CityLab es la que ocurre dentro de las propias ciudades, principal y precisamente en las que lleva ese prefijo super. El libro analiza datos y hechos de dichas urbes, sobre todo norteamericanas pero extrapolables aquí, y ofrece un panorama bastante feo: cada vez más trecho entre ricos y pobres, cada vez menos clases medias, que van cayendo en ingresos, cada vez más distancia física entre unos y otros. Las clases pudientes (incluidas las creativas, claro) están expulsando a las demás de las ciudades con esa tendencia de retorno al centro de la que merecerá la pena hablar despacio un día por aquí –es un retorno con truco, que arrastra costumbres de consumo y hasta arquitectónicas de los suburbios, como bien señala Florida–. Los que tienen eligen dónde quieren vivir y, así, echan a los que no tienen, que deben irse más lejos, a lugares peor comunicados, sin equipamientos ni servicios y donde es mucho más difícil la movilidad social.

Florida explica cómo antes la ciudad en dispersión fue clave para el crecimiento económico a bajo coste que vivimos en la segunda mitad del siglo XX pero que, como está cambiando el sistema productivo, cambia el modelo de ciudad. Ahora, con el conocimiento como motor de la economía, las industrias y los profesionales que pitan quieren lugares conectados, densos, con oferta cultural. Y hacen lo que hizo Arquímedes: se meten en la bañera y desalojan el agua sobrante, que viene a ser casi todo el mundo.

No menciona el americano al griego en el libro pero eso se lo puedo perdonar. Lo que me cuesta más es comprender cómo, después de haber hecho un análisis tan certero de la situación, se queda en unas soluciones más bien superficiales. Richard Florida cree que este desaguisado social se puede arreglar “desatando la energía creativa de la gente”. Propone, para ello, generar nodos de conocimiento que tiren del carro económico, siempre en ciudades más densas y bien conectadas con transportes colectivos. Apuesta por soluciones para los problemas de vivienda como poner impuestos al suelo y no a la propiedad que sirvan precisamente para densificar y también fomentar el alquiler. Plantea, además, subir los salarios mínimos y un subsidio a los ingresos bajos (mejor, según él, que una renta básica universal). Y, finalmente, sostiene que una mejor coordinación de las ciudades entre sí y con los estados es más que necesaria.

Bueno, vale, vaya, sí, pero… las soluciones propuestas no terminan de  convencer quizás porque falta una mirada profunda a las causas del problema. Florida está convencido de que los ricos pueden seguir siendo más ricos mientras los pobres pueden dejar de serlo sólo viviendo en ciudades más conectadas. No considera que el modelo económico pueda estar en crisis siquiera existencial. Tampoco repara en asuntos medioambientales. No se detiene en el problema del consumo de recursos, como si hubiese de todo para todos.

Para Richard Florida, la cosa se arregla con una bañera mejor. Así, él cree que el bañista puede seguir chapoteando toda su vida y el grifo quedar abierto siempre sin que el agua rebose nunca, aunque se siga ensuciando con la roña que despide el tipo. Yo pienso que así no se arregla la nueva crisis urbana ni ninguna otra que tenga que ver con la desigualdad. Todos sabemos que no se puede hacer una bañera más grande; así que, por mucho que la maqueemos, la única solución pasa por poner al dieta al bañista obeso. Sólo así los demás tendremos una oportunidad de no ser expulsados de nuestras ciudades, de nuestras vidas.

Cuenta la leyenda que Arquímedes descubrió cómo medir el volumen de objetos irregulares al sumergirse en la bañera y comprobar que subía el nivel del agua hasta rebosar y salirse de la tina. El hallazgo le sirvió para pergeñar su famoso principio y también para meterse en un lío con sus vecinos por eso de corretear desnudo por la calle gritando eureka como un poseso. Qué contento se puso Arquímedes ese día y cuánto más se habría puesto de haber sabido que su hallazgo también podría ayudar a Richard Florida a explicar la nueva crisis urbana del siglo XXI.

Florida es un geógrafo y economista gringo residente en Toronto, uno de los principales gurús actuales de los asuntos ciudadanos sobre todo desde que en 2002 lanzase el concepto de clase creativa y su relación con la regeneración urbana. Para él, la concentración en determinadas áreas de profesionales liberales, currantes de lo tecnológico, artistas, músicos y modernos en general es un foco de talento y, por eso, un motor de progreso económico y desarrollo que debe ser seguido y potenciado por los gobernantes.